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Amanda Dávila es, a no dudarlo, una mujer valiente. Tanto que ha asumido una tarea por demás titánica: dirigir el Ministerio de Comunicación del Estado Plurinacional. Y eso no es poca cosa. Cumplir la vocería del Presidente, seguir el agitado ritmo de la agenda gubernamental, coordinar la comunicación de los ministerios, monitorear y analizar los temas que los medios de comunicación agendan, generar contenidos para las entidades del Gobierno y velar por la información de los medios estatales no es, ni mucho menos, una bicoca. Pero, lamentablemente, es esa magnitud de tareas la que parecen estar nublando el sentido crítico de Dávila. Me pregunto, por ejemplo, ¿cuál es la definición de “imparcialidad” que tiene la Ministra de Comunicación? Lo hago después de escuchar la entrevista que concedió a Rafael Archondo, en Radio Erbol (Educación Radiofónica de Bolivia).
Aquí la entrevista completa |
Dávila apuntó a la falta de "imparcialidad" como uno de los factores principales para justificar la decisión gubernamental de no colocar publicidad estatal en Erbol. Pero si siguiéramos a rajatabla el criterio de la “imparcialidad” (subjetivo, por demás) para tomar tal decisión, ninguna publicidad estatal tampoco debería ser colocada en los medios que son de propiedad del Estado: Radio Patria Nueva, Periódico Cambio, la Agencia Boliviana de Información y Bolivia Tv. O es que alguien se animaría a decir que el tratamiento informativo en estos medios es “imparcial”. ¿Alguien? Lo dudo pues ni siquiera la propia Dávila pudo hacerlo en la entrevista mencionada.
Y es que es demasiada pretensión creer en medios totalmente imparciales, objetivos o neutrales. No lo son; ni los medios privados ni tampoco los estatales. Nietzche decía que “no hay hechos, hay interpretaciones”. Que se pueden construir varias verdades a partir de un acontecimiento y, así, la verdad termina siendo una lucha de interpretaciones. En este panorama los medios de comunicación son reproductores de interpretaciones. Conozco casos en La Paz de personas que compran dos periódicos para, luego de leer ambas “versiones”, sacar su conclusión sobre hechos específicos. Es decir que construyen una verdad (igual de subjetiva) a partir de dos interpretaciones de una misma noticia.
Todo medio está supeditado, en mayor o menor medida, a intereses: económicos, políticos, ideológicos o hasta religiosos. Y de todos los intereses que afectan el quehacer periodístico es el económico el que más fuerza tiene; incluso más que el político. Los medios viven de la publicidad, la privada y la estatal. Si alguien cree que un periódico, por ejemplo, sobrevive gracias a la venta de sus ejemplares está totalmente equivocado. Esas ventas no deben aportar ni al 20% de las necesidades de los matutinos. Y es por ello que, de tanto en tanto, la dictadura de la publicidad se impone sobre el periodismo. Hay salas de redacción donde el área Comercial tiene más influencia que la propia jefatura periodística. Tal es la influencia del mercado que en algunos medios se cocinan noticias a la medida del público al que quieren llegar para satisfacer las necesidades de la publicidad. En las grandes redes de televisión, por ejemplo, están más preocupados en medir los niveles de rating de sus programas que de evaluar la calidad de la información que brindan al público.
Así las cosas, la “imparcialidad” termina siendo una utopía. Pero lo es bajo el amparo de la definición que nos regala Galeano de la utopía. “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Claro que el trabajo periodístico debe responder a requisitos éticos mínimos. Un medio de comunicación, por ejemplo, tiene todo el derecho de defender una posición, pero ella debe estar visible para lxs ciudadanxs. Una línea editorial debe ser clara. Lo demás es periodismo y periodismo; información e información. Periodismo desconfiado de las “verdades” que oficialistas y opositores sueltan al micrófono; periodismo que no elude las preguntas incómodas. Ojo que el cuento de “parte y contraparte” de nada sirve si en una nota se ofrece 1 opinión a favor y 5 en contra.
