Puntos Cardinales

SE NOS FUE JESÚS URZAGASTI

Miguel Castro Arze

Nunca hubiera querido estar, como ahora, en la dolorosa circunstancia de tener que escribir estas líneas. Y menos aún haber sido arteramente sorprendido por esta triste noticia estando varado, a medio camino, en un hotel, lejos de mis afectos, y por tanto solo e inerme frente a la desmesura de esa indescifrable ausencia como es la muerte.

Siempre me quedará la duda sobre si Jesús ha escrito varias novelas o en realidad desde siempre estuvo escribiendo una sola, eternamente inacabada, inacabable en realidad, acaso porque a los mundos que frecuentó, mágicos y escurridizos, no fue posible emboscarlos de una sola vez y para siempre, pues los seres y territorios que convocó Jesús a través de los ritos de las palabras permanentemente requieren ser nombrados, restituidos a la vida y así ocupar un lugar en el mundo que de otra manera lotendrían vedado.

Igualmente me queda la duda, a pesar de las pruebas irrefutables que indican lo contrario, si en realidad Jesús salió alguna vez del Chaco, porque indudablemente los hechizos de estas tierras impregnan cada una de las páginas de su obra, pero no como ecos de nostálgica ausencia o como un ejercicio de mera reminiscencia sino como una presencia tan viva que no es posible dejar de estremecerse al sentir que de sus palabras emanan los aromas del monte chaqueño y al dar vuelta las hojas cómo no saberse acariciados por el mismísimo frescor de los inigualables amaneceres de la provincia entrañable.

En efecto, como no estremecerse cuando el Chaco se hace vida en palabras como éstas: “Es tierra parda y humilde, aunque las ondulaciones de los cerros le atribuyen un carácter decididamente misterioso. Con ser única, su estampa se transforma y no se entrega fácilmente al observador. Si es un indio guaraní quien la mira, asume la imagen de una flor silvestre”.

Por ello yo siempre consideré que Jesús no solo es un escritor nacido en la Provincia del Gran Chaco, como lo testimonian las escuetas biografías que figuran en las solapas de sus libros, sino como un escritor esencialmente en-el-Chaco o, dicho de otro modo, un ser-medularmente-chaqueño.

Y esa presencia viva del Chaco en Jesús y su obra, que tal vez algunos convengan en llamar chaqueñidad, obviamente entrañó un compromiso y tuvo sus consecuencias. La primera de ellas, sin duda, la responsabilidad de saberse portador de las palabras imprescindibles para nombrar y hacer visible un mundo habitado por seres que discurren su vida ajenos a los resplandores y bullicios del país oficial. Seres, pienso en los indígenas chaqueños por ejemplo, poseedores de una sabiduría difícil de entender en estos días, pero que con seguridad de ser escuchados nos ahorrarían buena parte del camino necesario para adentrarnos en las profundidades de ese misterioso territorio que es el alma humana.

Ahora, en esta otoñal noche asuncena en que escribo estas páginas, recién caigo en cuenta que el Chaco en virtud a la obra de Jesús dejo de ser una mera referencia geográfica para convertirse en una forma esencial de ver y estar en el mundo. Un ver que en esencia no es otra cosa que la sensibilidad precisa para mirar más allá de los datos inmediatos de la realidad y un estar en el mundo como un arraigo casi religioso a la tierra. Una forma de ver y estar en el mundo imprescindibles para desentrañar las encrucijadas que la vida nos depara en estos tiempos con demasiada frecuencia opacos.

Escritores que como Jesús fueron directamente “del corazón a sus asuntos” tal cual reclamaba para sí mismo Miguel Hernández, nos dan la certidumbre de que gracias a dios la literatura todavía existe, pero no como una artificiosa creación a la medida de los regustos de los mercados, ni tampoco para rendir pleitesías al poder, sino como una responsabilidad con los dolores del mundo, pero también para procurarnos infinitos gozos y por supuesto para exorcizar demonios que solo dan tregua cuando las palabras alcanzan un orden en el papel y por fin dejan de pertenecernos.

