Opinion

EL MAL Y EL PODER
Los otros caminos
Iván Castro Aruzamen
Martes, 2 Mayo, 2017 - 10:45

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Nunca se habrá dicho lo suficiente cuando se habla del mal; porque sus signos en el mundo son tan evidentes, que no nos podemos retrotraer a sus secuelas. J. Camilo Cela, dice en La familia de Pascual Duarte: «Cuando la desgracia se ensaña con un hombre, aunque este se meta debajo de las piedras igual lo alcanza». Así, el mal está presente hoy en nuestra sociedad, las más de las veces, sus tentáculos se han institucionalizado de modo que su alcance es mundial. Y a riesgo de caer en cierto tipo de reducción, creo, que el Mal es compañero inseparable del poder, sobre todo, del poder político, aunque la esencia del poder como dice, Eugenio Trías, está en los recovecos del ser. Por tanto, los poderosos de este mundo, nadan, respiran y viven en el mal.

Normalmente, tendemos a situar el mal en el día de la suerte o de manera poco responsable, en la libertad del ser humano, mientras nuestro Dios permanece en silencio frente al mal. Reproduzco un ejemplo gráfico expuesto por John Macquarre: «Un hombre cruza la calle y un autobús está a punto de atropellarle. Entonces dice: “Dios me ama, pues el autobús no me ha atropellado”. En otra ocasión, el autobús le golpea y le hiere. Esta vez dice: “Dios me ama, pues el autobús no me ha matado”. Finalmente, el autobús le mata. Pero ahora sus amigos dicen: “Dios le ama, pues le ha llamado de este mundo infeliz y pecador”». Cuando los poderosos de este mundo, asesinan, trafican, esclavizan y, viven sumidos en las delicias del mal, ¿Dios lo quiere así? Es posible renuncia al poder de Dios, a cambio de su silencio y bondad, si el horror hace mella en la dignidad del ser humano, reducido a escombros y desechos. ¿Cómo puedo yo sentarme a beber una taza de leche o un café, si el mundo no es otra cosa que –en palabras de Hegel– un “matadero”? ¿Dónde queda la responsabilidad del creador de todo lo que existe?

A quien debemos echarle el guante, si hoy millones de personas, igual que en la Babilonia de Hitler, se desplazan buscando un rincón de paz, angustiadas por la calamidad de la guerra, fruto del poder más palpable del Mal en el mundo. Siria, no es otra cosa que un matadero donde alguna vez hubo algo de humanidad. Hace ya algunos años, el francés, Manu Chao, cantaba: «Solo voy con mi pena, sola va mi condena, correré mi destino para burlar la ley. Perdido en el corazón, de la grande Babilón, me dicen el clandestino». El mal, sume al ser humano en esa nueva categoría existencial, la clandestinidad, porque los seres humanos, debemos hacer piruetas para tratar de eludir el mal; ese gran alemán-judío, Walter Benjamín, quien acabó con su vida cercado por la demencia de Hitler, entre la soledad y el olvido en la noche del 25 de septiembre de 1940, en Por Bou (Francia), no se cansó de reclamar con tozuda claridad, no olvidar jamás a las víctimas de la historia, a los muertos y aplastados por el poder y su brazo derecho, el mal; me adscribo a ese tono, pues los poderosos y su males, deben ser castigados en esta historia y en esta vida; mucho más que la vacuidad y el sinsentido sartreano, el ser humano está condenado a ser un clandestino en la única vida que le ha tocado vivir, si no es capaz de hacer justicia a las víctimas de la historia, en suma, del mal y el poder en este mundo.

Hay algo en nuestro ser que nos impulsa a caminar por los calles de la vida, a seguir adelante, a vivir aunque el dolor nos sume en la tristeza; nuestro rumbo, muchas veces está perdido, si a nuestro lado va también el mal ¿debemos convivir con el horror, la tragedia y el sufrimiento? ¿Acaso es el triste destino del ser humano? No sería bueno, digo, echar mano de toda la potencialidad del poder, escondido en nuestro ser más profundo, para convertir este matadero humano en algo nuevo; el poder y el mal de los poderosos de este mundo, que va desde los miserables hombres de la política, sino veamos al reyezuelo déspota de Nicolás Maduro en Venezuela o Kim Jong II en Corea del Norte, pasando por los Rockefeller en los EE. UU., junto al presidente Donald Trump, la personificación del mal más palpable en nuestros días.

No podemos guardar un silencio parecido a la estupidez frente a aquello que le hacen los poderosos a los seres humanos con su maldad; pues ésta no tiene nombre…

 

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo