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Le conocí muy de cerca, en mi ciudad natal Oruro, él era nuestro obispo. Le conocí justo en mi adolescencia, él había llegado en marzo del 1982. Él nos promovió para formar los diferentes grupos juveniles de la parroquia.
Nos había dicho, “Yo soy responsable para esta misión entre los jóvenes, es un trabajo que me dan en la conferencia episcopal” y ciertamente era así muy animado y jovial con los jóvenes.
En noviembre de ese año recibí, de sus manos, el sacramento de la confirmación. Que honor, que alegría para mí. Desde ese momento me hice su amigo, porque no decirlo, su discípulo. Todo lo que decía y hacia, me llamaba la atención.
Estando en los grupos juveniles entendimos de la necesidad de hacer que la juventud sea protagónica, que no se queden mirando pasivamente, sino que tengamos la necesidad de desafiarnos cada día.
En la diócesis de Oruro, la pastoral juvenil fue fuerte, dinámica y muy participativa, éramos como un motor, una trinchera para vivir la fe desde la realidad. Éramos los soldados de Cristo, los preferidos de Dios. Nos recordaba que ya en la Asamblea de los Obispos en Puebla, se hizo la opción preferencial por los jóvenes y por lo pobres. Así me deje cautivar por el Cardenal Julio.
Ya posteriormente entre al seminario, ahí fue otro momento de mi vida. Yo ingresé como Misionero Oblato de María Inmaculada, pero estaba en el propedéutico nacional y él se sorprendió verme, mi párroco, Padre Andrés de Roo, estaba molesto porque no había ingresado como diocesano, sino como misionero oblato.
El obispo tuvo que decirme, que le generé un problema. Sin embargo me dijo, “que bueno, que hayas escuchado el llamado del Señor. Ojalá aprendas a servir al Pueblo sencillamente. Me dijo, nunca olvides tus raíces y a tu pueblo”.
Para mí el cardenal Julio siempre fue un maestro, un amigo porque supo aceptarme y motivarme. Ya de seminarista y cuando visitaba mi casa, lo primero que hacía, era visitarle en su casa y hablábamos de muchas cosas. Ahí me contaba de su pasado en la Sede de Gobierno, La Paz, fue una etapa muy importante.
Estaba tan impactado por la muerte de Luis Espinal, que le ha marcado en muchas cosas de su vida, era el obispo auxiliar. Estando en La Paz y vivió toda la dictadura de García Mesa, pudo visitar a las familias de perseguidos, negociar la liberación de algunos presos, presidió la misa de despedida a Lucho.
Miró de cerca la persecución política de ese momento. Se unió a muchos ciudadanos gritando por democracia, llamando a vivir en libertad.
Obispo de los mineros.
Estando en Oruro tuvo que insertarse en la doble realidad de esta diócesis, minera y campesina. En su tiempo, él fomentó mucho las comunidades eclesiales de base, permitió que se reúnan durante tres días anualmente, en junta, para vivir su fe. Promovió la pastoral minera, acompañando a todos centros mineros y los agrupo en una pastoral dinámica que dialogaba con la otra diócesis vecina de Potosí.
Cuantas veces le tocó lidiar con la realidad local, como regional. Tuvo frecuentes intervenciones en los conflictos mineros, acompañó en sus preocupaciones y esperanzas de miles de ellos que ansiaban su presencia. A tanto así que le digieren que era el obispo minero.
A él le toco vivir el drama minero, nunca pudo imaginar, ver a miles de obreros y mineros, llorar como niños. Le tocó mirar de cerca como los diferentes campamentos mineros iban vaciándose. Fue testigo de la famosa relocalización y de la Marcha por la vida.
Él era el presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana, su llamado profético y directo al gobierno de Víctor Paz, no tuvo efecto. El obispo de Oruro se puso al lado de los pobres, vivió junto con los mineros, la frustración de ver a miles de familias abandonar sus casas e ir en busca de días mejores, a otras ciudades. Se encarnó tanto que lloró en Huanuni, cuando hizo la visita con pastoral social.
Su llamado a la derogación del decreto supremo 21060 era contundente, era directo, pero no logró parar, sino le tocó ser testigo del drama de miles de obreros que dejaban sus pueblos.
Dejemos interpelar por la realidad.
El año 1987 yo estaba haciendo mi noviciado en la periferia marginada de Asunción, en el barrio Cañada. Justo ese año el CELAM tuvo una reunión en Asunción y el conjuntamente con el obispo de Potosí, Mons. Edmundo Abastoflor, visitaron nuestro noviciado Latinoamericano Oblato.
Ambos, sin ningún problema, caminaron por varios minutos, por el barrio más pobre de Asunción y quedaban profundamente interpelados por la realidad. No podían imaginar lo que se veía en el camino, pero también pudieron constatar la alegría de los paraguayos.
Ya en medio de nosotros el cardenal Julio inicio un profundo diálogo sobre la cultura, sobre la teología india, sobre la teología del clamor popular, sobre Jesucristo liberador y solidario. Ambos obispos nos interpelaban con sus preguntas. A tanto así que todos los novicios, venidos de otros países de América Latina, quedaron impactados de su visión y la mirada misionera de la vocación.
Con Juan Pablo Mensajero de la Paz.
Varias fueron las intervenciones del Obispo de Oruro, porque siendo presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana, lideró toda la visita de Juan Pablo II a Bolivia. El acompañó todos los eventos, haciéndose testigo la vida de la Iglesia. Podríamos recuperar muchos discursos del Obispo, sin embargo lo que marcó es su sencillez y diligencia a lado del Santo Padre.
