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Lunes por la mañana, entre la cómoda vivencia del fin de semana y la agitada agenda del primer día hábil.
Recoge el abrigo, las llaves, la cartera, el infaltable celular y sale al encuentro de los nuevos desafíos que le depara la fría mañana. Son las 7 a.m. Detiene el primer (y único) minibús a la vista. A dos cuadras de su destino descubre horrorizada que no puede bajar del minibús. Olvidó su dinero.
¿Alguna vez le ha pasado algo similar? ¿Qué hace en este tipo de situaciones desesperantes? ¿Hablar con otros pasajeros? ¿Solicitar la indulgencia del “Maestrito”? ¿Descender raudamente y correr lejos de la furia del motorizado? ¿O utilizar el antiguo mecanismo del trueque dejándole un reloj a cambio? Ella opta por la primera opción.
Afortunadamente un joven se apiada de ella y le dice al chofer “Yo pago el pasaje de la señorita”. Ella le sonríe, le dice un tímido “gracias” (muriéndose de la vergüenza) y comienza a correr, el minibús la dejó a 5 cuadras de su destino original.
Aquellos que se han enfrentado a este tipo de escenarios, habrán de entender lo difícil que es sobrellevar la carencia o ausencia de recursos para cubrir las necesidades imperantes. Pero, se han preguntado ¿Cómo será vivir en esta situación todos los días?
Puse esta experiencia (propia) a sabiendas que aquellos que me leen muy probablemente nunca hayan vivido en una situación de pobreza extrema, sin embargo, tengo la esperanza de que a través de esta reflexión puedan advertir de manera cercana un poco más sobre las necesidades sociales y económicas de los sectores más vulnerables de la población, mi intención es que aquellos que leen estas líneas, alcancen a apreciar en carne propia el impacto de una reducción de pobreza del 16% que se materializó en los últimos años, de acuerdo a datos de la CEPAL.
Es difícil, para algunos que tienen un ingreso superior a 1 dólar por día, que duermen en una cama caliente, acceden a 3 comidas diarias, y que nunca han vivido con necesidades, imaginar la vida en sectores del área rural que hasta hace algunos años, vivían en condiciones realmente precarias, que no contaban con acceso a servicios básicos y mucho menos con acceso a internet. Es difícil entender esto cuando no se lo ha vivido.
Recordemos que los escenarios de pobreza no sólo se reducen a una escasez de dinero en efectivo, sino a la falta de acceso a los servicios que satisfacen necesidades básicas, tales como el agua, la energía eléctrica, atención en salud y la educación entre las más importantes. En este sentido, hablar de una reducción de la pobreza extrema en la población boliviana, que entre 2004 y 2012 bajó de 34,7% a 18,7%, es hablar de avances económicos, pero sobre todo de carácter social.
Sin embargo, me preocupa profundamente que una sociedad que va tornándose más igual económicamente, pueda volverse indolente en la percepción de avances en temas de pobreza, por lo cual quedan para Ud. las siguientes preguntas: ¿Somos felices sabiendo que existen millones de personas que salieron de la extrema pobreza? Siendo sinceros, ¿Nos importa? ¿Estamos dispuestos a reconocer el avance en la reducción de la pobreza, tal como recordamos recoger nuestro pasaje?
Judith Apaza es Auditora Financiera
@judith_apaza
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