RODOLFO ILLANES

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Illanes, mientras estaba secuestrado, pidió por teléfono que se repliegue la Policía para que los mineros no atenten contra su vida, pero los encargados del operativo no cumplieron.
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Está acusado por el delito de asesinato, en grado de complicidad, además de robo agravado y lesiones graves y leves.
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A horas 16.37, abogados de Romero entregaron a la Fiscalía el memorial respectivo para solicitar la comparecencia.
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Opositores pidieron que el Ministro sea convocado a declarar, luego de que circulara un video en que Illanes, en medio de su secuestro, pidió por teléfono a Romero que se paralicen las operaciones policiales de desbloqueo.

LA LOCURA Y LOS JUEGOS DEL PODER

Iván Castro Aruzamen

Las historias del ejercicio del poder son historias de locuras; pero locuras hechas por hombres que a simple vista no parecen padecer ninguna anomalía. Pero, los políticos, son los que llevan mucho más que cualquier otro ciudadano, incrustada en el hígado la locura. Locura por el poder. Las locuras que emergen del poder político no se pueden definir por conceptos u términos precisos, porque es un juego y en el juego no siempre existe claridad; por eso, es mejor contar los cuentos de las locuras y los juegos mutuos donde aparecen, los actores políticos inmiscuidos en este juego de locuras por el poder; sin duda, muchos escritores y pensadores, cada día van contando este juego de locuras del poder; la prensa recoge cotidianamente de una manera u otra los juegos de locuras en las que el gobierno se sostiene; uno de los novelistas más destacados que en este momento tiene el país, Claudio-Ferrufino Coqueugniot, ha sido uno de los que mejor ha contado durante estos años las locuras del poder en nuestro país, con una agudeza y precisión, digna de un cirujano de la lengua. Quiero arrancar en este viaje por las locuras del poder político, desde la Orestíada de Esquilo. En ella aparece de forma nítida el juego de locura entre Agamenón, Ifigenia y Clitemnestra, tanto en la versión de Eurípides como de Esquilo.
En esta historia donde Ifigenia es el centro de atención se muestra el límite de la conciencia griega. Así en la Orestíada, Esquilo cuenta el sacrificio trágico de Ifigenia, hija de Agamenón hecha a manos del propio Agamenón. Cosa insólita que el padre recurra al asesinato de su propia hija para aferrarse al poder, juego de locura. El ejército griego había salido para la conquista de Troya, pero en el camino se quedó paralizado por la falta de viento que moviera toda la flota naviera. Agamenón preguntó a la diosa Artemisa (Diana) la razón de la ausencia de vientos. Ella le responde que volverán los terribles vientos del mar Egeo para mover las velas del ejército griego, sí y sólo sí, Agamenón sacrificaba a su hija Ifigenia. Sólo entonces volverían los vientos. Agamenón como todo político mañoso y descarado, vil alimaña que se alimenta del poder, hace el cálculo que correspondía y manda a sacrificar a su hija. El sacrificio era útil, por tanto necesario. Cuando los verdugos enviados por Agamenón van en busca de Ifigenia, ésta ofrece resistencia. Maldice a su padre. También Job maldecirá el día que salió del vientre de su madre, como protesta ante el juego de locuras del Dios de Antiguo Testamento, Jhavé. Frente a la locura del poder que ejerce una presión sin límites sobre la subjetividad, no existe otra salida que la maldición. Ifigenia les grita asesinos a sus verdugos y aunque patalea con todas sus fuerzas, finalmente, sus gritos se ahogan en el altar del sacrificio. Ifigenia muere porque es útil a los intereses del poder político. Pero también el texto deja claro que Ifigenia era la loca, porque no podía entender el juego de locuras por el poder. En cambio, Agamenón, es el sensato, porque toda la maquinaria de guerra estaba movilizada y, razonablemente, la muerte de Ifigenia no tenía otra salida. Su muerte abre los ojos a los locos por el poder que pueden divisar en Troya toda la riqueza y su brillo que enloquece aún más a los deificadores del poder. Para el poder y los políticos, la utilidad de toda muerte, además, es necesaria o por lo menos así lo considera la sabiduría del juego de locuras y de los locos por el poder.
¿Cuál es el paralelo de la historia de la Orestíada con nuestra realidad del poder en nuestro país? Sin duda, el gobierno ha actuado en todas las locuras en las que está involucrado, por esa lógica de la utilidad. Era necesario que el viceministro Illanes muera, para que las agitadas demandas del cooperativismo minero volvieran a su cauce. Por tanto, era necesario para el gobierno que el viceministro fuera sacrificado en el altar del juego de locuras por el poder y que entrará en el baile de la muerte. El gobierno se ha esforzado en hacer ver al exviceministro Illanes como un loco por haber incursionado en campo minado por la violencia buscando la pacificación. Pero, las últimas imágenes y audio, han mostrado la sensatez del sacrificado Illanes; su llamada de auxilio, hace ver al gobierno como el loco asesino, responsable de haberlo sacrificado en pro de la utilidad del poder. Juego de locura hasta la demencia. Y el resto de los casos, en los que la muerte es utilizada como una necesidad razonable, el gobierno, ha terminado mostrando su locura. Zapata, por ejemplo, en un primer momento fue vista como la loca que desfalcó al Estado –por supuesto bajo el ropaje de la tramoya– y el gobierno como el sensato que le llevó a juicio o el caso del Fondo indígena y un poco más atrás, los muertos del porvenir, etc. El gobierno en sus juegos de locura siempre aparece como el más sensato, cuando en realidad es el asesino para quien la muerte de un ciudadano, sea o no parte de su locura, sólo es necesaria y útil.

