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Pasado la festividad de “Todos los Santos”, seguimos caminando en el mundo de los mortales, la realidad cotidiana y las preocupaciones nos tienen ocupados en el cotidiano vivir. Para muchos los seres queridos que se nos adelantaron estuvieron cerca en estos días, para otros quizás, para otros nunca llegan o simplemente les es indiferente.
No tenemos una referencia verídica cómo es que trataban a los muertos en las culturas nativas antes de la invasión española. Lo más cercano a nosotros, la cultura andina, es que era una verdadera ceremonia el despedir a los difuntos. Se cumplía aquello de “polvo eres y a polvo volverás”. Se depositaba el cuerpo inerte, cubierto por la “iquiña”, el “corregidor” o los mejores cobertores que el difunto poseía, junto a algunos objetos cercanos que amaba además de alimentos y se enterraba a la profundidad de la tierra.
Eran tiempos en que la cruz y la espada eran desconocidas, éstas llegan junto a invasión, se impone a los nativos a fuerza de látigo, el sometimiento a un dios desconocido, los sacerdotes se encargan de borrar la memoria histórica y cultural de los pueblos aplicando obediencia a la biblia y al yugo del invasor.
En las tierra de los Pieles Rojas, los Apaches, los Sioux y otras culturas de Norte América los soldados azules canta: “firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor algunos que Jesús nos ve” , invasores ingleses que eliminan a los nativos y toman sus tierras, se asientan y expanden, a las etnias de Norte América no se les predica el evangelio, simplemente se los erradica.
En América del Sur, tierra hollada más por los españoles y portugueses, a los nativos se los deja vivir, más a las mujeres que hombres porque los invasores no trajeron consigo a sus esposas, hijas o familia, las nativas son tomadas a la fuerza, a ímpetu de bestia y comienza el mestizaje, esa es la diferencia entre el Norte y el Sur de América. Recuérdese que durante siglos los españoles no consideraban como humanos a los aborígenes que encontraron en las tierras invadidas.
Con el pasar de los años, durante y después de la colonia, América es irrumpida por las religiones, sectas o doctrinas, todas dicen ser la verdadera iglesia que Jesús dejó, a más de la católica. Nadie sabe hoy cuántas confesiones o “iglesias” hay, se conoce que existen otras no cristianas, es decir, no basadas en el mensaje de Cristo, por tanto, la predicación sobre los muertos, las almas, los espíritus o simplemente el difunto tiene toda una gama, a gusto y antojo de quien lo entienda.
La religión es hoy motivo de división antes que la unidad, Todos Santos es una clara muestra. Veamos el caso de un matrimonio entre un “protestante” y una católica o viceversa. Los hermanos separados no creen que los muertos vuelvan mientras que la iglesia apostólica y romana permite la festividad de los difuntos, con todas las tradiciones y costumbres que se viven en estos días. La verdad es que una yunta dispareja o desigual no marcha, entonces es la discusión en en hacer o no hacer las costumbres por el ser querido que partió de la familia.
La religión o religiosidad se lleva al extremo de la no tolerancia de la fe del otro, se condena, se estigmatiza, simplemente se toma como pecado y no se comparte lo que la otra familia practica, respeta o simplemente cree que “las almas vuelven en Todos Santos”.
El fanatismo es dañino, la práctica de la fe no puede llevarse al extremo de no compartir en familia, o por lo menos respetar lo que el “otro” hace sin demostrar una actitud despectiva, no acompañar el pan que se hace para las fechas de difuntos por un ser querido que ya partió; pero su presencia y espíritu se siente en el ambiente familiar.
La pluralidad de creencias, pero con respeto entre ellas es la práctica de un Estado laico. Nos hace falta profundizar sobre el tema porque definitivamente, “muchos son los llamados, pocos los escogidos”.
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