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Hay dos profesiones que se parecen, pero no son lo mismo. Nacen del mismo huevo, pero tienen funciones diferentes. Periodista y propagandista. Hay personas que un día son periodistas y otro día relacionistas (salvo excepciones). O un día relacionistas, propagandistas y otro día quieren ser periodistas. Veamos las diferencias:
El periodista tiene como objetivo buscar y publicar la verdad (humilde, circunstancial) así afecte a su jefe máximo, su padre, su madre, el dueño de la empresa donde trabaja, el compañero de trabajo o el amigo más cercano. Opta por la verdad porque es el alimento de la democracia
El propagandista tiene como objetivo cuidar la imagen de su jefe máximo así afecte a la verdad, que nutre a millones de personas que componen una sociedad. Presta sus servicios a un político, un empresario o una institución pública o al gobierno de turno. Si un día se animara a decir la verdad en contra de su jefe, cometería un contrasentido en su profesión y anularía el fin último de su existencia funcional.
El periodista tiene un gran jefe: la sociedad, su público, su audiencia, los televidentes, los radioescuchas, los internautas, los lectores, se debe a ellos y ellas, ante ellos y ellas rinde cuentas; n última instancia, sólo ante la comunidad puede inclinarse y someterse, pero en términos democráticos.
El relacionista tiene un gran jefe, al que cuida de la sociedad, de los públicos de los medios de comunicación, de los internautas, de los radioescuchas, de todos aquellos y todas aquellas que se atrevan a cuestionarlo o a descubrir lo que intenta ocultar.
El periodista produce información, comprendida como un bien público, cuya esencia es cualificar la democracia, ampliar la participación social, aportar con elementos de juicio a la gente para que construya decisiones en función de intereses comunes y respete al otro en su dimensión humana y cultural.
El relacionista produce propaganda, entendida como la fábrica de la mentira porque oculta la verdad o la exagera o la disfraza para preservar el poder o la “buena imagen” de su jefe, de su partido, de su grupo.
El periodista distribuye la palabra para coadyuvar en la distribución del poder; al distribuir la palabra entre los diferentes actores distribuye el flujo democrático de ideas en la sociedad, que no es más que un abigarrado sistema de intereses, donde cada uno y una se esfuerzan por convivir bien con el otro.
El propagandista distribuye la palabra de su jefe, de la persona que le paga, generalmente no le interesan las otras palabras o voces, menos aquellas críticas, aquellas que desnudan la verdad o buscan contrastar opiniones para llegar a la realidad de los hechos; busca sobredimensionar la palabra de su benefactor para cuidarlo.
El periodista es un ser político, pero no un ser sumiso a un partido; no es neutral, pero practica el equilibrio para cristalizar el pluralismo; su opción contundente es la justicia, lo que le obliga a mantener su honestidad intelectual en el marco de la libertad de expresión y el derecho a la información, que pertenece a la sociedad, más que a él.
El propagandista es un mercenario de la palabra, hoy puede trabajar para su jefe izquierdista y mañana para su jefe derechista o fascista; casi siempre es oficialista porque es hábil para vivir al amparo del poder político o fáctico porque solo bajo esa sombra “brilla”.
Periodistas y propagandistas están ahí. A cada quien se lo juzga por sus obras. Lo que no es bueno ni coherente es que el propagandista o relacionista se disfrace de periodista y engañe a la sociedad, dando propaganda en lugar de información para beneficiar a su jefe máximo, a quien considera su dios, en desmedro de millones de personas. Entonces, se convierte en un sicario del periodismo.
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