Hasta siempre Jesús. Tu “hermano del sur” como solías llamarme.

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UN MUNDO PARA SANTIAGO Y MARTÍN

Miguel Castro Arze

Queridos Santiago y Martín:

Quienes pudieron hacer realidad ese viejo sueño de contemplar la tierra desde el espacio la describen como un inmenso globo azul, un planeta fulgurante, bellamente rodeado por una aureola luminosa y casi incandescente. Pero una vez puestos los pies en la tierra –ya descubrirán que sin dejar de soñar es bueno tenerlos así- de pronto nos damos cuenta que no todo es azul, que este mundo que les tocó como morada para consumar la maravillosa aventura de vivir y que hoy recién comienza a revelarse ante sus asombrados e inquisidores ojitos, es una extensa aldea con muchos grises y abundantes sombras.

Descubrirán que en el mundo -y su mundo inmediato es este ultrajado país- hay seres, demasiados, a quienes se les arrebató la dignidad del pan justamente repartido y la elemental certidumbre de un mañana. Sabrán también que esto no es el designio de unos dioses inmisericordes sino la obra premeditada de quienes juegan haciendo trampas.

Sin embargo, jamás permitan que esos negros nubarrones les impidan ver y disfrutar en toda su plenitud las cosas bellas que generosamente la vida les ofrecerá. La claridad y la fragancia de los días del verano, los amaneceres en cualquier estación, solo semejantes a lo que debió ser el mundo en el primer día de la creación, la sonrisa franca de quienes amamos, la sabiduría de los libros y el gozo de la música, pero también la armonía del silencio y una infinidad de cosas que con seguridad ustedes mismos irán descubriendo.

Pero junto a todo eso inevitablemente llegará el día en que les tocará descifrar los misterios del dolor y ojalá que para ese entonces comprendan que paradójicamente éste nos enseña la medida de la felicidad, el valor –que es muy distinto al precio- de lo que perdemos y la urgencia de construirnos, a pesar de todas las adversidades, como seres íntegros y plenos. Para ese entonces también sabrán que llorar es bueno y que no necesariamente es la otra cara del reír, porque de cualquier manera las lágrimas son una ofrenda a lo que la vida pródigamente nos da y que en los malos tiempos creemos que nos arrebata.

Jamás me impondré -tampoco podría hacerlo- la tarea de evitarles los sufrimientos que inevitablemente la vida les deparará, simplemente haré todo lo posible para ayudarles a que armen su corazón de valor, ternura y sabiduría para hacer en cualquier circunstancia, sin importar el costo, lo que su conciencia les dicte, eso será lo correcto, aunque se equivoquen.

Ser feliz es un imperativo, pero también una responsabilidad frente a aquellos que por cualquier razón no pueden serlo. Ustedes lo decidirán, pero les aconsejo que no se propongan cambiar el mundo, sino que con mucha modestia, pero con tesón y sabiduría, hagan todo lo posible para dejarlo un poquito mejor a cómo lo encontraron.

Los caminos que en la vida tendrán que recorrer son un misterio que dejo en manos del tiempo, de los dioses de la vida y del amor que sin reticencias les daremos quienes los rodeamos. Hoy, la única certidumbre que tengo y que mi corazón acaricia con avaricia es saber que con su llegada iluminaron para siempre mis días.

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POTOSÍ, DONDE TODO COMENZÓ

Miguel Castro Arze

En Quito el maestro Guayasamin decidió erigir una Capilla al Hombre. Terrible herejía y un auténtico nadar contra la corriente de milenios de una arquitectura ecuménica dedicada a exaltar a los dioses de todas las religiones que en el mundo hubieron. La cúpula inconclusa de este humano portento -pues la vida no le alcanzo al genial ecuatoriano para terminarla- quedó esbozada en un plano y en unos breves apuntes adjuntos bien se puede leer: “Potosí, donde todo comenzó”.

