¿En Churubamba?

LA FRACTURA GEOPOLÍTICA DE SUDAMÉRICA EMPIEZA EN BRASIL

Rolando Carvajal y Rafael Bautista S.

Por Rafael Bautista S.
 
Si la diplomacia abierta está diseñada para el consumo informativo (pues algo se tiene que informar), la política exhibida mediáticamente está concebida para moldear opinión pública. Ninguna tiene, como misión, orientar y, menos, generar una relación crítica con los hechos políticos (el nuevo circo romano es virtual); lo que se informa no contiene nada que no sea lo permitido por la función asignada, es decir, lo que se sabe es apenas lo que una administración selectiva de información permite saber (este control, por supuesto, no es del todo perfecto; su éxito es proporcional al grado de domesticación producida). La interpretación de los hechos políticos son, de ese modo, circunscritos dentro de los márgenes permisibles que establece un poder estratégico que sabe la importancia del manejo de la información.
La diplomacia abierta es un concepto que sintetiza la visión aristocrática de la democracia moderna: el pueblo no tiene por qué saber lo que realmente está en juego. El pueblo obedece, no decide. Quienes deciden son los protagonistas de la diplomacia profunda y son los artífices de la política real. Lo que se ve es apenas el teatro mediático, la tragicomedia política; pero la trama, el argumento y el meollo del asunto, no pueden exhibirse, ni siquiera en el propio desenlace. Porque descubrir esto es revelar los propósitos del nivel profundo y esto significa desenmascarar al poder detrás del trono.
Hoy en día, la mediocracia ha monopolizado toda mediación entre individuo y realidad, haciendo de la opinión pública su patrimonio privado. La información se ha convertido en un recurso estratégico de control político, haciendo de ésta la marca registrada de todo fenómeno comunicacional; pero no es la información, en sí, lo que produce conocimiento, sino la reflexión que tematiza el sentido que contiene la información; tampoco es el contacto directo con los hechos lo que permite comprensión sino el tener perspectiva, así como la objetividad no se mide por la neutralidad sino por los criterios éticos que se asume. Entonces, para tener una visión clarificada de los acontecimientos, hay que superar el cerco mediático y desenmarañar los contenidos informativos que propaga la prensa y, de los cuales, ni ella misma es consciente.
Lo que sucede en Brasil no puede sopesarse a partir de lo que se exhibe mediáticamente; esa información sólo produce confusión y no permite entrever lo que realmente está en juego. Las denuncias de corrupción gubernamental es un teatro montado para los ingenuos en geopolítica, que es el modo cómo se está definiendo la nueva reconfiguración global. En ese sentido, la posible destitución de la presidenta Dilma no está lejos de todo lo que ha venido aconteciendo desde el golpe en Honduras y Paraguay.
Bajo la nueva nomenclatura implantada por las guerras de cuarta generación, un golpe de Estado puede ahora prescindir del uso de la fuerza militar. El “impeachment” es una nueva modalidad del concepto de “golpe suave”, que se impone el “smart power” como una forma de reducir las expectativas democráticas de los pueblos, sin alteración del orden constitucional y promovida por la propia institucionalidad democrática. Lo que pareciera un contrasentido no es más que la constatación de una capitulación jurídica que la izquierda continental no ha sabido tematizar.
Algo que la visión economicista de la izquierda latinoamericana no entiende es que el neoliberalismo no es simplemente un modelo económico. No es políticamente que el neoliberalismo penetra en nuestros Estados sino jurídicamente. La doctrina del shock nos muestra cómo el dogma neoliberal penetra en nuestras sociedades pero no nos enseña cómo llega a encarnar en la estructura misma del Estado. Lo que sucede en Brasil es muestra del modo cómo el régimen normativo de los Estados es capturado por el concepto de derecho que patrocina la actual hegemonía financiera del dólar-centrismo.
Algo que el marxismo standard no ha llegado a aclararse es que el capitalismo es imposible sin un marco jurídico que haga posible el desarrollo de la lógica del capital. Marx mismo señalaba que, en realidad, no vemos relaciones económicas sino, vemos estas relaciones en el espejo de las relaciones jurídicas. Sin un derecho que justifique y legitime el robo y el despojo (al ser humano y a la naturaleza) que son, en última instancia, el contenido del concepto de riqueza moderna, el capitalismo sería imposible.
El régimen normativo que inaugura el derecho moderno-liberal es lo contenido en la subjetividad moderna que promueve el capitalismo. Desde Hegel, el derecho expresa la propiedad, como determinación de la libertad del individuo moderno; es decir, el derecho moderno es concebido para la defensa de la apropiación de lo que era común, por eso “lo privado” de la “propiedad privada” es la “privación” que se hace a los demás de lo que era común. Es un derecho pensado para los ricos. Si este derecho estructura el régimen normativo de un Estado, entonces se entiende que ese Estado desarrolle únicamente una política antipopular.
Por eso el neoliberalismo realiza un desmontaje del carácter nacional de nuestros Estados y reconfigura nuestras constituciones a merced del nuevo sujeto del derecho actual: el capital transnacional. Los nuevos tratados comerciales, como la Alianza del Pacífico (extensión del Trans Pacific Partnership o TPP, y del Trade In Services Agreement o TISA), son clara muestra de ello, estableciendo una subordinación de los propios Estados a una legislación global que protege a las empresas de todo reclamo de soberanía.
Nuestros gobiernos habían originado una recuperación del carácter nacional de nuestros Estados, pero sin alteración del régimen normativo que había implantado previamente el neoliberalismo. Ahora, cuando se había logrado, aunque sea mínimamente, la estabilidad requerida para impulsar las economías, es desde el propio sistema constitucional que se produce una recaptura del poder. Otra vez, la izquierda entrega en bandeja de plata un país a merced de un nuevo asalto conservador.
