El Juguete Rabioso

EN BUSCA DEL TRAIDOR

Walter Chávez

Juicio a los periodistas de La Razón

Pensaba dedicar este artículo a Raúl Peñaranda… 

pero finalmente decidí no hacerlo

 

“En el principio fue la traición… / y luego nos dijeron que éramos tristes / que debíamos ser tristes”. Estos versos de tono vallejiano, bastante olvidados ya, bien podrían tomarse como resumen de una lectura de la historia de la Guerra del Pacífico y la pérdida del Litoral.

Hace ya varios años, en alguna de las presentaciones de sus libros, Carlos D. Mesa manifestó su desacuerdo con la forma cómo se enseñaba la historia de la Guerra con Chile en las escuelas y colegios bolivianos, porque todo conducía a cimentar un complejo derrotista en los niños que ya desde la primera lección –y a pesar del “¡¡Que se rinda su abuela carajo!!- empezaban a transitar, sin posibilidades de redención alguna, un camino de dolor aplastante.

Quizás esa observación se hace más cierta si pensamos la Guerra con Chile no como un proceso en el que Bolivia fue cediendo cada vez más en el plano militar; después de todo, no seríamos el único país que pierde una guerra. El dolor viene de la constatación de la increíble cadena de traiciones que fueron definiendo la guerra a favor del invasor.

Traiciones explícitas y planificadas. Y otras que fueron el resultado de la búsqueda de intereses económicos de grupos o de personas, de la falta de valor o de la incontinencia y el figuracionismo de alguno. 

Historiadores como Roberts Barragán o Botelho Gosálvez han denunciado con minuciosidad el papel de la traición y los traidores en la Guerra del Pacífico y en las firmas de los tratados posteriores. Los nombres de Melgarejo, Montes, Ballivián, René Moreno, Frías, Lafaye y muchos otros integrantes de una posición pro chilenófila quedan ahí comprometidos. El historiador Roberts Barragán menciona que “Chile era prácticamente dueña de todo el Litoral gracias a los instrumentos jurídicos creados gratuitamente en su beneficio por los gobernantes bolivianos desde 1857 y 1876” (citado por Gastón Cornejo, Opinión, 26-03-2012).

Hoy pareciera que vivimos un capítulo nuevo aunque no distinto de esta historia. Por primera vez el país logra plasmar una política de Estado (ampliamente añorada durante más de un siglo) para tratar de recuperar el mar. Se viabiliza un juicio al país invasor ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya y, de pronto, desde el corazón de la delegación nacional uno de sus integrantes desliza a un periodista documentos o información que develan la estrategia jurídica conducente a recuperar el mar.

Ante esto, el gobierno nacional, decidió abrir un juicio al periodista Ricardo Aguilar Agramont y a la directora del periódico La Razón, Claudia Benavente, pidiéndoles que mencionen el nombre de la persona que cometió esta infidencia que podría tener consecuencias en el juicio ante la Corte de La Haya, que es muy estricta en el manejo de la confidencialidad en este tipo de procesos. 

Es decir, no se busca escarmentar a ningún periodista. Se trata más bien de encontrar en la delegación boliviana al personaje (o los personajes) que hoy traiciona a su país entregando documentos a un periodista y mañana puede elevar la dimensión de su traición divulgando –o traficando- otros términos del proceso judicial que durará todavía varios años. Y, claro, no se puede aspirar el triunfo teniendo dentro del equipo a un buzo, un quinta columnista, un traidor.

El juicio ante la Corte de La Haya ha generado un implícito acuerdo nacional por tratarse de una política de Estado que busca recuperar nuestra soberanía marítima. Supongo que por eso mismo, los dos periodistas enjuiciados deben estar enfrentando una fuerte disyuntiva: o mantener el secreto de la fuente o explicitar el nombre del gran traidor incrustado en la delegación nacional, en quien tanta fe ha puesto el conjunto de la sociedad boliviana. 

Ricardo Aguilar Agramont, escribió en su Face, “me siento como Alfred Dreyfus”. Sólo que Dreyfus no se escudó en el silencio ni defendió ningún código corporativo. Dreyfus, mediante las gestiones de su hermano ayudó al periodista Bernard Lazare y al jefe del contraespionaje francés Georges Picquart a dictaminar que el responsable de la entrega de documentos a los alemanes era el gran traidor Ferdinand Walsin.

