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Que las autoridades bolivianas hayan llegado a hacer lo que les plazca sin temor, sonrojo ni vergüenza (por más ultraje, bobada y desacierto que impliquen sus actos), expresa no sólo la tremenda fragilidad de la exigua institucionalidad estatal y democrática que aún subsiste en el país, sino también el verdadero talante de aquéllos que un día perjuraron hacer del acatamiento a las normas y del respeto pleno a la ciudadanía los rasgos de distinción su gestión con las de gobiernos pasados.
Lamentablemente todo resultó no sólo igual, sino peor. Casi todas las actuaciones de las actuales autoridades resultaran más burdas, desconsideradas y disparatadas que la de sus predecesores. Alcaldes, tribunos, fiscales, dignatariosy hasta primeros mandatarios proceden impávidos a toda clase de despropósitos, y extravagancias, rematadas, incluso, con indecorosos toqueteos y manoseos.
Llegado a ese punto, el deplorarlas actuaciones de los gobernantes es un equívoco, que sólo muestra la clara afición que tenemos los bolivianos de apuntar siempre al lado equivocado. El tener semejante pléyade de diletantes conspicuos del absurdo y la irresponsabilidad fungiendo de nuestras autoridades no es una causalidad o de mala suerte. Todos ellos están ahí por decisión nuestra.
Por tal motivo, corresponde empezar a redireccionar la crítica. Seguir descargando furores y desencantos contra el fútil y disparatado desempeño de los gobernantes no sólo es desacertado, sino injusto. Llevamos muchísimo tiempo (años, incluso décadas y siglos) desgañitando reproches contra ellos y la respuesta es un eterno retorno de lo idéntico.
Urge aceptar que los gobernantes, los que regentan la institucionalidad pública y estatal, no cayeron del cielo, no provienen de otro mundo. Todos salieron del pueblo, de nosotros mismos (especialmente los actuales). Son de la misma pasta de la que estamos hechos. Y fue nuestra decisión la que los ubicó ahí, de autoridades. Y como parte de nosotros, toda crítica a ellos debe incluirnos; es más, debe partir primero del cuestionamiento a nosotros mismos.
La negligencia, improvisación, mezquindad, carencia, superficialidad, inoperancia, mediocridad, malicia, ignorancia, intolerancia, arbitrariedad, embriaguezy torpeza que tanto rechazo e indignación suelen provocarnos los gobernantes son, en el fondo, hábitos consuetudinarios de gran parte de bolivianos y bolivianas, ejercidos en casi todos sus entornos (familiares, laborales, deportivos, urbanos, etcétera). Tales hábitos posibilitaron una cultura generalizada, que impregna a la sociedad boliviana de innumerables contradicciones y paradojas.
Asunto de idiosincrasia
Luego de haber intentando de todo, con gobiernos, modelos y ideologías de toda forma y color, con frustración se constata que poco o nada cambió en el país. Por tanto, es oportuno empezar a indagar dónde está el error, donde está el equívoco. Es claro queno podemos seguir así, sin dilucidar la incógnita. Obviamente, los fallos no pueden ser sólo de los gobernantes, de las autoridades. Somos nosotros también los causantes. Y nuestra culpa está encreer incautamente en las promesas de los candidatos, pero también en haber construido una idiosincrasia que hace infructuosa cualquier pretensión de cambio.
Es vital, impostergable, comenzar a mirarnos al espejo y reconocer y aceptar nuestros fallos, devaneos y desaciertos, ya que contribuyen a crear un entorno que materializa todo aquello que supuestamente deploramos y abominamos. Sin dicha mirada, no sólo la viga que está en nuestra vista se engrandece, sino que hace más grotesca nuestra impostura de criticar la paja en el ojo ajeno.
¿Cómo podemos fustigar al alcalde cruceño su repugnante machismo si poco o nada hemos hecho por suprimir el pavoroso patriarcado reinante, desde siempre, en nuestro país? Salvo reducidos y meritorios grupos de recalcitrantes y activistas, la mayoría social continúa impertérrita (incluso con alegatos justificatorios) ante el constante aumento de los abusos y violencias contra la mujer, al grado de ser Bolivia ya el segundo país de la región en casos de feminicidios.
¿Cómo podemos criticar a las autoridades su ligereza e indolencia si lo insustancial y lo insensible son actitudes habituales de bolivianos y bolivianas? Demuestra basta apelar a lo ocurrido en el último carnaval orureño donde público y bailarines vivieron momentos de zozobra ante la posible cancelación del jolgorio a raíz del fatal derrumbede una pasarela que lesionó y mató a varios, o la perversa indiferencia de folcloristas ante la muerte y dolor que ocasionaron con su danza y embriaguez en plena carretera al Desaguadero.
¿Cómo podemos reprochar las actitudes pendencierasy bravuconas del gobierno si los propios ciudadanos privilegiamos la confrontación y la descalificación al momento de tratar casi todas nuestras discrepancias? Rara vez optamos por el argumento y la deliberación, por el dialogo y el acuerdo, por querer escucharnos y respetarnos mutuamente. Es el agravio, el insulto, el sarcasmo, las actitudes predilectas que brindamos al que contradice nuestro punto de vista. Es así que la hostilidad (como cultura de convivencia) está presente por doquier: en el hogar, la familia, los amigos, el trabajo, la calle…
¿Como podemos recriminar al gobierno sus prácticas caudillistas, sensibleras y prebendales si los bolivianos y bolivianas somos tan gustosos de dejarnos llevar por las simpatías, antipatías y dádivas? Son muy pocos los ciudadanos en que los carismas, los regalitos fútiles, los discursos de plazuela, las frases hechas, no actúen como seductores efectivos. No es casual que en Bolivia personajes de gran demagogia y prebenda hayan tenido un lugar preferente en el corazoncito popular (Carlos Palenque, Max Fernández, Evo Morales, no son meras contingencias).
¿Cómo podemos condenar la engañosa y malintencionada propuesta de mapa electoral del Tribunal Supremo Electoral si el timo y la mala fe son actos tan frecuentes en el cotidiano de la gente? Es suficiente utilizar los servicios públicos de transporte o adquirir abastos en los mercados populares para ser víctima de usureros, especuladores, agiotistas, cuyos “tramiajes”, cobros excesivos y pesos adulterados desbaratan cualquier pretensión de cuidar la magra economía familiar.
Finalmente, ¿cómo podemos protestar de la tosquedad, incapacidad e ignorancia de las autoridades si la calidad, eficiencia y capacidad nunca fueron cualidades valoradas por la ciudadanía? Es sólo con improvisación, precariedad e intuición que los bolivianos y bolivianas solemos enfrentar casi todos nuestros retos y desafíos. Es por esto que nuestros logros y aciertos como país apenas pueden ser numerados con los dedos de una mano.
Ante tal situación, no nos queda más queaceptar que laexpresión de que “cada pueblo tiene el gobierno que merece” resulta seruno de los dichos más exactosy perfectos para entender la bolivianidad de la relación gobernantes-gobernados. Es por esté motivo, que nuestra sempiterna letanía de protestar contra los gobiernos de turno no sólo esun despropósito, sino una injusticia, una deshonestidad suprema.
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