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Si las palabras envejecen, los discursos y las estrategias también. Más cuando los dirigentes del llamado Socialismo del Siglo XXI usan prácticas políticas de mediados del siglo pasado: discursos largos, secretismo y concentraciones callejeras de sus partidarios, a quienes les gusta llamar, pueblo. Repiten casi a diario la creación del adversario, la producción del odio y la descalificación del mensajero antes que del mensaje bien fundamentado.
En las décadas de los 60 y 70, fue efectivo dividir el mundo entre el pueblo oprimido y los capitalistas; entre los dictadores y los comunistas. El objetivo de la política era anular al otro diferente incluso militarmente. El término consenso no figuraba en el léxico político. Las palabras eran verdaderas balas de metralla destinadas a inducir a la muerte. Este discurso sirvió al gobierno del MAS muy bien entre el 2006 y 2008, cuando dividió a los bolivianos entre movimientos sociales y oligarcas, entre pueblos indígenas y derechistas. Las circunstancias han cambiado, muchos de aquellos vilipendiados derechistas tienen hoy buenas relaciones con el Ejecutivo o son parte de él (en calidad de autoridades o candidatos), ergo la realidad desmiente a las palabras; y cuando sucede algo así, repetir el discurso sólo causa gracia.
En la primera etapa del proceso de cambio (2006-2010), el sistemático ataque a “los medios de comunicación” desde diferentes flancos, entre ellos los mismos periodistas con moral crítica, sirvió al Ejecutivo para contrarrestar a los “creadores” de la realidad. Esa estrategia fue necesaria porque el gobierno carecía de medios (sólo tenía un canal y una radio) y gran parte de los privados hacían política en nombre del periodismo. Hoy las circunstancias han cambiado, el MAS tiene medios que hacen lo que criticaba: política y propaganda en nombre del periodismo (claro, hay excepciones gracias a los periodistas que creen en su trabajo). Dada esta nueva realidad, cada vez que las autoridades atacan a los medios pidiendo equilibrio, independencia, responsabilidad se descalifican ellas mismas.
A estas alturas, el MAS tiene más medios que los partidos de la oposición, erigió en poco tiempo un “latifundio mediático masista” (sugiero a los comunicólogos oficialistas hacer, por honestidad intelectual, un nuevo inventario mediático). Lo que está en tela de juicio es su incidencia frente a una audiencia cada vez más inteligente, que dio el primer campanazo en Octubre de 2003, cuando descubrió a los medios oficialistas de ese entonces pretendiendo engatusarlos como sucede hoy. La última derrota de los medios masistas se produjo en Oruro, donde intentaron desviar la atención y minimizar el conflicto por el nombre del aeropuerto, pero fracasaron porque la incidencia ahora va por otro lado. Si duda, sólo revise o recuerde la cobertura realizada por estos medios.
Claro, no todos los canales ni radios o periódicos están bajo administración directa del partido oficialista, pero éste tiene mecanismos invisibles para “alinearlos” en función de sus intereses, entre ellos, la distribución arbitraria de la publicidad estatal (finalmente, a algunos empresarios sólo les interesa ganar dinero sea en un régimen comunista o capitalista).
Finalmente, la estrategia de creación del enemigo de turno también envejeció. Hace años, atacar a Estados Unidos resultaba exitoso y daba la imagen de antiimperialista. Hoy no pasa de ser una anécdota, pero no deja de ser divertido porque se asemeja al cuento del pastor mentiroso, que de tanto amenazar con expulsar a USAID y cerrar la Embajada USA en Bolivia y no cumplirla está convirtiendo al “enemigo” en víctima.
Las circunstancias del país cambiaron, por tanto las estrategias y los discursos debieran ir acorde al nuevo tiempo.
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