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EVO, SANTA CRUZ Y LA REVOLUCIÓN

Walter Chávez

Las páginas que escribe Álvaro García Linera, casi todas me aburren, salvo aquellas en las que habla del Estado, la Revolución y su futuro. Apartándose de los clásicos, que veían a la revolución como un continuum, él de pronto aporta una mirada realista y hasta nostálgica: nada es para siempre, nos dice… toda revolución acaba en algún momento y su carácter depende mucho del tipo de adversario que tiene al frente… la Revolución inventa su devenir y –esto es importante– el revolucionario (si no es estúpido) se da cuenta de que siempre estará luchando solo… casi lo que mantuvo Dr. Hook en  WhenYou're In Love With A Beautiful Woman… cuando se ama a una mujer hermosa siempre se está solo… Los falsos revolucionarios, esos que se hicieron (y se quedaron) en las comodidades del aula y la biblioteca, son los primeros en desertar. Ante cualquier adversidad levantan el dedo acusador para sospechar a la Revolución de que se está desviando… no son capaces de quedarse para triunfar o fracasar dentro de la Revolución… ¿Entenderán esto los resentidos y librepensantes? Comprenez-vous, Raúl Prada?

En un artículo reciente, publicado en la versión argentina de Nueva Sociedad, Fernando Molina se pregunta: ¿Por qué Evo sigue siendo popular? Las respuestas que él mismo se da son varias y muchas tienen que ver con la bonanza económica que vive Bolivia, “El Gobierno de Evo Morales –dice Molina– está coincidiendo con el mejor momento económico de la historia boliviana”, y luego enumera otras cualidades, a nivel social y político, no menos importantes del gobierno del MAS que explican por qué Evo, después de casi ocho años, sigue teniendo una aceptación superior al 50%.

Se podría decir que Molina –en sus textos actuales– es un raro caso entre la intelligentsia liberal. Normalmente, los “analistas” ad usum hacen esfuerzos increíbles para que uno sospeche de que son tontos. Y lo logran. Diariamente exponen sus “alarmismos” sobre el Proceso de Cambio, tratando siempre de resaltar los puntos negativos del Gobierno, como si la realidad se limitara a ellos. Molina en cambio escribe con pulsión propedéutica y trata de explicar el fenómeno por los hechos: “Durante la última década se ha producido en Bolivia lo que en términos marxistas cabría denominar ‘revolución política’; es decir una sustitución de las élites que fue bastante completa”, explica.

Precisamente, lo que acaba de pasar en Santa Cruz de la Sierra, la entrada de Evo Morales a la Feria, es un paso más de la Revolución, en ese largo camino hacia la conquista de la hegemonía, como la llamó Gramsci. Humberto Vacaflor habla en su última columna de “La toma de Santa Cruz”, y es una exageración. Pero eso sienten los analistas. Antes soñaban con que la Media Luna y el poder empresarial desaten sus iras y desalojen al indio del gobierno. Por eso, ante este encuentro entre el poder camba y Evo Morales, ellos ya viven el acabose… Como diría Joaquín Sabina, sienten que el Palacio está en llamas / el Rey ha muerto en el campo de batalla / la Reina se ha pasado al enemigo… LAS FIERAS ENTRAN EN LA CATEDRAL… y no es así, desde luego que no.

Toda Revolución en democracia depende, en buena medida, del comportamiento de las minorías. Sí éstas no la aceptan, entonces hay violencia y polarización. Quizás uno de los mayores aciertos del Presidente Evo Morales haya sido hallarle un ritmo adecuado al proceso que vive el país desde hace un par de décadas. Porque la Revolución Democrática y Cultural no empieza en 2006, no. Ese año, Evo tomó el gobierno, aunque no “tomó el poder”, como dijo en uno de sus primeros discursos como presidente, pero el camino emancipatorio del indio viene desde mucho más atrás. Cuando hablamos de “ritmo adecuado” nos referimos específicamente a marcar una pauta según la cual el proceso va cumpliendo etapas. Y esto se da en dos sentidos, en el perfil personal y en el manejo estratégico de los tiempos y los campos políticos. En lo personal tuvo que dejar de ser el dirigente cocalero para convertirse en líder indígena (más amplio que cocalero) y luego, a partir de 2009, ir hacia la búsqueda del liderazgo nacional. Y en lo político empezó solidificando la Revolución Democrática desde el campo popular para avanzar hacia la inclusión de los sectores que antes le eran adversos, como pasó recién en Santa Cruz.