Potosí, como certera metáfora de lo que fue, es y acaso por mucho tiempo siga siendo este continente extenso y fatigado por los rigores de una historia que no da tregua. Porque en efecto, la minería y su aparejado modelo productivo, inaugurados en tierras potosinas hace ya más de cinco siglos, en esencia perduran en la matriz de nuestras contemporáneas y dizque modernas economías.

Ya no solo son el oro y la plata, revividos ahora con precios exorbitantes en el mercado mundial, sino también en estos días erigen su reino el petróleo, el gas e indudablemente la soja que arrasa campesinos, indígenas y bosques por igual. Pero mañana seguramente será el litio u otros minerales que el ingobernable mercado mundial con avidez demande. Lo cierto de toda esta historia es que al final del día seguimos siendo un continente primario exportador, que la industrialización soñada en los claustros cepalianos en la década de los setenta fue una quimera y que el auge que hoy ostentamos en el futuro puede ser igualmente una ilusión.

Si el extractivismo es una distorsión de la economía y una negación a la generación de riqueza de manera sustentable, es igualmente un formidable deformador de la política, del tejido social y de la psicología individual. Condiciona la política en la medida que el control y la captura del excedente se convierten en una despiadada disputa social, que genera efímeros enclaves de prosperidad y al corporativizar a la sociedad dificulta la generación de proyectos colectivos.

En el caso de Bolivia el extractivismo, como se lo llama en estos días, es ni duda cabe un designio histórico que cruza nuestras vidas sin importar el signo político o filiación ideológica de quienes nos gobiernen. Lo que si en algo variará será la forma en cómo se reparta la riqueza proveniente de estos enclaves económicos. Lo que primo tradicionalmente fue sin duda la apropiación oligárquica de estos excedentes, pero en verdad creo que ahora estamos siendo testigos de vestigios de un reparto más equitativo de ese patrimonio. Sin embargo, en ambos casos sin un destino productivo de esos recursos y sin poder responder a una acuciante pregunta: ¿de qué viviremos cuando este patrimonio natural se haya agotado?

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CHÁVEZ, EL INELUDIBLE

Miguel Castro Arze

El caudillo es el sindicato del gaucho. Esta frase que pertenece al argentino Arturo Jauretche, bien refleja el fenómeno del caudillo en América Latina. Ante la ausencia de representación política democrática e institucionalidad de derecho, el caudillo irrumpe en la historia. Representa, es la voz y más que nadaacción, de los sin voz, de los invisibles yparalizados por una realidad secularmente adversa. Porque la acción, frecuentemente heroica, es por excelencia la forma de vida del caudillo. Es su manera de ser en el mundo.

Eso fue Chávez y eso será el mito que al final le sobreviva. Y pese a quien le pese, será un hito ineludible en la historia que se escribirá sobre este inicio del nuevo milenio latinoamericano. Lo marcó a fuego, no solo porque fue el protagonista indiscutible de un nuevo posicionamiento de la región frente al norte, sino también porque fue uno de los promotores más lúcidos y empeñosos en la creación de una renovada arquitectura de integración de América Latina y el Caribe.  Y eso no tiene vuelta atrás.

Polémico y contradictorio, apasionado,como suelen ser los seres convocados por la historia, siempre despertó, y hoy con su muerte más que nunca, las pasiones más encontradas. No podía ser de otro modo. Siempre puso la mano sobre la llaga. Ya sea para aún más lacerarla o proféticamente aliviarla. Con sus programas de educación y salud alfabetizo y curó a millones. Ganó más de una docena de elecciones certificadas por organismos internacionales. Pero también fue generoso en exabruptos en contra de sus enemigos.

Pero, hoy atenuados por la historia y el paso del tiempo, así también fueron los caudillos y próceres de la independencia que honramos y que desde silenciosos retratos contemplan nuestros cotidianos avatares. Así fue Bolívar, apasionado y contradictorio, desenfrenado y sin miramientos a la hora de cumplir una misión que lo consumaba.