Algo que ya debía ser asunto de evaluación politológica es la empecinada denuncia de presidencialismo que promovía la derecha continental. Una de las premisas de la democracia neoliberal, inventada por los think tanks gringos, es la distribución del poder político, recortando atribuciones constitucionales que pudiese tener una cabeza –no disciplinada– gubernamental, para desviarlo al legislativo sobre todo, donde es posible establecer la lógica de los lobbies y, de ese modo, controlar siempre al ejecutivo. Esa es la democracia gringa, donde el presidente no ejerce poder, simplemente lo administra; por eso el voto es irreal, porque el presidente, aunque prometa todo, no puede hacer nada, y el poder detrás del trono actúa cómodamente desde las cámaras. Por eso, a este tipo de democracia le incomoda que un presidente pretenda recuperar atribuciones constitucionales, desde las cuales pueda promover una radical transformación del Estado.
Es curioso cómo las acusaciones de corrupción gubernamental siempre aparecieron una vez que aparecía la predisposición de realizar una “limpieza” estatal. Eso sucede en Brasil y es hasta titular en el New York Times del 15 de abril: “ella no robó nada, pero está siendo juzgada por una banda de ladrones”. Esta situación comienza desde que Dilma, el 2011, efectúa “limpiezas” en organismos públicos.
Algo que es fundamental en la implantación del neoliberalismo es la generación de una cultura de corrupción política, pues sólo de ese modo pueden los mismos connacionales coadyuvar a un desmantelamiento del carácter nacional del Estado. De ese modo la política se convierte en subsidiaria de la economía: las empresas financian campañas políticas y compran políticos para influenciar al propio poder político (el poder de Eduardo Cunha en el Congreso brasilero –el principal impulsor del “impeachment” contra Dilma–, proviene precisamente del poder que le brindan los políticos favorecidos del montaje de corrupción que originó a través de acuerdos con empresas ligadas al financiamiento de campañas y compra de políticos, a cambio de favores e influencia legislativa para hacerse de contratos públicos y estatales). El neoliberalismo no sólo promueve la desregulación bancaria sino también la inmoralidad política. La política se vuelve administradora del poder recortado que le otorga el poder económico. El Estado mismo se encuentra, una vez desmantelado, a merced del ingreso que puedan proporcionarle sectores empresariales.
Estos sectores se hallan, desde el neoliberalismo, demasiado comprometidos con el dólar. De modo que sus intereses no encajan en una recuperación del carácter nacional del Estado. Que Eduardo Cunha sea el aliado principal del vicepresidente Temer, señala una orquestación congresal que busca algo más que una simple destitución constitucional. Se trata de algo que sólo puede hurgarse en la política profunda y que escapa a las consideraciones meramente locales. Lo que está en juego en Brasil es el destino mismo de Sudamérica; no porque en Brasil se dirima una fatalidad sino que el desenlace del “impeachment” establecerá, en lo venidero, el derrotero geopolítico de toda Sudamérica en el nuevo tablero geopolítico multipolar. 
La destitución de Dilma provocaría la sucesión constitucional, es decir, la asunción a la presidencia de su vicepresidente Temer, quien es el favorito, en esta contienda, de los intereses gringos. Temer es la versión brasilera de Macri, cuya misión inmediata es, y así lo está demostrando, reponer en Argentina una economía alineada a la hegemonía del dólar. De ese modo se repondría el proyecto de las elites, que no es otro que un neomonroeismo más implacable, en una situación global ya no tan halagüeña para USA. No se trata sólo de destituir a Dilma sino de anular también a Lula, para una re-cooptación absoluta de la economía del gigante sudamericano. Detrás de todo el teatro mediático se encuentra la restauración neoliberal en condiciones que ameritan la urgencia de USA por aislar a Sudamérica de la influencia de China y Rusia y de toda opción que signifique, para nuestros países, separarse de la hegemonía gringa.
El factor geopolítico viene por ese lado. Tanto USA como Rusia ya han venido declarando su más que seguro abandono, no sólo de Siria sino de todo el Medio Oriente. Esto supondría no sólo el desentenderse de los conflictos suscitados allí sino el mudar el propio teatro de conflagración geopolítica global a otra parte del mundo. USA concentra su poder bélico en el Extremo Oriente, pero su más actualizado neomonroeismo está concentrando sus esfuerzos en recuperar, lo que considera su continente, de toda influencia que merme en algo su importancia. Desde la doctrina Bush, USA ha ido perdiendo presencia en casi todo el mundo; el propio empecinamiento en Irak y Afganistán le costó, entre otras cosas, perder su control sobre Sudamérica.
Tanto Ucrania como Siria han mostrado la fractura de un mundo unipolar y que está propiciando una nueva guerra fría. Dos bloques antagónicos se enfrentan en todo conflicto que persigue la reposición de un mundo unipolar: por un lado USA, su brazo armado (la OTAN), su brazo político (la Unión Europea), y su brazo financiero (la Banca israelí-anglosajona); por el otro, los BRICS, además del Grupo de Shanghai, pero sobre todo Rusia y China. Brasil forma parte de los BRICS y, una unión más estrecha entre Brasil y China, supondría el fin de la hegemonía gringa en Sudamérica. La restauración neoliberal en Brasil persigue la desconexión entre estos dos gigantes. Si Brasil corre la misma suerte que Argentina, entonces el futuro del MERCOSUR, la UNASUR y el ALBA se hallan seriamente comprometidos y nuestros países, que no pueden vivir al margen de una integración económica, estarían a merced de los tratados comerciales promovidos por el capital transnacional. La Alianza del Pacífico ha sido diseñada para eso, pues dentro de la doctrina Obama, un punto primordial es la contención de China. Si USA promueve esta contención en la propia área de influencia de China, con mayor razón en lo que consideran los gringos su backyard.
Para estos fines el Council of Foreign Relation o CFR ha diseñado el concepto geopolítico de “North-America”, donde éste se expande hasta Venezuela, como parte de un Caribe ampliado (que USA siempre consideró como su Mar Mediterráneo). Este concepto establece la prioridad de contar con los recursos naturales y energéticos que proveen las cuencas del Orinoco y del Amazonas, como base material para garantizar la reposición de la supremacía gringa en el continente. La anulación geopolítica de Sudamérica es esencial para esta reposición. Esta fue la claridad que tenía el presidente Chávez (por eso era urgente su desaparición). Ningún otro presidente, ni siquiera Lula, ha mostrado consciencia de esta perspectiva geopolítica, necesaria a la hora de ingresar de modo soberano a una nueva reconfiguración del tablero geopolítico global.