Entre 2006 y 2008, prácticamente no había intelectual, analista u opinador que no considerara que “el mayor error de Evo era decirle NO a las autonomías”. Una revisión rápida a los archivos periodísticos muestra claramente aquello. Incluso dentro de la izquierda se creía que ante el “empate catastrófico  (revolución india vs. poder empresarial del oriente)” la única posibilidad real era “la salida pactada”. Pero Evo decidió la salida revolucionaria: la lucha de clases, para dirimir cuál de los dos proyectos debería sobrevivir. Venció la Revolución,  después de una confrontación larga, en casi todos los campos; incluso el militar, a partir de los sucesos de septiembre en Pando y luego con la marcha de los indígenas y campesinos hacia Santa Cruz, para definir por la violencia el futuro de la revolución. Hoy vemos que, sin ese acierto de Evo Morales, el futuro del proceso de cambio hoy sería otro. Si Evo decía sí a las autonomías y a los estatutos autonómicos elaborados bajo influencia de los poderes regionales, quizás hoy no habría Revolución… hubiera habido una paz momentánea el 2008, pero finalmente el proyecto de poder conservador se hubiera potenciado con la autonomía regional y probablemente le hubiera dado un golpe mortal al Proceso de Cambio.

Entonces, el camino de la Revolución Democrática y Cultural de Evo ha sido (y es): lucha – victoria – inclusión – expansión… Así se construye una hegemonía cultural que es, al final y al cabo, el verdadero triunfo de una Revolución.

No faltarán los simples que quieran leer esta inclusión social que hoy se vive en Santa Cruz como una falta, como un indecoro, dentro de la Revolución. Pero no es así. No hay pacto, sólo se amplían los horizontes, teniendo siempre a los movimientos sociales como “la industria pesada” de la Revolución. Lenin intuyó que la hegemonía de la Revolución se logra incluyendo a las minorías, esto hizo con la Nueva Política Económica de 1921, lo que pasa es que en esta construcción lo alcanza la muerte y no pudimos ver los resultados. Gramsci lo intuye, pero él no tuvo en sus manos un gobierno. Evo pone en práctica un movimiento táctico –como no pudo hacerlo, lamentablemente, el desaparecido Hugo Chávez, y por eso la polarización venezolana se alargó en el tiempo– y abre las posibilidades de inclusión en el proceso de nuevos cuerpos sociales que, en el fondo, permiten expandir en el tiempo la revolución… para que algún día no la recordemos con nostalgia. Tal vez no me apresuro al decir que la Revolución india boliviana no será ya nunca eso que Heidegger llamó bellamente Holzwege, una senda perdida…

Claro, hay que precisar que esta inclusión se hace desde la hegemonía. La Revolución no pierde al incluir al empresario, al contrario gana, porque por vez primera esa minoría –que culturalmente era (y seguramente seguirá siendo por algunas generaciones) portadora de un pensamiento colonial, blancoide, racista– acepta la democracia de las mayorías, acepta la Revolución y a su líder indígena, antiimperialista. Y lo acepta en tanto y en cuanto este líder también se ha convertido en un estadista, en el conductor moral y político de un proceso fuerte, histórico y además ganador económicamente hablando . El empresario cruceño lee los éxitos económicos del gobierno y deja a un lado la polarización. El autonomismo y el regionalismoque eran amenazas serias para la unidad del país, hoy se piensan en clave nacional: el desarrollo del Oriente es el desarrollo de Bolivia. Y todo esto teniendo como único proyecto de desarrollo, las políticas del Estado Plurinacional. No hay pragmatismo coyuntural del empresariado. Tampoco hay ingenuidad estatal o gubernamental. Hay una integración de los poderes regionales a los horizontes señalados por la Agenda Patriótica 2025.

Creo que hay más de una razón para encender un Montecristo y dejar que todo se llene de Bob Dylan: “vamos gente, reúnanse en cualquier lugar, admitan que las aguas han crecido a su alrededor, los tiempos están cambiando, The Times They Are Changin”.

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ALGUNAS RAZONES POR LAS QUE VUELVO A ESCRIBIR

Walter Chávez

Hace unos años tomé la decisión de vivir en Buen Retiro, al norte de Santa Cruz, sin cine, sin libros, lejos de los medios y pude comprobar aquella boutade de Borges que recomendaba no leer periódicos porque si las cosas que ocurren realmente son importantes uno igual se entera. Como el avaro del relato de Luis Loayza, en las mañanas ponía a todo volumen “Wishyouwerehere” en la versión regaae de AlphaBlondy (el Primer Bandido), miraba a mis animales que discurrían librementey me decía, como sopensando en una balanza imaginaria: “Los bulldogs atigrados...el toro blanco que descansa debajo del tajibo… los gallos amarillos que cantan cada cinco minutos… todo eso es más de lo que dejé en la ciudad”.