En el advenimiento de Chávez, como con maestría lo describe Gabriel García Márquez, ya convivían en él dos designios: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

La historia juzgará cuál de los designios finalmente se habrá cumplido, salvador o ilusionista, pero por lo pronto de ninguna manera me parece digna y humana esa mórbida festividad con la que sus enemigos, reales y gratuitos, festejan su muerte. Que además es la más lacerante de las confesiones de sus propias derrotas.

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EL VASO MEDIO LLENO

Miguel Castro Arze

Aun cuando me guste el vaso lleno, rebalsando, sobre todo cuando de espirituosos contenidos se trata, en tanto a la realidad se refiere, yo intento mirar, valorar y sentirme feliz, con el vaso medio lleno. Lo que sucede es que, pesimistas como somos casi por naturaleza los bolivianos, nos empeñamos en mirar el vaso medio vacío. Es decir, poner acento existencial y actitud plañidera en lo que nos falta y no regocijarnos por lo que con tanto esfuerzo conseguimos.

De este empeño pesimista en mirar las cosas, los bolivianos aprendimos a convivir con refranes que bien analizados son realmente perversos, solo para citar algunos ejemplos: "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer", es decir abominar por decreto de toda innovación y sentir terror a asumir riesgos, actitudes que además se justifican con otro dicho muy común:  "Juan seguro vivió cien años". Los grandes hombres y mujeres que marcaron diferencia con su paso por este mundo, no aspiraron a extensos cien años, sino a la intensidad del tiempo generosamente entregado a los demás.

Por si fuera poco en nuestro abultado repertorio también está la muy socorrida e inapelable sentencia casi siempre dicha con desdén: "la misma chola con otra pollera", que, además de un velado racismo, expresa nuestra cuasi religiosa oposición a cualquier cambio.

Acaso este medular pesimismo que nos aqueja a los bolivianos se deba a las persistentes y adversas arremetidas de una historia plagada de promesas incumplidas, de arteras trampas institucionalizas y de afrentas de toda índole. 

Pero, justificada o no, lo cierto es que esta manera de ver las cosas no nos ayuda, pues forja desconfianza y dificulta la generación de proyectos colectivos, de ahí que la fragmentación y anomia sociales suelan ser algunas de sus consecuencias.

Solo ayer, cuando le preguntaba a un taxista por qué tocaba como un poseído la bocina al cruzar una esquina aun cuando el semáforo estaba en verde, revestido de cierta sabiduría popular me contestaba que “como nadie respeta los semáforos, es mejor tomar sus previsiones”. Así, desconfianza y desapego a las normas más elementales de convivencia, se aparejan y fructifican prodigiosamente.

Aún en un asunto que de por sí debería unirnos sin más miramientos, como es el tema marítimo, se mira con desconfianza y también con mezquindad política las actuaciones del gobierno que, como acertada e hidalgamente estimo Carlos Mesa, más allá de todo logró posicionar el tema en el ámbito internacional al extremo de convertirse en un verdadero incordio para el gobierno chileno, obligándolo permanentemente a tener que dar explicaciones no deseadas.

Si miráramos el vaso medio lleno y no nos extraviáramos en los paralizantes laberintos de la desconfianza, tendríamos que regocijarnos por habitar un país que a pesar de todos los pesares va disipando temas acuciantes acaso solo por haberlos puesto ya sin tapujos sobre la mesa, como es el caso, por ejemplo, del secular racismo que nos aqueja. Aún nos falta muchísimo en este tema y evidentemente nuestras construcciones sociales son dolorosas y hasta dramáticas, pero, sin duda alguna, nunca más volveremos a ser ese país gris donde muchos tenían una ciudadanía negada. Hoy, un niño aymara o guaraní bien haría en afirmar “yo puedo ser presidente de este país”. Y no tendríamos por qué no creerle, sino regocijarnos porque ese vaso medio lleno es resultado de una faena colectiva.

