Pino Daniele

HA MUERTO PINO DANIELE

Pablo Cingolani

Pino Daniele supo combinar la “forza” musical y existencial napolitana —si, del mismo Nápoles de Diego, del Nápoli milagroso de Maradona— con el blues y el jazz del mundo contemporáneo y así, marcó una época, desde el sur, desde el menospreciado sur peninsular —el sur pobre y “mafioso” frente al pretendido norte industrial y “decente” de los poderosos como Berlusconi—, en la música y el arte de Italia —sí, de la misma Italia de Leonardo, Miguel Ángel, Verdi, el Dante, Leopardi y Pasolini, entre tantos otros genios creativos. Pino Daniele acaba de morir, a sus escasos 59 años.
 
Pino supo dejar una marca propia en la música popular del siglo XX no sólo en Italia sino también en nuestros corazones. Al menos en el corazón de Jorge Lucero —mi amigo, quien me avisó de la partida de Pino vía correo electrónico desde Argentina— y el mío, mi propio corazón.
 
Pino supo, como Javier Martínez o Spinetta o Los Jaivas o Wara, traducir con actitud y lenguaje propio el aluvión musical más profundamente poético de toda la historia humana: la música de los negros esclavos del Mississippi  que siempre fue el blues del desgarro por África, y luego fue jazz y su hijo más querido: el rock and roll.
 
Y nosotros, con Lucero, cuando éramos tremendamente changos, escuchábamos esas músicas todo el santo día, no escuchábamos en realidad, vivíamos dentro de ella, de esas músicas y de tantas otras como Piazzola o Steely Dan, como Caetano o Ney Matogrosso o como Atahualpa Yupanqui o la Suna Rocha, porque todo era música.
 
A esa edad, nuestra vida era música, la vida era magia: ese es el derecho fundamental que deberían tener todos los jóvenes. No a un empleo como antídoto, no a estudiar en vano, sino a la vida como cura, a la vida como música, como expresividad, como creación de belleza y de vida, que es lo mismo.
 
Pino Daniele fue parte de esa misma secuencia de la película, fue parte de ese momento trascendental de la vida, ese momento, digo trascendental, porque es un momento de parto, de manifestación de la voluntad, de alumbramiento: es cuando decidís (o empezás a decidir y a sentir) qué cosa querés y que cosa no querés de la vida. Nosotros, así lo sentíamos y así también lo peleamos: queríamos música, música para toda la vida, rock and roll desde ya pero también todas las otras músicas; Pino, el que ha partido, incluido.
 
Opción preferencial por la diversidad. Elección conciente de la libertad como manera de relacionarse con el mundo. Fe, profunda fe, en el hallazgo, en el encuentro, en la búsqueda. Pasión por el camino donde se descubre la diversidad, donde se afirma la libertad, donde se prueba y se fortalece la fe.
 
La fórmula se probó exitosa: las circunstancias nos han separado con Jorge —yo vivo en Bolivia, el está allá— pero las decisiones de/vidas y la música nos han unido siempre —one Lord, one life, un dios, una vida, aullaría Bono, y se sabe: cuando elegís un camino propio, como el que eligió Pino, cuando vas por ese camino, y seguís derechito aunque te asustés, aunque dudés, como diría Sixto Palavecino, siempre, siempre pero siempre te alumbra lo más fundamental de todo, lo más sensible y lo más decisivo: te ilumina el destino.
 
El destino es siempre padre, madre, hermano mayor, cerro guía, apacheta, abuelo, abuela, pueblo, continente, amigo, el destino es amigo de todos los que se animen a encararlo.
 
Han querido enfrentar a destino y libertad, pero quienes lo han intentado son hombres de hondo egoísmo, son intelectuales en suma. Destino siempre se conjuga y se conjugará siempre con libertad si existe fe de por medio, si existe pasión como cauce y si existe amor como combustible vital y como consecuencia de la marcha, de la travesía permanente que es la vida. Eso es así pero sólo es así si la fe, la pasión y el amor son genuinos.
 
Genuino, no trucho, genuino, es decir honesto, genuino, valga la insistencia: real, gozosamente real, como lo fue el difunto Pino, o Jimi Hendrix o Roberto Godofredo Arlt.
 
Frente al fallecimiento de un ser inspirador —un ser que nos electrizó con su música, un ser que supo hacer arte combinando lo local con lo universal sin volverse comercial, sin seguir estereotipos marcados por el mercado global del espectáculo, es decir por el mismo y puto imperialismo de siempre—, uno se conmueve.
 
Uno se conmueve porque quien murió, no sólo es un músico del carajo que nos hizo felices tantas veces —toda una vida, toda una toma de decisión acerca de lo que es o debe ser la vida—, uno se conmueve porque el que se fue a las estrellas es un compañero del camino, es un hermano en el desierto y en el oasis, es un hombre que te acompañó en tu derrotero para llegar a ser eso mismo: uno en el mundo, uno con el mundo, uno –incluso- más allá del mundo, porque es bueno que se remarque: todos morimos, todos vamos a morir y ese mas allá, insondable y próximo, cercano e irremediablemente doloroso, también es cuestión de fe, de actitud, de pasión por vivir y por vivirlo, cuando te llegue la hora.
 
Esto que escribo, si lo pensás bien, te libera de una de las cadenas de este mundo aborrecible dominado por el capitalismo: no tener dinero. Lo que verdaderamente no hay que tener en este mundo desalmado es una sola cosa: no hay que tener miedo.
 
No hay que tener miedo de vivir y de vivirlo, no hay que tener miedo a la música, a los árboles, a la lluvia, a la pareja, al amanecer que siempre te sonríe. Cuidado que algún día, tengas dinero, e igual te olvides de vivir, igual te olvides de la magia.
 
Decía otro compañero que ya murió hace un tiempo, un compañero que se llamaba Federico (Moura) Nietzsche: no hay porque arrojar lejos de uno al héroe que todos llevamos dentro. Más o menos así, más o menos de eso se trata la fe, se trata la pasión y se trata el amor (de eso también se trataba algo que llamábamos con humildad y compromiso, militancia).
 
Buen viaje y eternamente, querido Pino. Parafraseando a los Stones: era sólo tú música, era sólo tu audacia, pero me gusta, claro que me gusta!

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