Es decir, como si tratara de una parodia del personaje vargasllosiano, me fui de La Paz para olvidarme de la política y los paceños pero vaya que la malhadada realidad me sale al paso y de pronto me encuentro con una serie de sucesos, de personas y personajes que todavía se andan ocupando de algunas cosas mías… entonces tomo la decisión de escribir esta columna que la peligrosa generosidad de mi viejo amigo Andrés Gómez me la ofreció, “porque estoy convencido que tarde o temprano vas a tener ganas de decir cosas”, me dijo una tarde que nos encontramos en El Prado.

Uno de esos sucesos que me animó a escribir esta columna es la polémica que se armó alrededor de la aparición de El Desacuerdo, un quincenario gestionado por un grupo de jóvenes intelectuales, que muchos quisieron ver como la continuación de El Juguete Rabioso por otros medios… En realidad, desde que en 2006 dejó de salir El Juguete, son varios los periodistas que me propusieron comprar el nombre para darle continuidad a ese proyecto. Los argumentos para negarme eran siempre los mismos, amparado en el título de aquel hermoso libro de ForrestHylton, les decía que “ya es otro tiempo el presente” y que el Juguete siempre fue un medio militante, indianista y en su último periodo incluso evista y por eso no debía volver a circular.

Pero a principios de este año, conocí a un grupo de muchachos (Manuel Canelas, Mario Murillo, Susana Bejarano, Boris Miranda, Amaru Villanueva, Nicolás Laguna y Verónica Rocha), al principio fue una charla de Café, luego leí los magníficos textos que escribían y me convencí que la idea de publicar un quincenario no podía ser más oportuna, siempre y cuando ese nuevo medio incluya de manera plural y cosmopolita las ideas y posiciones de su generación.  Recordando el verso del magnífico poeta Cé Mendizábal, diré que a mí sólo me “tocó empujar para ver correr la sangre de lejos”. Eso sí les advertí de los obstáculos que tendrían que salvar, de las posibles furias que se iban a desatar pues el espíritu de los huayralevas (de los que con tanto acierto alertaba Medinaceli) seguía vivo.

Bueno, la primera gran sorpresa que me dio este grupo de jóvenes fue lo que Fernando Molina marcó tempranamente en Pagina Siete: el “bello nombre” que escogieron y que se condice con su formación y su cultura: El Desacuerdo, tomado de un libro del francés Jacques Ranciere. Y aunque no me animé a escribir para sus páginas (ni acepté ser parte de su Comité Editorial, también por eso de que “ya es otro tiempo el presente”), hice lo que pude para que su proyecto se concrete: les sugerí que contraten a Sergio Vega para el diseño (por eso formalmente el logo se parece a El Juguete, son del mismo autor), y a Ramón Rocha Monroy,Pablo Cingolani, Edmundo Paz Soldán y varios otros ex colaboradores del extinto Juguete… los contacté con los sindicatos de canillitas y los ayudé a solucionar sus trámites burocráticos.

Como se armó tanta polémica alrededor de El Desacuerdo y El Juguete, quise contar esto para que quede constancia de todo. Y además, creo que era necesario ahora que empiezo a publicar esta columna quincenal en Erbol Digital. ¿Por qué en Erbol? Estos años, varios medios me ofrecieron un espacio, pero decido escribir aquí, porque Erbol es un medio que luchó grandemente contra el entreguismo de los neoliberales y también soñó como muchos de nosotros en que un día los subalternos, los indios, los “nadies”, se autogobiernen. Escribo en Erbol porque me gustan sus principios y su compromiso incontrastable con el pluralismo y con el futuro de una Bolivia sin amos, sin dueños.

En realidad nietzscheanamente vuelvo al principio… En 1998 El Juguete Rabioso empezó como una columna en La Razón, luego en 2000 se convierte en quincenario y hoy vuelve a ser una modesta columna… ¿De qué escribiré? De las cosas que pasan, de libros, de cine, de ciertas historias de este periodo político que están dormidas por ahí… de escritores, de políticos y gente peor. Ahí nos vemos, entonces, la próxima quincena.

Mientras espero, enciendo un cigarrillo, vuelvo a la nostalgia de AlphaBlondy(wishyouwerehere… cómo quisiera que estuvieras aquí)… y trato de considerar los improbables saltos que ensaya aquí a mi lado mi perra bulldog … como diría el poeta Jorge Frisancho, un acontecer caótico… itinierante… pero siempre bello…

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