Deshacer una integración regional sudamericana, de carácter soberano, es fundamental para debilitar al BRICS, sobre todo a Rusia y China, pues el cordón geoestratégico de las potencias emergentes tendrían que recluirse al viejo continente, una vez rota la continuidad que proporcionaban Sudáfrica y Brasil (desde Washington se orquesta las protestas estudiantiles en Hong Kong, la desestabilización en Sudáfrica, también las protestas contra la relección de Putin, así como la confabulación con la familia Saudí y la banca, para bajar el precio del petróleo e implosionar las economías de Rusia, Irán y Venezuela); desconectar a Brasil supone aislar a Sudamérica de la expansión del pacífico y no permitir, bajo ninguna circunstancia, un ingreso en mejores condiciones, de nuestra región, en la nueva cartografía tripolar (USA-China-Rusia) que no conviene para nada a la supremacía gringa.
La carencia de una lectura global de un mundo en transición nos hizo perder la gran oportunidad de consolidar un proyecto regional cuando el Imperio estaba distraído en el Medio Oriente. La resistencia de los pueblos de Irak, Afganistán, Siria, Irán, etc., nos había dado la posibilidad de originar una primavera democrática en estos lados; pero el exitismo de lo logrado, que no era sólo merito nuestro, ahora nos descubre en una coyuntura ya no tan favorable, donde las dos más grandes economías de Sudamérica se van inclinando por una nueva capitulación mucho más entreguista que las anteriores. La colonialidad de nuestras elites, tanto económicas como políticas y hasta culturales, sólo pueden manifestar un ánimo de resignación y, aunque prodiguen un anti-imperialismo discursivo, esto sólo sirve para el berrinche momentáneo y la inculpación unilateral hacia afuera (hasta para admitir responsabilidades la izquierda sólo sabe mirar hacia afuera).
En esta coyuntura, donde la integración es más difícil y el quedar aislados cancelaría lo propositivo de nuestras revoluciones, es menester reponer de modo urgente las prerrogativas que pretendían una integración política y económica, además de financiera, regional. Nadie se va a salvar solo. La salida de esta emboscada no puede ser sino conjunta. Las críticas al interior de nuestros procesos no pueden perder de vista que, lo que está en juego, es la sobrevivencia misma de nuestros Estados. Si los gobiernos muestran algo de sensatez al respecto, debieran ser los primeros en ceder su exclusivismo e infalibilidad, para promover una nueva reconexión horizontal con el carácter popular-democrático que habían inaugurado nuestros pueblos, sobre todo indígenas. Una nueva integración no puede reducirse a lo meramente comercial sino que debe proponerse en los términos geopolíticos de una reposición geoestratégica de la región, para de ese modo permitirnos un ingreso, en las mejores condiciones, en el nuevo tablero geopolítico global.
Así como las políticas que adopta Macri son insostenibles, lo mismo sucedería con Temer en Brasil. El nuevo tipo de acumulación financiera que orquestan los nuevos tratados comerciales son decididamente más despiadados y sólo pueden conseguir los índices acumulativos que se proponen, despojando todas las conquistas sociales logradas en este periodo. Como en Argentina, lo que se produciría en Brasil es el caos (las conquistas sociales, y hasta culturales, han constituido un nuevo sentido común que será difícil anular). Pero este panorama no ensombrece las aspiraciones del capital financiero, pues para las finanzas, el caos y la guerra constituyen siempre oportunidades para generar ganancias espectaculares.
Si USA desiste del Medio Oriente, pues ya no puede contrarrestar la superioridad bélica rusa, le resta asegurar su área inmediata de influencia. Y si, para ello, promueve un concepto geopolítico de ofensiva estratégica, como es el “North-America” ampliado, entonces la anulación de Sudamérica supondría su balcanización. Esa es tristemente la constancia de toda reconfiguración geopolítica: donde no haya integración regional sólo resta su balcanización. Cuando todo se trata de sobrevivir –hasta de las potencias–, los fuertes no hallan otra manera de hacerlo sino a costa de los débiles. Y los débiles lo son porque, en semejante situación, anteponen sus particularidades y no apuestan por su complementación. En un mundo compartido, nadie es independiente del todo, ni siquiera los imperios; se es independiente en la medida en que se toma conciencia del grado de dependencia que se tiene, de modo de aprovechar esa dependencia (porque no es unilateral) y hacerla recíproca. La independencia es subjetiva, es decir, es el tipo de relación que establezco, lo que define mi condición.
Este panorama es también el que se viene definiendo en las elecciones que se llevaran a cabo en USA. La favorita del poder financiero y los lobbies es Hilary Clinton (a quien ya llaman “Killary”) y, si la nueva administración gringa recae en la parte más conservadora, que ya no es sólo la republicana, entonces la tercera guerra mundial pasaría a ser una opción inevitable. La visión provinciana euro-gringo-céntrica de la diplomacia y la política exterior del primer mundo no concibe un mundo compartido y esa limitante sólo admite la posibilidad de la guerra.
Toda la propaganda actual está diseñada para legitimar una situación límite. La develación de los “panamá papers” es una de las tantas estrategias de la guerra financiera contra los enemigos del dólar. No en vano, el consorcio que investiga estas cuentas off-shore es curiosamente patrocinado por la CIA, la fundación Ford y la fundación Soros. La curiosa selectividad informativa da muestras de una interesada pesquisa, donde aparecen personajes del “eje del mal”, para darle más candela al asunto. Otra función más del circo mediático que, pretendiendo defender la libertad y la legalidad, no hace otra cosa que no sea recortar aún más la libertad global; porque esta operación no afecta al sistema financiero, que necesita estos paraísos fiscales para, precisamente, evadir las leyes estatales; esta operación sólo busca eliminar la competencia y establecer como únicos paraísos fiscales a aquellos que se encuentran en las jurisdicciones de USA, Gran Bretaña, Israel y Holanda, de ese modo, tener el control total de todos los movimientos financieros globales, legales o no. 
