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Conocida como fue la sentencia contra Gabriela Zapata, pregunté cómo se identifica más a esa persona: ¿Por su nombre completo?.. ¿La Gaby?.. ¿La Zapata?
Puede que la pregunta resulte frívola ante la dimensión del hecho. Después de todo, el juicio contra La Zapata fue —y es— algo más que un proceso judicial. Fue una muestra de cómo se puede manipular la justicia para conseguir un fallo que no busca reparar un daño sino distraer la atención del fondo del asunto: tráfico de influencias.
Pero no puede haber frivolidad cuando se ponen en la balanza actualidad e historia. Para la actualidad, la importancia del juicio radica en la subordinación de un poder del Estado (el Judicial) no a otro poder sino a un partido político y sus decisiones cupulares. Para la historia, pesan más los detalles (ahora aparentemente triviales) que ayudarán a recordar este hecho en el futuro.
Un ejemplo del peso histórico de las frivolidades es el de Juana Sánchez, la más célebre de las amantes que tuvo Mariano Melgarejo. Se llamaba Juana Sánchez Campos pero, en su tiempo, la mayoría la conocía como “la Juanacha” porque así la nombraba el déspota. “De la Juana heroína sola”, dice el texto de una imagen de la época, una auténtica caricatura titulada “La vida o la bolsa” en la que se ve a la mujer y al tirano en un resumen de lo que fue su tumultuoso romance: abuso de poder y tráfico de influencias.
Hoy, 146 años después de la muerte de Melgarejo; pocos, casi nadie, se acuerdan de esa caricatura y el apelativo de “Juanacha” es prácticamente desconocido. Muchos, eso sí, saben quién fue Juana Sánchez. El nombre de la amante se hizo histórico y, pasando por encima de lo que fue la actualidad —“la Juanacha” del siglo XIX—, se impuso vinculado a lo que fue: más célebre de las novias que tuvo Mariano Melgarejo
A la novia de Evo Morales se la conoce más como La Zapata. Todos saben quién es pero pocos usan su nombre completo, Gabriela Geraldine Zapata Montaño. Cuanto más se le dice Gabriela Zapata. Alguna que otra vez se la mentó como Gaby. Lo más probable es que en el futuro se imponga su nombre simplificado de Gabriela Zapata, como pasó con Juana Sánchez.
De Juana Sánchez no se recuerda detalles. No se dice qué influencia ejerció en los nombramientos que favorecieron a sus familiares, incluido el hermano que después mató a Melgarejo. No se habla mucho de que se enriqueció gracias a su romance con el déspota. Ni siquiera se dice que ella también amasó su fortuna con regalos que le dieron sus amantes.
En el futuro se hablará poco de cómo se libró a altos dignatarios de Estado de ser incluidos en el juicio a Gabriela Zapata. Con excepción de los investigadores, pocos recordarán el embrollo del supuesto hijo que no existe en la realidad pero estuvo (creo que todavía está) inscrito en la partida número 51 del libro 42 de la Oficialía Colectiva del Registro Cívico número 15 de Cochabamba. Casi nadie se acordará de los millonarios contratos que la empresa china Camce consiguió mientras Gabriela Zapata era su gerente comercial. No creo que algún historiador verifique si esos contratos se ejecutaron a satisfacción del Estado boliviano. Lo que más se recordará es que Gabriela Zapata, más conocida ahora como La Zapata, se enriqueció rápidamente gracias a los regalos de sus novios. Se dirá que la suma de los contratos que firmó su empresa sobrepasó los 500 millones de dólares. Algún investigador detallista verificará que no hubo un caso así en la Bolivia de entonces (es decir, la de hoy). La mayoría se acordará que existió esta mujer. Y Lo que más se recordará es que fue la más célebre de las amantes que tuvo Evo Morales.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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