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Poco antes de su ascensión Jesús les dijo a sus apóstoles: “id por todo el mundo y predicad el evangelio”, fue así que los doce se organizaron de a dos y emprendieron la tarea de cumplir el mandato divino. No les dijo de dónde ni cómo iban a lograr el sustento, se entiende que los discípulos asumieron que “El proveería”.
Los apóstoles eran hombres sencillos, parte del pueblo humilde de ese entonces: Pedro era pescador junto a su hermano, Mateo era recaudador de impuestos, Lucas se supone que era el más formado porque era médico. No se menciona si luego de aceptar el discipulado ejercieron sus oficios; pero sí el apóstol Pablo lo hizo, a la vez que llevaba el evangelio a los pueblos, trabajaba en la confección de carpas que era su habilidad, es decir, se ganaba el sustento con su esfuerzo.
No sabemos cómo reaccionaría Jesús si estuviera hoy entre nosotros y sería invitado a visitar las iglesias que se construyeron en su nombre, todas ellas revestidas de lujo, de oro y mucha cera.
En el lenguaje estrictamente bíblico, iglesia no es la construcción, el edificio majestuoso que conocemos, sea ésta católica o evangélica; Iglesia es el mismo pueblo, es decir, los seguidores de Cristo y sus apóstoles, menos es la jerarquía de curas, pastores u obispos que sí viven de los fieles.
Hoy han aparecido muchos vivillos que dicen predicar el evangelio de Cristo, son engañadores del que habla la profecía antes de la Segunda Venida: “muchos dirán aquí está la verdad y a no pocos engañarán”, lo peor es que se engatusa a gente humilde que luego aporta sus diezmos para que engorden los falsos profetas, inclusive con promesas de “sanación”, jugando a las cartas en televisión o chillando como cerdos a través de la radio o en alguna carpa. Lamentablemente la ley humana no llega a controlar a tantas sectas esparcidas también por el mundo.
La Biblia es sabia que previene a los creyentes: “por sus obras los conoceréis”, por tanto, esos vivillos no tienen por qué preocuparse del doble aguinaldo; todos los días se embolsan la ofrenda porque no hay forma de saber cuánto reciben, invierten o gastan, sencillamente no rinden cuentas a nadie. Lobos vestidos de ovejas para vivir a costa del pueblo.
Por otro lado hay obras sociales que son sostenidas por el mismo pueblo, esto en las Iglesias que en verdad siguen a Jesús y sus Apóstoles, después de la Reforma que se produjo con Lutero. Antes de ello la Iglesia era una sola; pero se sostenía con los aportes de los Reyes, los poderosos que sojuzgaban al pueblo de esclavos y los curas los apoyaban. De esto abundan las páginas de la historia.
Hace algunas décadas, la pobreza estaba centrada en los países de Sudamérica, entre ellos Bolivia, entonces se recibían ayudas de los ricos del norte, sea norteamericana o europea, llegaban millones de dólares que eran donaciones de fieles católicos o evangélicos, así se sostenían obras de caridad en educación y salud; ahora la mirada de esa gente pudiente está en África donde no es fácil encontrar un mendrugo de pan.
¿Cómo hacer hoy para pagar el segundo aguinaldo de las obras sociales en Bolivia? ¿No están allí “sirviendo” hombres y mujeres de carne y hueso? ¿Cuántos bolivianos, entre profesionales, técnicos y obreros encuentran empleo en estas obras? ¿No están así muchos hogares para ancianos, adolescentes y niños sostenidas por las iglesias organizadas? ¿No sería bueno que el gobierno haga un estudio serio para saber cuántos son, dónde están y cómo se mantienen? ¿No debería el Estado preocuparse de esta gente, los más pobres de los pobres, y correr con su mantenimiento y sustento?
La situación se presenta compleja, no es cuestión de decir “que se arreglen como puedan”, está claro que las campañas navideñas serán insuficientes para alcanzar a tanta gente que está cobijada en estos centros, que de verdad hacen la obra del Buen Samaritano.
Jesús nos dijo que cuando vestimos, cobijamos y damos pan a un semejante, “a mí me lo hacen”. Es cuestión de fe con obras.
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