Podría decir, que con la llegada del Papa Juan Pablo II, selló su imagen de un profética comprometido con los pobres. Los momentos más fuertes, de toda la visita del Papa, lo vivió en Oruro, porque fue testigo del clamor popular, de ver cómo una mujer se acercó al papa y le ofreció un olla vacía, gritando por el hambre del pueblo y por la falta de trabajo. Ahí un minero de Catavi. Juan Alborta, le puso al Papa un guarda tojo, casco minero, en el cual expresa el apoyo que el mismo obispo daba a la pastoral minera.
Abandonó Oruro para encarnarse en Santa Cruz.
Parece que la salud le hizo una mala jugada. Le vino un infarto cardiaco, fue una alarma que le obligó dejar su sede episcopal, pero la gracia siempre le acompañaba. A pocos meses fue nombrado arzobispo de la Arquidiócesis para servir a una iglesia emergente, dinámica y comprometida.
Desde que asumió el liderazgo de la Iglesia, ha mantenido firme los principios morales, éticos y humanos para caminar hacia la construcción de una sociedad más justa, humana, fraterna y solidaria.
Había pedido que fuera él quien me ordene como sacerdote, pero lamentablemente ya no podía llegar a, Oruro, mi ciudad natal, por lo que me escribió una bella carta en la que me motivo a vivir un sacerdocio de servicio, profético y misionero. Me recordó que la misión del sacerdote boliviano en la iglesia actual debe ser de presencia contemplativa y de vivir interpelados por la realidad de los pobres y sencillos.
Fueron muchos años de servicio comprometido y participativo. En Santa Cruz, construyó una iglesia viva y activa. Trabajó para muchas obras de servicio social. En su dinámica de la formación pastoral, miró a los laicos como corresponsables del caminar de la iglesia, por lo que hoy se tienen muchos agentes de pastoral formados.
La condonación de la deuda externa.
Desde el año 1987 el Cardenal Julio, profundizó la amistad que existía con las diócesis hermanas de Hildesheim y Tréveris, tal hermandad materializó una campaña latinoamericana por la condonación de la deuda externa. La Iglesia Boliviana trabajó desde el último rincón, para obtener firmas y concientizar a todos los bolivianos sobre la deuda externa. Él desde la misma conferencia episcopal diseño la estrategia Boliviana para exigir al Grupo de los 8 países más ricos, que se reuniría en Alemana el 1999, condonen nuestra deuda porque fue injusta.
Logramos recolectar miles de libros con firmas y los llevamos a Colonia Alemania, lugar donde el G 8 estaría reunido. Yo como sacerdote era parte de la comitiva y compartimos este viaje a Alemania. Y también juntos participamos algunos conversatorios en Alemania, principalmente con la Hermandad de Hildesheim y Tréveris. Fuimos parte del evento principal ahí, a las orillas del rio Rin.
En medio de más de 50 mil personas. El arzobispo de Santa Cruz, estaba dando un discurso ovacionado a los venidos de todas partes del mundo. Nunca olvido el abrazo tan efusivo que se dio, con el que también hoy es cardenal de Honduras, Oscar Rodríguez Madariaga
Su legado es de un pastor profético
El Cardenal julio siempre tuvo una voz de trueno. Como muchos profetas, el Cardenal Julio tenía una palabra firme, interpeladora y directa. Con mucha elocuencia denunciaba las injusticias y pecados existentes en la vida del pueblo como en las diferentes formas de actuar de los gobiernos de turno. Pero también con que dulzura y convicción anunciaba la Palabra de Dios y la necesidad de dejar vivir al Dios de la vida.
El Cardenal, en sus mensajes y su teología, tuvo un progreso permanente es sus mensajes. En sus primeros años como obispo, estando tan de cerca la realidad de injusticia, su teología era del clamor popular, de buscar siempre un cristianismo muy comprometido y de buscar una coherencia evangélica.
Creía en un Dios de la vida, y que hoy la defiendo en medio de su pueblo. Creía en Jesucristo hecho hombre que vino a liberarnos de todas las injusticias. Pero también soñaba en una sociedad justa, humana y solidaria. Muchas veces incomodó, sobre todo al poder de turno.
Su amor a los pobres fue sincero y cercano, compartiendo su vida con los aimaras, los mineros y también con los diferentes grupos de indígenas del oriente, mostró claramente que la realidad del pobre estaba en sus diferentes mensajes.
Con sus llamados constantes a eliminar las injusticias, y denunciando la mala distribución de las riquezas. Participó en varias oportunidades del Grupo de Amerindia y sobre todo apoyando la reflexión de la teología india.
Su participación en la IV Conferencia Latinoamericana del Episcopado Latinoamérica, en Santo Domingo, cuando llevó un documento de Bolivia que hoy es un legado imperecedero para la Iglesia boliviana.
Ya como cardenal tuvo un mayor protagonismo en América Latina, sobretodo promoviendo la Justicia y Solidaridad. Él tenía una buena formación en doctrina Social de la Iglesia, por eso impulsó una pastoral social que promovía la defensa de la vida y solidaridad, para que la promoción humana, sea integral y liberación.
Su presencia en la iglesia hoy mantiene latente toda su personalidad, su serenidad y participación. Siempre presentó una actitud de diálogo, de discusión y de búsqueda de días mejores. Sin ningún problema tomaba posición por el débil, por el excluido y porque la justicia social se implante.
Su actitud sincera y transparente logró que en la iglesia sea tan querido. Todos los domingos, esperaban su mensaje lleno de amor y compromiso. Nadie puede negar, la gran lucidez y fortaleza. Esa energía lo transmitía a toda la iglesia.
Hoy Dios le da el espacio prometido, aquel que siempre creyó. El Dios de la vida le acoge con los brazos abiertos, para darle el gozo eterno.
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