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Como todo tiene su tiempo, carnavales se festeja cuando el campo está lleno de vida. En tiempos normales la tierra está húmeda y las flores están en todas partes, hasta en las montañas más altas el viento parece jugar más alegre con la paja brava, las vizcachas dejan su madriguera más temprano para disfrutar del sol de mañana, todos los animales silvestres tienen su alimento o es temporada de menos trabajo para el acopio.
En el mundo de los humanos se observa, se vive y se siente alegría desbordante, hay juventud por todas partes y no pocos adultos se dejan contagiar de las mixturas, las serpentinas, la música, el baile y el encuentro del pueblo, los vecinos y la familia se reúne en torno a la challa de los bienesqueridos que son parte de la existencia por el efímero paso por este mundo.
En la parte occidental del país, la cultura andina y ancestral tiene su propio encanto en tiempos de carnaval, la gente que vive en las ciudades o la parte urbana vuelve a su lugar de origen, es el encuentro con las raíces, se dejan las indumentarias de la “civilización” y se viste el poncho, la ojanta, el chullu o la montera en la cabeza de los hombres para participar con alegría de la fiesta del pueblo. Las mujeres también lucen bellas con la aimilla, el ajsu y el sombrero fabricado con lana de oveja y cargan la llijlla con otras prendas o los frutos de la Madre Tierra. Es volver a la naturaleza y la música, la anata, el pinquillo, el charango o la zampoña.
En el campo se agradece a la Pachamama con flores, confites, mixturas y serpentinas; las chacras, los corrales de los animales donde hay crías que parecen abrir los ojos a la alegría, juegan y saltan por el campo y la tropa de los adultos ahora son adornados con flores hechos de lana de colores, especialmente los camélidos que pastan luego por el campo donde el rocío tiene más horas prolongadas.
El pueblo, las “bases” como dirían los políticos, están junto a sus autoridades originarias, ahí se reconoce y respeta la presencia del Curaca, el Jilakata: pero también están el Corregidor, el Alcalde, la Junta y otros mandos que son singulares en cada comunidad o ayllu, ellos comparten vestidos con sus ropas más elegantes de fiesta y su bastón de mando. No falta la sagrada hoja de coca, se liba con alcohol puro y la chicha especialmente elaborada para la ocasión. Hay pueblos donde se ha sacrificado varias cabezas de llamas u ovejas que después del horno pasan a todos los presentes en platos desechables, es la gratitud de alguna autoridad de turno a todos los visitantes o familiares que por la fiesta vuelven ala comunidad.
Las autoridades se desean mutuamente una buena gestión, piden a los dioses por la buenaventura, por una buena cosecha, la multiplicación sana y fuerte de los animales domésticos, por la paz y progreso de la comunidad, que se alejen los malos espíritus; en señal de la unidad piden a los grupos de bailarines que se haga una sola ronda al compás de los charangos, zampoñas o los pinquillos. Todos son hermanos porque sienten la esencia de estar en el pueblo que los vio nacer o recuerdan la sangre de los abuelos.
En los días de fiesta por carnavales se olvidan las diferencias de toda laya, idan las preferencias políticas, la profesión o la forma de ganarse la vida en las ciudades donde todo es desafío, el pueblo de origen hace iguales a todos, abrazos y saludos como deseos de bienestar es lo que prima.
Para los jóvenes también es la oportunidad de encontrar pareja, consolidar una relación o comenzar otra etapa de la vida que es el “sirviñaku”, aunque en los tiempos actuales del celular y el WhatsApp rompe el encanto del enamoramiento, la tecnología también ha invadido el campo y la comunidad. ¡Carnavales, quién los inventaría!
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