La importancia geoeconómica de Sudamérica es clara para las pretensiones del concepto “North-America”. Para una incorporación de nuestra región, en condiciones prometedoras, a un mundo multipolar, se requiere una apertura hacia el pacífico y una conexión estratégica –soberana– con el gigante asiático. De modo aislado esto no es posible y esto lo saben los gringos, por eso, anulando a Brasil se anula una apuesta conjunta. Sólo regionalmente se estaría en condiciones de negociación favorable con alguna potencia, de lo contrario, cualquier potencia sólo nos subsumiría en su proyecto expansivo.
El concepto de “North-America” subyace al disciplinamiento del Caribe, que empezó con el golpe en Honduras, la incorporación del México neoliberal como garante energético de esta restauración expansiva, la desestabilización de Venezuela, el golpe en Brasil, la defenestración de Cristina Kirchner (cuando mostró su entusiasmo de que Argentina formase parte del BRICS) y, hasta podría decirse: caen como anillo al dedo, la derrota de la izquierda en Perú y el terremoto en Ecuador (¿habrán estado activas las antenas del proyecto HAARP?). La actual guerra fría financiera, tiene fines geoestratégicos contra el BRICS; y el interés por reducir a Sudamérica en el concepto “North-America”, implosionando sus tres más grandes geoeconomías (Brasil, Argentina y Venezuela), hace preocupante la situación nuestra en esta encrucijada.
Sudamérica se encuentra polarizada entre lo que resta del ALBA y el auspicio imperial de la Alianza del Pacífico. Si Brasil es absorbido por la restauración neoliberal, su importancia como promotor de una integración regional (cosa que, hay que decirlo, nunca se propuso de modo decidido) habrá devenido en arrastrar a todos a la capitulación. El MERCOSUR sería excluido por la Alianza del Pacífico y USA controlaría de nuevo todo para su propio y exclusivo beneficio (el CAFTA ya está bajo su control). La fractura geopolítica daría lugar a una situación de caos y desestabilización regional y una posible balcanización.
Sudamérica sería el lugar de la definición geopolítica global, donde el supremasismo gringo fundaría sus pretensiones de restaurar su hegemonía única y la reposición de un mundo unipolar. Para ello cuenta con la complicidad de las burguesías locales y todo el sistema financiero mundial, que es capaz de colapsar cualquier economía vulnerable al patrón dólar. Ahora se comprenderá por qué era urgente y necesario el funcionamiento del Banco del Sur y la consolidación de una moneda regional. Sólo con la recuperación de nuestras reservas internacionales podía haberse dado un impulso decidido a nuestra independencia económico-financiera regional; esto involucraba la transformación de todo el marco jurídico imperante (mercado-céntrico y dólar-céntrico), pero eso fue, precisamente, lo que no fue posible para la perspectiva colonial de nuestros gobiernos. Puede que sean anti-neoliberales, pero su perspectiva no es post-capitalista. Por eso todo lo que han logrado se encuentra, ahora, a merced y el disfrute de una restauración neoliberal.
La tecnocracia neoliberal, presente en los ministerios del sector económico y financiero, son el caballo de Troya que no se supo descubrir a tiempo (mientras Dilma era defenestrada, vía el gigante mediático Globo, por su osadía de pronunciarse a favor de una independencia cibernética de Brasil, cometía la imprudencia de confiar a Joaquim Levy –un funcionario del FMI– las arcas de las finanzas brasileras, no haciendo otras cosa que facilitarle su labor de sabotaje; lo que le valió después ser nombrado jefe financiero del Banco Mundial). Como se dio cuenta el presidente Chávez –en el caso de Libia–: nuestros propios gobiernos fueron los encargados en reafirmar nuestra dependencia al sistema financiero, causante del actual e inminente colapso económico global. Por eso el primer mundo, gracias a nuestra dependencia, sigue estable, a pesar de su aguda crisis financiera. De las guerras multidimensionales que emprende USA contra el BRICS, las guerras geofinancieras son las que más éxitos le han deparado; no otra cosa significa el espionaje cibernético de la National Security Agency a la PETROBRAS y que hizo poner a Brasil de rodillas cuando develó sus cuentas secretas. También las sanciones económicas contra países determinados le han sido más efectivas que el poder militar.
¿Cómo salió de la recesión del 29 el posterior ganador de la segunda guerra mundial, o sea, USA? La guerra ha sido siempre, en el mundo moderno, el campo de oportunidades más apetecido del ámbito financiero. Lo grave en nuestro presente es que una conflagración global entre potencias, pasa por el uso de armamento nuclear. Pero hasta aquello entra en los cálculos imperiales a la hora de promover el desarrollo de bombas atómicas tácticas, que son municiones nucleares de pequeñas dimensiones, que se cree disminuyen los riesgos del uso de arsenal nuclear de dimensiones mayores, sin tomar en cuenta la peligrosidad que significaría la proliferación del uso masivo de estas armas de carácter táctico.
El concepto de “North-America” es una clara respuesta a la nueva visión estratégica que había nacido en la Escuela de Geoestrategia del Brasil, el 2008, y que se expuso en la llamada “Estrategia Nacional de Defensa”; tomando en cuenta los ámbitos nuclear, espacial y cibernético y configurando dos áreas estratégicas: el Atlántico Sur y el Amazonas. Esta estrategia ponía, como es debido, un interés detenido en los asuntos de seguridad nacional y defensa. Esto, que debía haber sido promovido por la UNASUR, en sus mejores momentos, ahora parece sólo constituir una anécdota. Este año, Brasil anunció, por medio de su ministro de comercio, Armando Monteiro, la aceptación de pagos, por parte de Irán, en divisas que no sean precisamente el dólar, con el fin de eludir las sanciones económicas de USA. El sistema financiero global puede aceptar el comercio sur-sur, pero si esto involucra hacerlo al margen del dólar, entonces la reacción no se deja esperar.
La corrupción, el “impeachment”, la destitución de Dilma, etc., son parte del circo montado para el gran público. Pero lo que se apuesta en ese circo es otra cosa. El destino de toda Sudamérica está en juego, mientras se incentiva, también mediáticamente, la desilusión y el desencanto de nuestros procesos (que van más allá de los avatares de los circunstanciales gobiernos). El desenlace de lo que suceda en Brasil, marcará la disposición geoestratégica, ya sea de reclusión o expansión, del BRICS. Si Brasil cae, la supremacía gringa tendrá una carta estratégica para enfrentar a las potencias emergentes y contará, de nuevo, con nuestros recursos, para una nueva reconquista del mundo.