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SOBRE CHINOS, AYMARAS

Miguel Castro Arze

Son las seis de la mañana, unas cuantas horas más y tomo mi vuelo a Santa Cruz. La sala de espera del aeropuerto de San Pablo se parece más a un hospital de guerra que a una moderna terminal aérea. Gente tendida en el suelo intentando dormir, mientras otros apresurados buscan la puerta indicada para abordar su avión. En casi todos se revelan rostros cansados, insomnes, pero también miradas donde ya es posible intuir la calidez de prontos reencuentros. 

Frente a mí, en las proximidades de la puerta de embarque A 24, un grupo de bolivianos duermen a pierna suelta. Al cabo de un rato uno de ellos despierta y sorprendido me mira por un momento, luego, desconfiado, dirige los ojos a su equipaje de mano. Todo está en orden y no hay nada que temer. Y una vez vencidas somnolencia y desconfianza iniciales comienza la fraternal conversa.

Es un grupo de comerciantes paceños, aimaras, que están de regreso de una feria en China. A esta inicial presentación por supuesto sobrevienen las preguntas de rigor. ¿Y la Muralla y las otras reliquias milenarias? No hay tiempo para el turismo, me dice. Las negociaciones son intensas y hay que asegurar que todo quede en orden. ¿Y el idioma? Sigo curioseando. Estamos aprendiendo, pero nos vamos entendiendo. Es que los chinos se parecen muchos a nosotros. ¿Cómo es eso? Tienen formas de hacer tratos muy parecidas a las que tenemos nosotros, la palabra vale mucho. Hay costumbres muy parecidas. Y me da innumerables ejemplos de entendimientos donde la confianza media entre dos culturas aparentemente en las antípodas, digo aparentemente porque se cree que los primeros pobladores de esta parte del planeta provenían de Asia precisamente. Y tal vez lo que está sucediendo ahora sea una reminiscencia de esos remotos tiempos en los que se inauguró la vida humana en estas tierras.

Esta sabrosa conversación me hace caer en cuenta de una paradoja: por lo que me asegura mi amigo aimara, resulta que es más fácil entenderse con un empresario chino que con uno boliviano de la zona Sur de La Paz. Porque, y esto es igualmente parte del testimonio recogido, ninguno de estos empresarios y comerciantes globalizados es parte de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia, aunque manejen tanto o mucho más dinero que ellos. No frecuentan los mismos círculos y "no hablan el mismo idioma". Además todos esos están quebrados, se acostumbraron a vivir de los gobiernos, agrega con vehemencia mi eventual compañero de tránsito en Guarullos.

Me queda claro que la confianza y la reciprocidad, tan natural en el mundo plebeyo e indígena, y que los expertos vinieron en llamar Capital Social, no solo facilita transacciones comerciales, sino enriquece la vida en general. Pienso que tal vez a los bolivianos con mucha frecuencia se nos compliquen las cosas justamente debido a tanta desconfianza que aprendimos a abrigar en los últimos años.

Pero también esto evidencia que la mundialización está posibilitando la apertura de espacios donde se van insertando sectores subalternizados, que aferrados a su cultura y sin necesidad de renegar de ella, navegan con soltura en las tumultuosas aguas de un mundo cada vez más parecido a una pequeña aldea.

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¿QUO VADIS TARIJA?

Miguel Castro Arze

En 2002 el Informe de Desarrollo Humano del PNUD nos retrataba como una sociedad que poseía una de las más altas capacidades de deliberación democrática y, por si ello fuera poco, se afirmaba que en el departamento existían más habitantes felices por metro cuadrado que en cualquier otra latitud del país. Democráticos y felices, esa era la fotografía en esos días. Pero es probable que si se hubiera hurgado un poco más, es decir si hubiéramos acudido a una radiografía, tal vez más allá de esa engañosa epidermis que es la clase media nos hubiéramos encontrado con una región que arrastraba serios déficits de inclusión sobre todo en relación a su población rural, campesina e indígena. Mas, como fuere, en ese entonces regía un sentido común que convocaba sin reticencias a la esperanza, alimentada ésta por la promesa de más recursos por el boom hidrocarburífero que expectantes comenzábamos a vivir.

