TIM BURTON

BIG EYES DE TIM BURTON Y LA DISCRIMINACIÓN EN EL ARTE

Drina Ergueta

No he visto en la cartelera boliviana que esté anunciada la última película de Tim Burton titulada Big eyes. Es una pena que no lleguen todos los films a un mercado pequeño como el nuestro; sin embargo, la historia real que relata da pie a reflexionar sobre los innumerables casos similares que se han dado a lo largo de los tiempos y que como si nada se han pasado por alto: que una mujer haga y el hombre reciba el reconocimiento.

La película cuenta la vida de Margaret Doris Hawkins que se convierte en Margaret Keane, adoptando el apellido de su segundo marido Walter. Me hierve la sangre que una mujer pierda el apellido, su identidad, por el matrimonio, pero ese es otro asunto y me pierdo.

Vuelvo. Ella pintaba figuras de mujeres y niñas con unos ojos inmensos. Unas figuras infantiles e infantilizadas bastante kitsch, que solían ser tristes, y que ella creaba encerrada en casa mientras el marido no tenía el menor reparo en decir públicamente que él las hacía, y las firmaba como Walter Keane, para ganar con ello fama y fortuna.

No voy a valorar la película, para eso están las críticas de personas expertas, voy a hablar de la historia, una historia que se repite desde hace siglos y que trata de que las mujeres han estado relegadas al espacio doméstico privado, sometidas a la ignorancia impedidas de acceder o desarrollar cualquier capacidad artística, mientras que el espacio público, el conocimiento y el reconocimiento ha sido un reino de los hombres.

A veces parece que esto es cosa del pasado, que esta discriminación es de hace mucho tiempo, que ahora las mujeres tienen las mismas posibilidades de acceso a la educación, a la cultura y al reconocimiento; sin embargo, no es así. Se debe tomar en cuenta que son algo más de cien años, sólo cien años, que las mujeres pueden recibir educación superior en los países más desarrollados y esto repercute en toda su creación.

Ser artista, pintora, escritora, poeta o dramaturga, entre otras, provocaba incredulidad si no risa o azotes. Sólo por ser mujer esa actividad era deslegitimada, menospreciada o castigada.

Hay mujeres que ocultaron su nombre femenino detrás de otro masculino para poder escribir, como es el caso de Mery Anne Evans que publicaba como George Eliot, de Amandine Aurore Lucile Dupin que firmaba como George Sand, de Caterina Albert que escribía con el nombre de Víctor Catalá o Fernán Caballero que en realidad era Cecilia Böhl, entre otras.

Y entre las escritoras también hay maridos que se aprovecharon, como es el caso sufrido por la francesa Claudine Colette, cuyo marido, que no nombro para ignorarlo, firmó la serie de novelas “Claudine”.  Se sospecha también de un Premio Nobel de Literatura, pero no lo menciono porque no está probado.

En pintura es difícil encontrar firmas de mujeres famosas y hay razones para ello. En el Renacimiento las mujeres no eran instruidas y para pintar habían de saber sobre anatomía, física y aritmética.  Posteriormente, las pocas que pudieron hacerse del pincel se veían impedidas de ingresar a las academias y se les era prohibido utilizar modelos de cuerpos desnudos.

Algunas han logrado salir del anonimato, como Artemisa Gentilesch, Lavinia Fontana, Adélaïde Labille-Guiard, Elisabeth Vigée-Lebrun, Angélica Kauffmann, Rosa Bonheur, Berthe Morisot, Suzanne Valadon y Käthe Kollwitz, entre otras. Todas porque tenían alguien que les permitió acceder al conocimiento o porque tenían una posición social alta que les favoreció.

En el listado de mujeres artistas “rescatadas” por la cultura reconocida, como en muchos otros aspectos, no aparecen nombres de mujeres (generalmente también sólo hay pocos de hombres) de origen latinoamericano, africano o asiático.

Antes y hoy todavía, la valoración como arte está medido y calificado como tal principalmente por el mundo occidental anglosajón. Pese a los avances en derechos, en cultura la mujer sufre también la discriminación no sólo de género, sino también de clase, de etnia y de origen.

El reconocimiento ha sido y, pese a algunos cambios a favor de la mujer, sigue siendo atribuido al género masculino y generalmente del primer mundo. En ámbitos de la cultura, vale decir en artes como la literatura, la pintura, el cine, etc. aún hoy en países donde se supone que la mujer ha ganado y disfruta de mayores derechos se escuchan denuncias y reclamos de las dificultades y discriminaciones que viven las mujeres.

Hay obras sin firma y cuando se descubre quién la pintó su precio depende del sexo de la autoría, si es mujer se devalúa. Las feministas Guerrilla Girls en 1989 denunciaron que en el Metropolitan Museum había un 5% de obra femenina, pero un 85% de desnudos de mujeres.

Si hoy uno escribe “pintora” en Google, automáticamente la página te cambia a “pintor”.

Las figuras pintadas de grandes ojos tristes de Margaret Doris Hawkins, que estoy segura muchas personas las vimos en posters, libretas y tarjetas hace unas décadas, recibieron críticas negativas en su momento de parte de los expertos en arte; sin embargo, esa obra se vendió y popularizó de manera relevante, firmada por un varón.