La Paz, Bolivia, 27 de abril del 2016
Rafael Bautista S.
autor de “la Descolonización de la Política.
Introducción a una Política Comunitaria”.
Dirige el “taller de la descolonización”
en La Paz, Bolivia
[email protected]

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¿FIN DE CICLO O CICLO DEL FIN?

Rolando Carvajal y Rafael Bautista S.

Una grandilocuente narrativa invade los cielos que habían proyectado los procesos populares en Latinoamérica. Se anuncia su ocaso a los cuatro vientos. Los analistas dicen amen y los medios dirigen las endechas anticipadas de un velorio que creen inminente. Pero se olvidan de algo: lo que vivimos No fue un ciclo. El estribillo de los ciclos son recurrentes en una visión anquilosada de la historia (de leyes metafísicas que sostienen una regularidad más allá de la praxis humana) propia de la izquierda del siglo XX y ahora, al parecer, de lo que queda de la derecha reciclada; lo cíclico es, más bien, esa visión que sirve de muletilla a pronósticos oraculares travestidos de análisis político. De lo que se trata es siempre de darle una direccionalidad a los acontecimientos, lo cual ya significa determinar el sentido de estos. Por eso la historia no es lineal y no se compone de ciclos, estos son apenas una percepción esquemática de las coyunturas. La historia, en cuanto patrimonio humano, es siempre creación histórica y no simple medición cronológica, es decir, es el escenario en que la libertad humana desafía toda regularidad.
Lo que pretende la narrativa del fin de ciclo es, de modo premeditado, disolver el horizonte de referencia emancipatoria propuesto, sobre todo, por los pueblos indígenas; porque aquella señalación maniquea que se hace de los gobiernos, busca disolver en su ambiguo desempeño los nuevos contenidos que, como proyecto político, constituían la novedad que hizo tambalear las certidumbres propias de la política y del Estado moderno-liberal.
Reducir todo a los erráticos desempeños gubernamentales es disolver la misma potencia revolucionaria popular en los avatares de su élite circunstancial. Por eso la narrativa del fin de ciclo es más que una descripción, porque actualiza aquella retórica aristocrática que condena toda rebelión popular como deicidio, para así justificar su persecución y aniquilación. Eso desde Cicerón (contra Catilina) hasta Margaret Thatcher y la doctrina Bush (el mismo Popper se dedicó a demonizar a los que querían el cielo en la tierra; esos utópicos son ahora los populistas, los que encienden las demandas populares; contra estos va dirigida la nueva cruzada en forma de narrativa). La consigna neoliberal de “no hay alternativas” fue sólo posible destruyendo toda otra alternativa. Sólo de ese modo pudo haberse impuesto la cultura neoliberal en el imaginario social del individuo moderno (que no admite perdedores, sólo ganadores).
Aunque se crea libre y forjador soberano de su destino, sigue haciendo de la tragedia griega la escenografía de su propia fatalidad: la libertad es sólo posible mientras los dioses duermen. El caso de Grecia es más que casual. Ya no son los dioses del Olimpo o el dios de la cristiandad sino el dios capital y el mercado (ante los cuales se inclina toda la institucionalidad financiera –como la Troika, que poco le importa el pueblo, la democracia o la justicia– que religiosamente ofrece cuotas de sangre al apetito insaciable de los nuevos ídolos modernos). Ante estos continua el sacrificio inevitable de una humanidad rehén de poderes omnipotentes que actúan al margen de la propia vida.
La narrativa impuesta es parte de la normalización que impone un mundo que se resiste a otro orden que no sea el que impone la supremacía única de USA. Esta es la doctrina que prevalece entre los neocons o halcones straussianos, como única política exterior gringa. Por eso el fin de ciclo no se dirige sólo a Latinoamérica sino también a los BRICS, en especial a Rusia y China y a toda otra disidencia que pretenda objetar la supremacía gringa: se acabó el recreo, o capitulan o los aplastamos. Se trata de sobrevivencia cruel. El mundo ya no es unipolar y, aunque ahora tripolar (después del revés ruso en Ucrania y Siria, y la admisión del FMI del yuan como cuarta divisa de reserva mundial), la actual guerra fría (sobre todo financiera, como guerra de divisas) está reconfigurando la nueva cartografía geopolítica global, hacia una multipolaridad que podría desembocar en una ceropolaridad. El desafío de esto consiste en que, sin centro único, el equilibrio dependería de la complementariedad de apuestas civilizatorias sin pretensión hegemónica.
El fin de ciclo forma parte del smart power que diseñaron los think tanks gringos para desestabilizar la legitimidad de los procesos que se habían venido desencadenando a principios del nuevo siglo. Hacerlos aparecer como una aventura episódica formaba parte de la desarticulación de la conciencia popular que estaba promoviendo un nuevo sentido común en torno a la recuperación de soberanía y mayor democratización económica en los países del ALBA. Esto repercutió hasta en el primer mundo y, como en el pasado, ha sido muestra de que fue siempre esta parte del mundo la que transmitió ideales emancipatorios incluso a la misma Europa. La orquestación de esta última narrativa forma parte de la estrategia geopolítica de la especulación financiera contra las economías emergentes (por eso los nuevos tratados comerciales son más despiadados y, por ello mismo, precisan demoler toda aspiración popular para, de ese modo, arrasar con todo lo que queda, pues lo que queda no es mucho y los pobres salen sobrando en las apuestas del capital global).
La estrategia es clara; ante una reconfiguración del tablero geopolítico, todo se trata de sobrevivir y, si es posible, en las mejores condiciones. La apuesta de las burguesías de Brasil y Argentina van en ese sentido, pues los nuevos tratados comerciales que diseña USA para frenar la hegemonía china, supone aperturar el mercado continental al pacífico, lo cual implica una lucha de mercados que disminuye el margen de acción de los actores latinos, quienes, gestionando mayor participación y viendo sólo lo inmediato, no hallan más opción que aliarse al gran capital que, a través de las transnacionales, es quien dictamina los contenidos de los tratados que, en su mayoría, son firmados a espaldas de los pueblos.
El gran capital sólo puede garantizar un nuevo ciclo de acumulación global sobre la derrota absoluta de los pobres, lo cual significa hoy la derrota de la humanidad y del planeta. Por eso la nueva plusvalía que produce el capital consiste en la acumulación del fracaso histórico que promueve una transferencia resignada de voluntad de vida; el capital no es sólo un proceso de valorización del valor sino de transferencia sistemática de voluntad. Un individuo fracasado no tiene voluntad y su único afán se reduce a sobrevivir, no importa cómo; lo que promueve ahora el capital es la atomización de las expectativas, de modo que éstas se circunscriban exclusivamente a mezquinas opciones de pueril sobrevivencia (la lucha de todos contra todos es necesaria para el desarrollo del capital, por eso las guerras se convierten en magnificas oportunidades de nuevos procesos de acumulación). En estas condiciones no puede haber historia, tampoco política, porque si el ser humano no es creador de acontecimientos tampoco puede siquiera imaginar proyectos de expectativas comunes.