Más importante aún: el periodismo debe responder a una realidad social que debe estar, especialmente en Bolivia, en función de las necesidades y desafíos de una sociedad desigual y desequilibrada. Pero una cosa es pensar la comunicación en función de las luchas de las mayorías nacionales y otra es pensarla sólo y exclusivamente en función de las necesidades del Gobierno, tal y como se hace desde los medios estatales. Una cosa es hacer noticia a partir de los logros de la gestión gubernamental y otra muy distinta es hacer propaganda para el gobierno presentándola al público como si fuera noticia. Y eso sí que es una falta de respeto a lxs ciudadanxs que, en definitiva, son propietarixs de esos medios de comunicación. Digo “falta de respeto” y no “engaño” porque tampoco es que la ciudadanía sea boba ni ingenua ante el trabajo de los medios en su conjunto. La ciudadanía sabe discernir. Y si sintoniza una emisora, compra un periódico o ve un canal de Tv específico es porque sabe el discurso que va a recibir. Claro, vaya y pase cuando ese discurso sale desde un medio privado que, al final, opta por una tendencia informativa dictada por intereses de mercado o políticos. Pero eso es inadmisible que suceda en un medio de servicio público, como lo son los medios estatales. Patria Nueva, Cambio y Bolivia Tv son medios estatales no medios gubernamentales. Así, el color político no puede ser la medida para cerrar o abrir sus micrófonos; para minimizar o justificar los errores de las autoridades ni para cargar tintas en favor del Gobierno. Y la excusa de que así lo hacen porque así también lo hacen los medios privados “opositores” es un sinsentido.
Que hoy Erbol maneja una postura crítica ante el gobierno no hay duda. Que periodistas como Amalia Pando cargan con vehemencia el micrófono cuando se trata de visibilizar los errores gubernamentales es cierto. Y están en su derecho, tanto el medio como el periodista. Será pues el oyente quien, al final, juzgue dichas posturas. Pero lo que absolutamente nadie podría decir es que el trabajo que realiza esta radioemisora va en contra de los intereses y las luchas históricas del pueblo boliviano. Con cerca de 50 años de trabajo, Erbol se ha ganado el derecho de estar entre los medios más influyentes del país y de ser considerado parte de la construcción del proceso de cambio que experimenta Bolivia. Y lo ha hecho a pulmón -tal como Fides- luchando contra las dictaduras, abriendo el micrófono a las minorías cuando pocas emisoras lo hacían y formando liderazgos campesinos e indígenas desde la comunicación. Y esto incluye a muchos líderes de movimientos sociales que hoy ostentan el poder.
Dudo que, por ejemplo, se pueda decir lo mismo de Panamericana, donde el Ministerio de Comunicación ha concentrado gran parte de la publicidad estatal en lo que se refiere a medios radiales. Panamericana se sitúa más en las antípodas del accionar e ideología gubernamental que lo que está Erbol. Y no apunto a los periodistas que la conforman, sino a los propietarios y sus intereses económicos.
Aún recuerdo cuando se criticaba a Erbol por su tendencia oficialista. Las conferencias de prensa de muchxs ministrxs se realizaban en las oficinas de esta readioemisora. ¿En qué punto se jodió esa relación? No lo sé. Quizás sea parte de esa ola de desencanto que ha llevado a muchxs hoy a criticar el accionar gubernamental con la misma vehemencia con la que la defendían al comienzo. Pero al hacerlo no hacen más que impulsar este proceso que hoy más que nunca requiere de voces que marquen contrapuntos que de interesadas polifonías.
El principal reto para Dávila debería ser el lograr que los medios estatales a su cargo se emancipen del poder político para que brinden una visión plural de la realidad boliviana. El segundo debería ser impulsar una real democratización de la comunicación. Apoyar iniciativas desde la sociedad civil que apunten a una comunicación diferente donde el eje esté en el ciudadano y no en los poderes políticos y económicos. ¿Qué boliviano de a pie podría decir que se siente realmente representado en los medios tradicionales que están metidos o en la gran política o en el gran farándula? ¿Cómo presentan estos medios nuestra realidad? ¿Les interesa interpelar al poder? ¿De qué modo abordan problemáticas de derechos humanos, impulsan debates críticos o reflejan los temas cotidianos de la gente?
La “imparcialidad” como utopía, esa que nos lleve a continuar caminando en búsqueda del bien común, debería ser el norte del periodismo en su conjunto. Y deben ser los medios estatales los que abran brecha, independientemente del lugar donde se encuentre latiendo el corazón político de quienes las dirigen. De seguro que lxs ciudadanxs sabrán reconocer tal valiente decisión y llevarán a los medios privados a seguir esa huella.
En la parte inferior de la columna pones: Javier Badani es ciudadano
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