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Big eyes de Tim Burton y la discriminación en el arte

Drina Ergueta

No he visto en la cartelera boliviana que esté anunciada la última película de Tim Burton titulada Big eyes. Es una pena que no lleguen todos los films a un mercado pequeño como el nuestro; sin embargo, la historia real que relata da pie a reflexionar sobre los innumerables casos similares que se han dado a lo largo de los tiempos y que como si nada se han pasado por alto: que una mujer haga y el hombre reciba el reconocimiento.

La película cuenta la vida de Margaret Doris Hawkins que se convierte en Margaret Keane, adoptando el apellido de su segundo marido Walter. Me hierve la sangre que una mujer pierda el apellido, su identidad, por el matrimonio, pero ese es otro asunto y me pierdo.

Vuelvo. Ella pintaba figuras de mujeres y niñas con unos ojos inmensos. Unas figuras infantiles e infantilizadas bastante kitsch, que solían ser tristes, y que ella creaba encerrada en casa mientras el marido no tenía el menor reparo en decir públicamente que él las hacía, y las firmaba como Walter Keane, para ganar con ello fama y fortuna.

No voy a valorar la película, para eso están las críticas de personas expertas, voy a hablar de la historia, una historia que se repite desde hace siglos y que trata de que las mujeres han estado relegadas al espacio doméstico privado, sometidas a la ignorancia impedidas de acceder o desarrollar cualquier capacidad artística, mientras que el espacio público, el conocimiento y el reconocimiento ha sido un reino de los hombres.

A veces parece que esto es cosa del pasado, que esta discriminación es de hace mucho tiempo, que ahora las mujeres tienen las mismas posibilidades de acceso a la educación, a la cultura y al reconocimiento; sin embargo, no es así. Se debe tomar en cuenta que son algo más de cien años, sólo cien años, que las mujeres pueden recibir educación superior en los países más desarrollados y esto repercute en toda su creación.

Ser artista, pintora, escritora, poeta o dramaturga, entre otras, provocaba incredulidad si no risa o azotes. Sólo por ser mujer esa actividad era deslegitimada, menospreciada o castigada.

Hay mujeres que ocultaron su nombre femenino detrás de otro masculino para poder escribir, como es el caso de Mery Anne Evans que publicaba como George Eliot, de Amandine Aurore Lucile Dupin que firmaba como George Sand, de Caterina Albert que escribía con el nombre de Víctor Catalá o Fernán Caballero que en realidad era Cecilia Böhl, entre otras.

Y entre las escritoras también hay maridos que se aprovecharon, como es el caso sufrido por la francesa Claudine Colette, cuyo marido, que no nombro para ignorarlo, firmó la serie de novelas “Claudine”.  Se sospecha también de un Premio Nobel de Literatura, pero no lo menciono porque no está probado.

En pintura es difícil encontrar firmas de mujeres famosas y hay razones para ello. En el Renacimiento las mujeres no eran instruidas y para pintar habían de saber sobre anatomía, física y aritmética.  Posteriormente, las pocas que pudieron hacerse del pincel se veían impedidas de ingresar a las academias y se les era prohibido utilizar modelos de cuerpos desnudos.

Algunas han logrado salir del anonimato, como Artemisa Gentilesch, Lavinia Fontana, Adélaïde Labille-Guiard, Elisabeth Vigée-Lebrun, Angélica Kauffmann, Rosa Bonheur, Berthe Morisot, Suzanne Valadon y Käthe Kollwitz, entre otras. Todas porque tenían alguien que les permitió acceder al conocimiento o porque tenían una posición social alta que les favoreció.

En el listado de mujeres artistas “rescatadas” por la cultura reconocida, como en muchos otros aspectos, no aparecen nombres de mujeres (generalmente también sólo hay pocos de hombres) de origen latinoamericano, africano o asiático.

Antes y hoy todavía, la valoración como arte está medido y calificado como tal principalmente por el mundo occidental anglosajón. Pese a los avances en derechos, en cultura la mujer sufre también la discriminación no sólo de género, sino también de clase, de etnia y de origen.

El reconocimiento ha sido y, pese a algunos cambios a favor de la mujer, sigue siendo atribuido al género masculino y generalmente del primer mundo. En ámbitos de la cultura, vale decir en artes como la literatura, la pintura, el cine, etc. aún hoy en países donde se supone que la mujer ha ganado y disfruta de mayores derechos se escuchan denuncias y reclamos de las dificultades y discriminaciones que viven las mujeres.

Hay obras sin firma y cuando se descubre quién la pintó su precio depende del sexo de la autoría, si es mujer se devalúa. Las feministas Guerrilla Girls en 1989 denunciaron que en el Metropolitan Museum había un 5% de obra femenina, pero un 85% de desnudos de mujeres.

Si hoy uno escribe “pintora” en Google, automáticamente la página te cambia a “pintor”.

Las figuras pintadas de grandes ojos tristes de Margaret Doris Hawkins, que estoy segura muchas personas las vimos en posters, libretas y tarjetas hace unas décadas, recibieron críticas negativas en su momento de parte de los expertos en arte; sin embargo, esa obra se vendió y popularizó de manera relevante, firmada por un varón.

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