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El ruido ronco de la máquina mezcladora, las manos curtidas que suben baldes llenos de arena y cemento, los operarios que trepan por la escalera para completar hileras de ladrillos blocks. La escena que muestra el pasaje Rubén Darío de Las Delicias parece arrancada de un lunes a la mañana, en el fragor de una semana laboral, pero transcurre un domingo a las seis de la tarde.
A esa misma hora, en la otra punta de la ciudad, miles de riocuartenses se agolpan en la nueva muestra ruralista, y bastante más cerca de Las Delicias, a la vera del río, familias completas se congregan entre los juegos del Centro Cívico.
Ellos, no. A contramano del resto, estos operarios con gorritos de lana y cachetes inflados con acullicos de hojas de coca trabajan contrareloj, a metros del ingreso al puente que lleva a barrio Alberdi. En ese punto donde una semana atrás se produjo un hecho de sangre que generó un brote de xenofobia contra toda la comunidad boliviana, la cuadrilla de albañiles está construyendo un puesto policial. Al lado de ellos, junto a una camioneta del comando, sigue apostado un puñado de uniformados que vienen turnándose en los últimos días para garantizar una presencia policial constante.
“Lo que nosotros queremos es que la policía se quede en el barrio, por eso decidimos juntar materiales entre todas las familias bolivianas y levantar una comisaría aquí mismo”, confía a PUNTAL Francisco Cruz, un joven de tez oscura y camiseta de River.
Cruz es la cabeza de una de las 16 familias que se vieron obligadas a abandonar raudamente sus viviendas la noche del miércoles cuando una ola de saqueos produjo estragos en cinco casas y amenazó con atacar a los integrantes de la comunidad, sin distinción. Estuvieron refugiados junto a varios compatriotas en una quinta donde pasaron un par de noches y pusieron a resguardo sus pertenencias más valiosas. “Pero no teníamos un techo, y los chicos querían volverse para sus casas, así que acá estamos de vuelta”, dice Cruz.
Al lado suyo, apoyados en la pared del pasaje donde el sol da de lleno, se ven otros rostros curtidos que una semana convulsionada fue sacando del anonimato. Entre esos rostros se ve el de Mary, la chica del piercing en los labios que amamanta a su beba y avisa al cronista que no van a insistir con la idea de buscarse un terreno en otro lado de la ciudad, como habían insinuado el jueves pasado. “Por ahora, la idea es quedarnos”. Otra mujer de cabellos largos y trenzados cuenta que también regresó a su casa y que volvió a levantar el cerco de chapas que su vecino le había tirado abajo en medio de la hostilidad que pareció contagiar a unos cuantos.
-¿Cómo se restablece la concordia entre los vecinos?, se les pregunta y Cruz vuelve a tomar la posta.
-Va a costar, porque hay mucha desconfianza entre argentinos y bolivianos, pero a lo mejor ustedes, los medios, nos pueden ayudar.
Entretanto, la prioridad de los pobladores del barrio es que se mantenga la vigilancia. “Mientras ellos estén, vamos a poder dormir tranquilos, pero no sabemos qué va a pasar si se van, por eso estamos construyendo esta comisaría, para que se queden acá y nunca más pase lo que nos pasó”, dicen.
Por eso, hiceron una colecta y le compraron la propiedad a un vecino que planeaba poner una despensa en el lugar. El trato se resolvió en cuestión de horas y, sin pérdida de tiempo, los albaniles empezaron a edificar una segunda planta.
“Hablamos con la policía y nos dijeron que necesitan un lugar donde poner sus cosas y hacer un dormitorio”, explica Cruz.
Los uniformados que mantenían la custodia en el pasaje Ruben Darío parecían menos enterados del acuerdo al que habrían llegado los vecinos de Las Delicias con las autoridades policiales. “Dicen que van a hacer otra comisaría, pero la verdad que a nosotros los jefes nada nos dijeron”, comentó por lo bajo uno de los agentes. (Tomado de El Puntal)
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