Entonces, la estrategia actual de acumulación global de capital y su actual narrativa, confirma la clarividencia de los poderes fácticos ante la interpelación que los pueblos indígenas han originado en este nuevo siglo: otro mundo es no sólo posible sino más necesario que nunca. Hace poco, Charles Krauthammer, en el Washington Post, de modo enfático señalaba que, desde la caída de la URSS, “algo nuevo había nacido, un mundo unipolar dominado por un único súper-poder sin rival alguno y con un decisivo alcance en cada rincón del planeta. Un nuevo escenario que aparece en la historia, jamás antes visto desde la caída del imperio romano. Es más, ni siquiera Roma es modelo de lo que es hoy USA”. Esto expresa la doctrina Wolfowitz como primer objetivo de la política exterior gringa: prevenir cualquier ascenso de un nuevo rival, ya sea en la ex URSS o en cualquier otro lado; de ese modo asegurar el dominio de regiones cuyos recursos puedan, bajo control, consolidar el poder global.
Esto quiere decir que el poder es también una cuestión de percepción. USA hace de su percepción la plataforma de propaganda global que moldea la despolitización global como el terreno para imponer un mundo sin alternativas. Ya no se trata sólo de desmovilizar a la gente sino de abandonarla en la inacción total (lo cual también se logra manteniéndole ocupado, por eso el trabajo se realiza ahora bajo presión; los individuos creen superar sus problemas sumergiéndose en sus trabajos, pero lo único que logran es alienarse de sí mismos y que la fuerza requerida para recomponer sus vidas sea transferida a la reproducción del capital). Esto quiere decir que, cuanto más se valoriza el valor, más voluntad de vida se nos expropia. El capital es ahora el creador y el ser humano su creatura. Hacerlo a su imagen y semejanza significa constituirlo en capital humano. Por eso hasta en sus sueños no puede haber otra cosa que acumulación. La invasión de los sueños es una política del mercado total; si se puede moldear los sueños y las expectativas entonces no hay lugar para el espíritu utópico y sin éste no puede haber política.
Ese es precisamente el fin de toda narrativa del fin: acabar con el espíritu utópico. Pero la utopía es condición humana; sin esperanzas, sueños o utopías, no puede haber existencia humana y, en consecuencia, tampoco historia. Por eso la narrativa del fin de ciclo no es otra cosa que la reposición de aquella otra, que nos imponía el fin de la historia. Ambas se diseñan para desacreditar toda posible alternativa y, de ese modo, imponernos un mundo sin alternativas.
Un mundo sin alternativas es el paraíso neoliberal. Por eso, ante la narrativa del fin de ciclo, debemos oponer otra: el fin de siglo. Porque el ciclo no era ciclo y lo que parecía una continuidad en la regularidad cíclica del capital era, en realidad, una ruptura epocal. Para ingresar a una nueva época, era necesario dejar atrás el siglo de oro del capitalismo y, paradójicamente, también, el siglo de la izquierda. Por eso los siglos no terminan o acaban en las fechas; si no hay capacidad histórica para ingresar a una nueva época, entonces son los eventos los que condenan aquella incapacidad (Europa ingresa dramáticamente al siglo XX con la primera guerra; su no adecuación a las nuevas circunstancias da lugar al surgimiento de un nuevo poder que se impone definitivamente en la segunda guerra).
En Bolivia habíamos ingresado al siglo XXI el 2003, por eso incluso la “guerra del gas”, que sucede en octubre de ese año, anunciaba ya la tónica geopolítica que iba a desatar la lucha global por el control de los recursos energéticos. El horizonte del “vivir bien” anunciaba la transición civilizatoria necesaria ante la orfandad utópica que carga la decadencia del mundo moderno, el Estado plurinacional ponía en cuestión el concepto decimonónico del Estado moderno-liberal, y la descolonización remataba con el urgente desmantelamiento de la provinciana visión que el primer mundo se había hecho del resto.  Por eso la insistencia: el poder es también una cuestión de percepción; si la percepción no cambia, tampoco cambia el mundo. La descolonización va por ese lado. Si no somos capaces de proponer una nueva narrativa histórica –más allá del eurocentrismo reinante hasta en la izquierda–, entonces, nuestras respuestas políticas, a preguntas actuales de profunda novedad, seguirán siendo las mismas viejas respuestas del siglo pasado.
El mundo está cambiado radicalmente, pero las percepciones continúan moldeando estos cambios bajo esquemas ortodoxos. Los economistas perciben, por ello, sólo lo que el capital permite percibir: que esta crisis no es sino uno más de los ciclos acostumbrados del capital. Por eso también, a nivel global, se posponen decisiones apremiantes ante la crisis climática y se insiste en una confianza hasta cándida en el mercado y el capital. El mundo moderno ha producido una suerte de servidumbre voluntaria a fetiches que deciden sobre la vida y la muerte como auténticos dioses.
Los gobiernos de izquierda, incapaces de generar un nuevo espíritu utópico, porque no pueden superar su siglo de referencia, tampoco pueden asumir los desafíos que conlleva un tránsito hacia un nuevo horizonte, que es lo que viene proponiendo el nuevo sujeto de una política trans-moderna. Todos los análisis geopolíticos insisten que el mundo está experimentando una transición civilizatoria, lo cual significa implícitamente que el mundo moderno y su disposición antropológica y geopolítica centro-periferia está por concluirse. Esta situación es la que avizoran los think tanks del primer mundo y, por ello mismo, son los más interesados en preservar la provinciana percepción imperial como “realismo político”. La cuestión es que si no hay alternativas, entonces lo único que nos queda es defender lo que hay como lo único posible. Pero lo que hay es lo que nos está conduciendo, a la humanidad y al planeta, a la imposibilidad de la vida. Entonces, cambiar de percepción ya no es cuestión de pareceres sino de apuesta vital.
Desde Marx sabemos que la realidad que ha producido el capitalismo está invertida. Lo que toman por “realismo” los analistas es esta realidad invertida. Ponerla de pie significa restaurar en nosotros mismos la condición de sujetos. La realidad es producción humana, la objetividad del mundo es producción de subjetividad. La capacidad de ser sujeto consiste en ser causa y no efecto de lo que se vive. Las leyes que actúan a espaldas de los actores son producto de la fetichización de las relaciones mercantiles. La expansión de éstas al infinito es el neoliberalismo. Por eso no se trata sólo de una economía sino de toda una cultura: necesita producir un individuo acorde a este tipo de expansión y, mediante el tipo de producción y consumo actual, lo que produce es el vacío de voluntad de un alguien que vive una sucesión de instantes sin proyección alguna, por eso hasta en su voto manifiesta un puro acto emocional sin criterio político alguno.
Frente a esta situación, lo que debían proponerse los gobiernos de la región, era disputar el universo simbólico de las expectativas históricas. Frente a la crisis civilizatoria del mundo moderno y fieles al horizonte de una nueva forma de vida –lo que llamamos “vivir bien” –, debían proponerse la constitución de una nueva subjetividad como trasfondo de una nueva forma de producción y consumo. Porque no se trata sólo de sacar gente de la pobreza, sino de que ellos sean los protagonistas de una nueva forma de vida. De lo contrario, en ese ascenso social se vuelven conservadores y una vez mejoradas sus condiciones de vida y contemplando siempre su éxito como éxito individual (asumiendo el modelo empresarial), abandonan el proyecto que los sacó de la pobreza. Defender lo logrado, de modo individual o corporativo, se convierte entonces en tierra fértil de un neoconservadurismo.
Si recordamos, las primeras medidas más revolucionarias de la revolución cubana no son económicas sino culturales: la creación del ICAIC (donde aparece la Trova cubana) y la Casa de las Américas. Porque una revolución que no produce al sujeto de esa revolución, inevitablemente fracasa (por eso el proceso de cambio en Bolivia se identificaba originalmente como una revolución democrático-cultural). En eso se distinguen reforma de revolución. Lo que distingue a una revolución es la proyección de un nuevo horizonte de vida como fundamento de una transformación de las estructuras mismas que sostienen al mundo que se quiere dejar atrás.