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TORTURADO Y ASESINADO

Raúl Peñaranda U.

Rodeado, amenazado, atemorizado, insultado. Tal vez pensaba que no iba a morir. Quizás pensó que el Gobierno haría lo que él pedía: que la Policía fuera replegada del lugar de manera pronta y completa.
Cuando Rodolfo Illanes le “rogaba al doctor Romero” que la Policía no actuara en el despeje de vías, lo que estaba tratando de decir es que fuera retirada del lugar. Pero el ministro Carlos Romero, y seguramente sus asesores inmediatos, escucharon “que la Policía no actúe”, cuando existe un mar de diferencia entre “no actuar”, quedarse en la zona, estar en apronte, mantenerse visible, y replegarse verdadera y genuinamente. El país tuvo durante siete horas a una autoridad secuestrada y, por lo que hizo y dijo el Gobierno, parecía que no pasaba nada.
El Ministerio de Gobierno ha señalado que dio la orden de ese repliegue de manera “casi inmediata” a las tres suplicantes llamadas de Illanes. La última fue a las 10:51. Después se detalló que el repliegue se ordenó a las 14:00, es decir tres horas después de las llamadas telefónicas. Eso no es “casi de inmediato”.
Y, además, existen testimonios que señalan que en realidad la Policía se replegó recién cuando se supo de la muerte de Illanes, alrededor de las 17:00 horas. Ello coincide con que, a eso de las 15:00, radios locales transmitieron en vivo desde Panduro que había movimientos de fuerzas policiales. Finalmente, el tercer minero muerto en los enfrentamientos falleció ese día, más o menos a las 17:00 por disparos de bala, en las cercanías de donde Illanes estaba secuestrado. Por lo tanto, no calza que el repliegue se dio “casi de inmediato”. (Escribo esta Columna antes del acto de interpelación legislativa a Romero y al titular de Minería, César Navarro, por lo que no cuento, obviamente, con esa información).
El régimen actual tiene fijada en su forma de actuar que no cede, que el Estado debe ser respetado, que los discapacitados pueden marchar cien veces, pero no se los atenderá, que los cívicos potosinos pueden marchar por mil calles paceñas, pero no se aceptarán sus pedidos.
Por otro lado, las autoridades pueden haber pensado que los mineros, que eran sus aliados hasta ese día, no iban a llegar tan lejos. Que para un secuestrador, mantener con vida al secuestrado es su carta de negociación y que por ello debe protegerlo. Quizás los mineros se exasperaron porque la Policía no se replegó, por el contrario actuó y otro minero resultó muerto. Pueden haber pensado que era una provocación. Pueden haberse sorprendido de que el ministro Juan Ramón Quintana pidiera la liberación del secuestrado, pero no pusiera aquello como requisito específico para instalar el diálogo, previsto para el día siguiente. Pueden haber creído que su secuestrado no tenía valor.
Poco después cometieron un delito bárbaro, que debe ser sancionado con todo el rigor de la ley. De hecho, ya existen 10 mineros detenidos y acusados como autores intelectuales y materiales del inenarrable hecho, mientras otros tantos se dieron a la fuga. Eso es correcto. Pero que ese crimen sea injustificable no quita que las autoridades también sean pasibles a ser investigadas.
En este caso, como en el pasado, no se ha visto en el Gobierno ni un ápice de autocrítica, ni la menor señal de remordimiento. Por el contrario, el Vicepresidente Álvaro García Linera ha intentado aprovechar esa muerte, llamando “héroe” a Illanes y describiendo, de manera ofensiva, las torturas a las que fue sometido. Incluso lo comparó con Cristo. Un portal gubernamental señaló que el exviceministro “se inmoló”. No, no se inmoló, rogó por su vida, tanto a mineros como a autoridades, y no fue escuchado.
Y esa incapacidad a la autocrítica se refleja también en que, de un día para otro, los que eran aliados de las autoridades, y a quienes defendían a brazo partido, pasaron a ser villanos. De ser mineros sacrificados que aportaban al desarrollo nacional, fueron retratados como “gamonales explotadores”. De un día para otro. Es una sorprendente muestra de cinismo.  / Raúl Peñaranda U. es periodista. Twitter: RaulPenaranda1

 

 

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Seguridad
El MInistro manifestó que un rescate implicaría “numerosas bajas” de policías y mineros “con muertos y heridos”, pero se coordinó que miles de efectivos se movilicen de varios departamentos para intervenir en Panduro la madrugada del día siguiente.
Política
“¿Por qué el viceministro Illanes fue enviado a Panduro, qué instrucciones tenía, qué medidas de seguridad se tomó?”, es una de las preguntas al Ministro de Gobierno.

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