Hoy, después de diez años, tengo la certeza de que la fotografía es otra y la radiografía evidencia preocupantes fracturas. El sentido común de felicidad colectiva con seguridad fue sustituido por otro de incertidumbre y acaso de desazón, frente a una historia que no cumplió con las expectativas, sueños y esperanzas que se acunaron en esos días. Pero no solo que nuestra felicidad colectiva se encuentra en entredicho, sino que además la sociedad que se amasijo en esta década terminó siendo menos propicia a la deliberación democrática, deviniendo en rupturas, conflictos estridentes y preocupante desagregación social y regional.

Pero la historia no simplemente sucede, ésta es una construcción humana y no el designio de unos dioses inmisericordes. Es decir, lo que vivimos hoy en día en gran medida es obra y gracia de los liderazgos y de las élites regionales. Elites en el sentido más amplio, es decir todo actor con capacidad de incidir en la esfera pública y eso, en nuestro caso, incluye a los nuevos liderazgos sociales surgidos en el departamento, que no supieron estar a la altura de los nuevos tiempos y que en muchas ocasiones jugaron haciendo trampas. Pero no solo ellos, aunque apenas sea por omisión, es decir “por dejar hacer” como se hizo, todos cuando menos somos testigos implicados. Y sin duda merecería un capitulo aparte analizar la impronta con la que el Estado central y sus gestores políticos mal manejaron su relación con la región.

No haber tenido la capacidad y la lucidez de propiciar una visión incluyente y plenamente compartida de región acaso sea la asignatura pendiente de la que se desagregan muchos de los demás problemas que hoy nos aquejan.

En cambio, se maltrató y exacerbo la política hasta extremos demenciales. Pero lo más triste de todo es que en un tránsito vertiginoso a la desagregación social, se sustituyó la ética de la felicidad, que mal que bien regía como nuestro horizonte identitario, por una mezquina ética del éxito. Éxito a cualquier precio y siempre como sinónimo de dinero. El trabajo honrado y creador aparentemente no es el camino a la felicidad, pues el atajo del éxito inmediato, sin importar los medios, es más atrayente y con ese siniestro mensaje se están formando las nuevas generaciones.

Junto a la desagregación social, el culto al éxito dolosoy a la vejación que de la política se hizo, comenzamos a vivir preocupantes asomos de anomia colectiva, es decir la sistemática y cotidiana violación de normas elementales que deberían garantizar la convivencia democrática en una sociedad. La proliferación de asentamientos en tierras fiscales y privadas es una clara expresión de ello. Y no solo se trata de violar en impunidad normas legales, sino a todos aquellos arreglos institucionales y sociales que regían nuestra vida pública y que aún sin estar escritos constituían verdaderos códigos de conducta.

Anomia colectiva en la medida que estas conductas, cuando menos indolentes, van haciendo presa a todos los espacios de convivencia ciudadana. Así, cruzar sin el menor empacho un semáforo en rojo, tocar bocina a diestra y siniestra, insultar por los medios de comunicación sin el menor decoro o vociferar consignas concebidas en el odio, se van convirtiendo progresivamente en formas aceptables de relacionamiento social.

En suma, como sociedad estamos en un punto de inflexión y mientras no seamos capaces de generar una visión compartida de región, es decir un imaginario común de futuro o un proyecto colectivo de sociedad departamental, que guie la inversión pública, que se transforme en políticas públicas, pero sobre todo que oriente los esfuerzos creadores de la sociedad, difícilmente podremos salir adelante. También habrá que restituirle a la política su primigenio sentido, es decir el de un ámbito ético de creación de bienes públicos y de sentidos compartidos. Todo eso solo se logrará con un pacto político e institucional que nos viabilice como región.

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