Por eso debíamos producir la capacidad de ingreso auto-consciente a una nueva época; pero la colonialidad de una izquierda que, muy a su pesar, reedita la paradoja señorial, evidencia la contradicción reinante de un desempeño gubernamental que no se corresponde con los sentidos que se deducen del nuevo horizonte del “vivir bien”; por eso sus apuestas siguen siendo modernas, persiguiendo el mismo desarrollo y progreso que han originado la crisis climática actual.
Ni la izquierda ni la derecha están a la altura de los desafíos del nuevo siglo; por eso la derecha no puede proponer ninguna alternativa que no sea la reposición de la hegemonía del dólar en nuestras economías (lo cual no constituye alternativa alguna ante la decadencia del dólar), tampoco podrían cancelar las conquistas sociales para favorecer a una elite cada vez más inclinada al desmantelamiento estatal como condición sine qua non de su sobrevivencia en la economía global patrocinada por la especulación financiera. En medio de la actual incertidumbre, a propósito del colapso del dólar y la economía mundial, las elites latinoamericanas carecen de más opciones que no sea morir con el dólar (porque no se trata sólo de una moneda sino de una forma de vida). Persistir en ello es cuestión vital para ellas y eso manifiesta su más acabada colonización.
Lo que viene sucediendo en Argentina es muestra de la urgente necesidad que tiene el dólar de deshacer definitivamente la soberanía de nuestros Estados y sostener sobre nuestros recursos estratégicos las pretensiones de su supremacía global. Por eso cuando nos referimos al fin de siglo, no lo hacemos en los términos de fin de ciclo, porque no se trata de un cambio automático ni de una sucesión natural. Se trata de una sintomatología epocal que precisa de la intervención decisiva de los pueblos, aun a pesar de una dirigencia que no reúne las condiciones de una nueva apuesta. No se trata de que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, sino de que los poderes fácticos han colonizado la percepción de los acontecimientos, de modo que produce, hasta en las apuestas de izquierda, una resignada admisión de que lo único posible y deseable son las ilusiones del mundo moderno: un crecimiento sin límites y un desarrollo y progreso infinitos. Vale, para estos, la sentencia que hace Kenneth Boulding: “cualquiera que crea que el crecimiento material infinito es posible en un planeta físicamente limitado, o es un loco o es un economista”. El capitalismo es imposible sin crecimiento, pero un crecimiento ilimitado o un progreso infinito no sólo es iluso sino suicida, porque lo único que crece, en cuanto acumulación de capital, lo hace a costa de la vida misma. El siglo XX fue el siglo del progreso. Capitalismo y socialismo son hijos de ese paradigma, por eso nunca cuestionan a la sociedad moderna, porque es también la sociedad del progreso. Pero esta sociedad es imposible sin fuentes infinitas de energía, es decir, abundante, continua y barata. En un siglo de vigencia de este paradigma, se han producido los mayores daños ecológicos jamás antes experimentados. Persistir en ello constituye la ceguera moderna que abraza también la izquierda, y es lo que no le permite ingresar, de modo consciente, al nuevo siglo.
Un siglo no acaba cambiando de números. El siglo XX ha sido el triunfo del capitalismo, porque hasta la izquierda, a pesar suyo, no fue capaz de superar el horizonte civilizatorio que lo sostenía. Por eso se presenta incluso más moderna que cualquiera, no teniendo en cuenta que modernidad y capitalismo son el entrelazamiento perfecto de una forma de vida que, desde 1492, ha venido destruyendo toda otra forma de vida para aparecer ella como la única posible (así como el protestantismo se presta, de modo más eficaz, a terminar lo que la iglesia católica no pudo, o sea, extirpar la idolatría del corazón del indio; así también la izquierda siempre se afanó en concluir el proyecto de la derecha: acabar con el indio es más eficaz cuando éste renuncia a su propia forma de vida). Para que un nuevo siglo nazca plenamente, se debe reunir las condiciones existenciales que permitan el abandono del siglo pasado. El fin de ciclo no anuncia nada nuevo sino la imposibilidad de dejar atrás lo viejo conocido y, de ese modo, conservar a toda costa un mundo sin alternativas.
El fin de ciclo describe una situación típica que coincide con la retórica apocalíptica del fin de los tiempos; con ello se insiste siempre en la cancelación de toda alternativa posible. El milenarismo actual da lugar a una marcada inacción pertinente a la conservación de lo establecido. Pero la perorata del fin esconde que, con el fin de algo no acaba todo sino más bien empieza algo, y ese algo, sólo puede ser algo nuevo.
Por eso el fin de ciclo es más bien otro repetido ciclo del fin. El miedo a enfrentar lo nuevo produce la dramática paralización de la contemplación del posible fin de todo. Es curioso cómo el individuo moderno, gracias a su tele-adicción, es capaz de imaginar el más terrible de los escenarios de una catástrofe nuclear, pero es incapaz de imaginar lo contrario; formateado por la estética del desastre, se halla inhabilitado para algo más que no sea la pura contemplación –hasta morbosa– de un fin apocalíptico. Esta inacción produce su despolitización, es decir, su incapacidad de cambiar la fatalidad que tiene enfrente.
Cuando el comandante Chávez dijo que “llegó la hora de los pueblos”, no se equivocaba, pero, como dijo también Fidel, “la revolución sólo será posible cuando el pueblo crea en sí mismo”. Es menester que nuestros pueblos vuelvan a creer en sí mismos, para superar esta coyuntura. El mundo está cambiando y, en ese contexto, no encontraremos mejor lugar para lograr nuestra definitiva independencia. Ante la amenaza de una conflagración nuclear (pues ya sabe la OTAN que no puede vencer a Rusia, y menos a la alianza China-Rusia, en una guerra convencional), como única opción de reposición de la supremacía del dólar, sólo la movilización del sur puede desencadenar una reconfiguración geopolítica restauradora.
Para dejar de ser periferia hay que dejar de ser consciencia periférica. El centro es centro gracias a nuestra transferencia sistemática de voluntad, ya que seguimos creyendo en su forma de vida y deseando su riqueza, cuando es ésta la causa de nuestra miseria. Si hasta en la alimentación ya se sabe que lo más racional es volver a lo nuestro, en economía lo más racional sería para producir para reproducir la vida y ya no exclusivamente la ganancia. Eso no produce ricos pero tampoco produce miseria. La crisis climática sólo será resuelta si se restaura el equilibrio sistémico de la naturaleza, como condición además de restaurar el equilibrio que, como humanidad, hemos perdido en el mundo moderno.
Parte de la restauración de ese equilibrio consiste en no someterse a otro ciclo sino en potenciar lo que habíamos logrado como pueblo: un nuevo horizonte de vida. La humanidad está hambrienta de alternativas, pero eso no nace de arriba sino se construye desde abajo. El mundo seguirá siendo el mismo si nuestra percepción es la misma, esto confirmará nuestra condición periférica; pero si cambiamos de perspectiva, el mundo ya no será patrimonio de la visión de unos cuantos y lo que parecía imposible se hará posible. Lo más verdadero de los pueblos son sus mitos, la verdadera fuerza proviene de ellos. Porque en ellos se encuentra el espíritu que ha hecho posible su resistencia y es lo que hará posible nuestra liberación definitiva. Por eso ante el anuncio del fin de ciclo responderemos con el renacer de un nuevo tiempo.

