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En la cultura quechua era y es muy común escuchar la palabra “llunku” para referirse a la persona que usa su lengua zalamera para buscar algo que no está a su alcance por mérito propio. Denota sumisión ante su ocasional superior para obtener un cargo, una dádiva o un beneficio personal que no lo hubiera logrado de modo recto o legal.
Quien la usó por primera vez en un discurso público fue el katarista Víctor Hugo Cárdenas, cuando asumió la Vicepresidencia en 1993. Esa vez encadenó este término con la trilogía Inca: ama sua, ama llulla, ama qujella. Y desde esa vez se introdujo en la cotidianidad de la sociedad boliviana.
La Constitución de 2009 incluyó estos mandamientos quechuas entre sus principios, mas no el ama llunku (no seas zalamero), el cual sin embargo se fue convirtiendo en el término más repetido. Como las circunstancias definen el uso de las palabras, aquella fue derivando en un escupitajo contra las personas que recurren al “llunkerio” para lograr sus propósitos.
La razón del menosprecio se debe a que los llunkus nacen, generalmente, alrededor de un “superior”, jefe, caudillo o déspota que necesita discursos panegíricos en eventos de todo tipo para alimentar su poder. Casi no se presenta una situación de este tipo con un líder, que se caracteriza por respetar procedimientos, reglas éticas, normas constitucionales, y se rodea de funcionarios probos, inteligentes, honestos y consecuentes porque su objetivo es trabajar en función y bajo el límite de la comunidad.
Tanto los llunkus como los caudillos que se alimentan de aquellos son dañinos en el espacio donde desarrollan su trabajo. Los primeros porque acceden a cargos o funciones sin méritos suficientes más que su genuflexión. Los segundos porque optan por ineficientes leales antes que por eficientes honestos. Entonces, entre ambos estancan o hunden la empresa, el proyecto o el Estado.
En estos escenarios, el egoísmo y la egolatría son los ejes que ordenan las relaciones profesionales, sociales o políticas. El superior alimenta su ego y los otros se sostienen gracias al alimento que echan a ese ego que los humilla cada vez que puede para crecer más. Es una vinculación altamente dependiente y hasta enfermiza porque puede derivar en un fanatismo peligroso.
Esta relación puede prestarse a un estudio psicológico para escudriñar el ser de la persona que acepta la humillación sabiendo que reproduce su inseguridad, la cual extrañamente puede contagiar al “ser superior” cuando decide rebelarse por alguna circunstancia o razón. Hay una relación de miedo entre ambos, uno teme perder el cargo, el otro, el apoyo ciego que lo mantiene también en un cargo.
La persona zalamera es, generalmente, aquella que en toda su vida no logró ninguna gloria hasta que un jefe, “superior” o soberano decide otorgarle cinco minutos de fama. Entonces, se siente obligado a agradecer esa gloria efímera con alabanzas, que no es lo mismo que agradecimientos.
Entre esas personas figuran las que ostentan cargos interinos porque están ahí gracias a la voluntad de quien lo nombra, lo que significa que están en permanente riesgo de perder la pega si no hace la voluntad de su “padrino”. No sucede lo mismo con la persona nominada por mérito propio, ésta tiene como prioridad la gente a quien sirve y no la genuflexión.
Como su prioridad es sostenerse en el espacio que ocupan, los “llunkitus” pueden cambiar de “amo” sin ruborizarse. A menudo desaparecen cuando su jefe o “superior” cae en desgracia, a quien abandonan porque hay otro que los “protegerá” bajo su sombra.
Realmente, son muy peligrosos porque callan lo malo, esconden el error, ocultan la verdad, no advierten el peligro y sobredimensionan lo bueno, y en los momentos de crisis concluyen: “sabía que esto iba a pasar, ya lo había advertido”.
En definitiva, son un mal ejemplo para niños y jóvenes porque éstos observan que el “llunkerio” pesa más que los méritos.
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