Opinion

LA MARCHA POR LA VIDA
El Púlpito
P. Guillermo Siles Paz, OMI
Miércoles, 28 Agosto, 2013 - 16:55

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Es verdad hoy recordamos LA MARCHA POR LA VIDA. Fueron días muy tristes para Bolivia. Como olvidar que la historia se modificaba en todos los centros mineros. Este hecho ha producido muchos traumas, mucha migración y mucha tristeza.

El relato más duro que escuche fue del P. Gustavo Pelletier, Misionero Oblato decía: “Viví muchos años en Bolivia luchando a lado de los mineros, he soportado las dictaduras, me enfrentado a muchas autoridades políticas y militares, pero ese día en que pararon la Marcha en Calamarca, viví dos sentimiento imborrables. El primero fue la Humillación, fui llevado, junto con los trabajadores de la Pio XII, al ministerio del interior y nos pusieron a un pequeño y oscuro cuartito. Pero antes, fuimos pateados, escupidos por dos soldados, ambos adolescentes. Ellos habían recibido la orden de maltratarnos. El segundo sentimiento fue la soledad y el abandono. Las horas que había pasado en ese lugar, fueron largas, porque además no sabían nada de lo que pasaba en Calamarca.  Estar incomunicado, no poder informar a la gente de lo que pasaba, fue lo más tormentoso.”

El otro relato que me ha interpelado, por eso años fue la presencia del P. Bernado Duhamel, otro Misionero Oblato, que caminó al ritmo de los trabajadores, y sudando la gota fría, sus pies lleno de callos y con grandes heridas.

Querían lograr su objetivo. El, al igual que los miles de mineros, decían. Los mineros, llegaremos a la Paz. Pero como sabemos, no pudieron, se quedaron frustrados, tristes y reprimidos. Todos habían sido obligados a subir a los trenes para retornar a Oruro. Pero seguían cantando, los mineros volveremos. Qué imagen y que recuerdo.

Mirando a la distancia, ya no sentimos ese dolor y esa tristeza porque se pudo superar. Sin embargo en mi memoria quedan muchas fotografías. Los centros mineros como en una estampida, como buscando dejar todo. Todo termino, y ya no había futuro. En los campamentos veías rostros tristes, casas vacías, familias enteras caminando a la terminal para irse a las ciudades. Lo más impactante fueron las carretillas que transportaban muchos bienes particulares. Detrás de las carretillas, familias enteras, madre y padre y muchos niños.

Mis hermanos oblatos que habían acompañado, muchos años a los mineros y familias mineras, estaban en su silencio y frustración. Las minas quedaban asoladas, en las calles de los campamentos ya no están los amigos. Muchos de ellos se fueron para las ciudades.  Ahí se preguntaban qué hacer, cómo seguir adelante.

No olvido cuando P. Roberto Durette, director de la radio Pio XII decía, “es que nuestras audiencias se van, nuestros grupos organizados, se dispersan, las comunidades de bases buscan también su espacio. Ahora que debe hacer la Radio Pio XII, debe correr detrás de ellos. Es que acaso había llegado la hora en que también debería de cambiar de domicilio.  Es cierto, llego la confusión, llego el silencio con miles de preguntas.”   La Radio Pio XII, se quedó y sigue haciendo historia, no quiere perder la memoria, pero sigue construyendo un desarrollo desde sus nuevas realidades.

Esas heridas que han generado la Marcha por la Vida y por lo tanto el cierre de las minas, quedó en la historia, nunca volvieron a ser las minas. Hoy siguen vivos esos centros mineros, pero la gente que había sido luchadora, generadora de ideas, constructora de otra Bolivia, estaba dispersa. Hicieron crecer las ciudades del Alto, de Potosí, Sucre, Tarija, Cochabamba y Santa Cruz. Muchos, nunca más retornaron a sus centros mineros. Volver a ver esos centros mineros para muchos, era para llorar. Nada era igual, los campamentos habían quedado, totalmente abandonados, desmantelados, como si hubiera pasado un huracán  y se hubiese llevado puertas, calaminas y ventanas.

Por eso muchos, seguramente al recordar, sentirán la nostalgia y el dolor de su pasado. Los mineros que volvieron hoy son otros. Ellos solo escucharon los relatos del pasado, que tal vez, nunca más será, lo fueron.