Rafael Bautista S.
autor de “la Descolonización de la Política.
Introducción a una Política Comunitaria”.
Dirige el “taller de la descolonización”
en La Paz, Bolivia

 

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¿EN CHURUBAMBA?

Rolando Carvajal

Todavía está por confirmarse cuál de las cuatro sub-parcialidades urin/anan de Chuquiabo acogió el nacimiento del Pueblo Nuevo de Nuestra Señora de La Paz, aquel 23 de octubre de 1548 después de la fundación formal en el tambo de Laja.

La historiografía de los últimos 130 años con base en la  tradición oral local  rescatada para el caso desde 1880, no ha facilitado en general fuentes y versiones rigurosas, quizá comprensiblemente  desaparecidas para siempre o sólo extraviadas.

Con toda su carga de (in)certidumbre, los datos frecuentados en este y el anterior siglo apuntan a la explanada en cuestión, donde se abrió paso el barrio indígena de San Sebastián a partir de la primitiva capilla de barro erigida sobre una waka nativa, a fin de extirpar idolatrías y destruir la sacralidad indígena.

Salvo la próxima de Laja, no se conoce  de otras iglesias en el valle de La Paz anteriores a la Fundación, como se supondría emergente de la actividad de los franciscanos tal vez a partir de 1536, o de la incursión a los Moxos entre 1538-39.

Pero igual que Nuestra Señora, esa primigenia y solitaria capilla fue sólo “depositada” en el asiento de Chuquiabo, según testimonian las Actas Capitulares de la ciudad, en espera del lugar que mejor “convenga” (Acta N° 23,3-dic-1548 y N° 10, 23-oct-1548).

La marca-cabecera de pueblos originarios y colonos (mitmas/mitimaes) aymaras e incaicos, quiruas y pukinas, abarcaba entonces, además de los de Churubamba/San Sebastián, bajo dominio directo del Inca, otros tres conjuntos de ayllus –Santa Bárbara del culto al sol, sobre la margen izquierda del Choqueyapu; Santiago de los mimimaes regionales y San Pedro de los nativos locales– de acuerdo con recientes estudios de Marti Pärssinen.

¿En cual de ellos se depositaron la capilla y el pueblo nuevo?

Algunas exposiciones incluidas en la Memoria (2015) del primer congreso municipal sobre la historia de La Paz conceden al menos un dejo de prudencia sobre Churubamba, lo mismo que en torno a la verdadera existencia de los curacas Quirquincha y Uturuncu (“que recibieron a Pizarro”), o la presunta estadía del cuarto inca, Mayta Capac, unos cien años antes.

En su aporte a esa recopilación, Pärssinen lamenta no poder “confirmar esa información” sobre los caciques y sus presuntos tambos, aunque allana la suposición de que estos dos grupos aluden“a dos parcialidades de yanas dirigidas por los Inkas del Cusco”.

De todos modos,  encuentra este bolivianista, que la misma ciudad parece haber sido establecida“en el sitio que perteneció a los tributarios censados de Chuquiapo”, pues todavía hacia 1560, los ayllus reclamaban por no haber recibido compensación ninguna sobre la toma de sus tierras para la Fundación.

¿Habitaban estos tributarios lo que es hoy la plaza Murillo o era este predio una  extensión de Santa Bárbara? ¿En qué sitio no se devolvieron las tierras dispuestas para la Fundación? Salvo inferencias, no hay pruebas que fuera en la explanada triangular que conforma la confluencia del Choqueyapu y el Apumalla.

Fernando Cajías explica que si bien fundamentalmente ha utilizado “como fuentes los escritos de los principales tradicionalistas paceños del s. XX”, sobre el tema, es necesario corroborar las afirmaciones con fuentes primarias”. Muchas de las aseveraciones citadas pueden confirmarse, entiende, con el trabajo de campo en la zona”.

Llegados a este punto, por un lado, no se tienen excavaciones bajo la plaza. Por otro, entre las  33 principales entidades arqueológicas señaladas en el valle de La Paz en el mapa 2013, no aparece Churubamba/San Sebastián; y de las 87 identificadas, las más cercanas son Caja de Agua-calle Jaén, Said-PuraPura, El Montículo-Sopocachi, e Illampu (más allá de Larkapata y el río Apumalla), Obelisco y San Francisco, zona central (esta última no churubambina porque está al sureste del río Apumalla).

El primer y quizá único sondeo arqueológico en la iglesia de San Sebastián se realizó hace una década, aprovechando el derrumbe del campanario, según Pablo Rendón (2007) y Javier Mencias (2009). De lo que se extrajo en dos pozos entre restos de huesos, vasijas y tejas,  “no se identificó antiguos cimientos que podrían haber correspondido a estructuras” de origen prehispánico, dijo el reporte. Menos la imaginaria tumba del cacique Quirquincha o las ruinas el “templo inca del sol”

Desde la arqueología, muchas de las interrogantes “ya no pueden ser abordadas  a partir de meros restos arqueológico convencionales como artefactos cerámicos o líticos”, reflexionó Carlos Lemuz (2013), “pues  gran parte  de estos no puede ser recuperada con información contextual debido al avance urbano” y la destrucción del registro. 

Ante ello “es necesario apelar alternativamente a otras fuentes como el estudio del propio paisaje, de los lugares y localidades de los que aún es posible obtener significados y evidencias de actividad humana”, recomendó este arqueólogo.

La difusión de la Memoria, auspiciada por Constructora Petricevic y el Concejo paceño, semeja en importancia a las Memorias del I congreso de arqueología nacional (Rivera Casanovas, 2009, UMSA, PIEB, ASDI) y el Mapa de Areas sobre este tema (2009-2013, Lemuz/Aranda, GAMLP) para ir desentrañando el pasado ancestral y preservar las entidades arqueológicas en cada meseta, quebrada, terraza o farellón que contenga rastros significativos, ante el avance del urbanismo oficial nacional y subnacional. Versión ampliada del resumen dispuesto para la prensa el 16-oct pasado y recién publicado el 21-oct.

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