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Invierno de 1974. Cercanías de la Pulpería del campamento minero de Siglo XX. Una mujer de estatura más bien baja, un poco gordita, de ojos menudos, cabellos lacios y labios gruesos, vende sus “thayas” (agua azucarada con pito de cañawa, congelada a la intemperie durante la noche y cortada en pedazos rectangulares). Pero, ella no se limita a ofrecer el original producto, simultáneamente reclama por el desabastecimiento de la pulpería. “Nos quieren matar de hambre, hace quince días que no llega carne, tenemos que organizarnos y protestar, esto ya es el colmo”. Las esposas de los mineros con sus bolsas vacías se hacen eco de los reclamos de Domitila y se levanta un vocerío desde las filas donde hacen cola para recibir los alimentos.
Fines de 1975. Enfundada en un inmenso poncho con motivos aztecas, Domitila recorre por los campamentos hablando a quien quisiera escucharle del movimiento mundial de reivindicación de los derechos femeninos. Invitada por La Organización de Naciones Unidas ha concurrido a la Tribuna del Año Internacional de la Mujer realizada en México y tiene la cabeza llena de ideas y proyectos, desborda emoción y entusiasmo y hace en la radio relatos apasionados de la gran experiencia que ha adquirido en este su primer contacto internacional, seguramente decisivo en su trayectoria de incansable luchadora social.
Junio de 1976. Toda la dirigencia sindical de los trabajadores mineros de Siglo XX y Catavi se ha refugiado en interior mina debido a la ocupación militar ordenada por Bánzer aquel 9 de junio, y que incluye la toma de las emisoras de radio. La huelga general indefinida es la única respuesta posible y se la intenta dirigir desde los socavones. Iván Paz Claros ha logrado introducir un mimeógrafo y los comunicados sindicales que ayudamos a redactar circulan profusamente por los campamentos. Domitila con el vientre abultado por el embarazo, reparte café, organiza la logística que llega por conductos inverosímiles y levanta el ánimo de todos: “Tenemos que resistir, no tenemos más remedio”. Sólo cuando ya no puede más acepta ser evacuada de emergencia, directamente al hospital de Catavi donde le nacen mellizos, uno de ellos sin vida.
Agosto de 1986. Altiplano paceño. Marcha por la Vida, un esfuerzo supremo de los mineros por evitar el descalabro final. Con más años y kilos encima, y a pesar de una rodilla maltratada, camina Domitila pausada pero firmemente. Tiene ya una descollante trayectoria, su libro-testimonio “Si me permiten hablar” (1977) traducido a unos 15 idiomas la dio a conocer en todo el mundo, fue candidata a la vicepresidencia y desplegó intensas campañas de solidaridad, en pro de la democracia y en defensa de los Derechos Humanos. David Acebey recogió sus nuevas experiencias en otro libro impactante: “Aquí también Domitila” (1984). En las cercanías de Calamarca, un día antes del cerco, rodeada del afecto de muchos de sus compañeros, prepara un q´allu aprovechando una pausa de la caminata. Un grupo de mineros especialmente jóvenes, la hostilizan al pasar. Como si Domitila tuviera que avergonzarse de sus legítimos triunfos personales que lo son también del pueblo al que pertenece. Afortunadamente, los mineros que la conocen repelen con energía a ese pequeño grupo expresión de estupidez, confusión y mezquindad. Domitila no puede sin embargo ocultar su amargura, mueve la cabeza resignada y enjuga una lágrima.
Cuatro pantallazos para que propios y extraños recuerden que la lucha no comenzó ayer y que nunca fue para defender privilegios, como ahora estudiantes de medicina, médicos y otros dirigentes despistados.
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