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Catorce combatientes chilenos participaron en la Guerrilla de Teoponte (1970) con un sueño: la liberación de Bolivia y desde aquí irradiar la tea al resto de Latinoamérica. Probablemente se equivocaron en la estrategia, pero no en su ideal. Algunos de ellos murieron, seguros de sus convicciones, en esta tierra, considerada desde hace tiempo como enemiga por las Fuerzas Armadas y élite chilenas. Gustavo Rodríguez Ostria, en su libro “Teoponte, la Otra Guerrilla Guevarista en Bolivia”, menciona a José Miguel Celiz, Julio Olivares, Guillermo Veliz, Tirso Montiel, Carlos Brain, Julio Zambrano, Hilario Ampuero, Calixto Pacheco, Arnoldo Camú, Carlos Gómez, Francisco Gómez, Rigoberto Zamora, José Elmo Catalán y Beatriz Allende (segunda hija del malogrado presidente chileno, Salvador Allende).
Esos valientes guerrilleros compartieron su sueño con argentinos, peruanos, brasileños, cubanos y, por supuesto, bolivianos. Eran tiempos de gestación de la Patria Grande a través de las armas, de la unidad latinoamericana, de luchas conjuntas para acabar con el sometimiento de la región. Eran tiempos de ideales comunes ante enemigos también comunes: el imperialismo estadounidense, las oligarquías, las élites, los grupos de interés económicos, que se habían trazado como objetivo dividir sus pueblos para preservarse.
Estos grupos mezquinos adoctrinaron casi desde la cuna el odio a los hermanos y hermanas que viven al otro lado de la frontera. Usaron la escuela para contar historias sesgadas y de revancha e incubar resentimiento entre chilenos, bolivianos y peruanos con la intención de soplar los vientos en una sola dirección: la guerra verbal y luego la contienda militar. A no olvidar que primero se disparan palabras de desprecio y descalificación, éstas luego se convierten en balas.
En ese sentido aún hoy en alguna fiesta patria o acto cívico, al final de la ceremonia, no falta alguien que lanza un grito: ¡Viva Bolivia, muera Chile! La dramática historia contada por los profesores, en la escuela, deja huellas de resentimiento y la imagen del enemigo invasor está intacta en el imaginario popular.
Algo peor sucede todavía en las instituciones militares y cuarteles, donde aún se interpretan canciones y lanzan consignas antichilenas, muy parecidas a las letras difundidas recientemente en un video, a través de las redes sociales, en el que se puede ver trotar a soldados chilenos y oír canciones exenófobas: “Bolivianos fusilaré, argentinos degollaré y peruanos mataré”.
Diferentes gobiernos usaron el tema marítimo y problemas limítrofes de sus países para exaltar ánimos nacionalistas y lograr apoyos populares. Algunas autoridades bolivianas se metieron en la vida privada de las personas para descalificarlas como prochilenas por el solo hecho de tener familiares del país vecino. ¿Qué dirían aquellos guerrilleros del 70 que ofrendaron sus vidas por Bolivia? Seguro se avergonzarían de los izquierdistas de hoy que fomentan lo que los dictadores del 70 hacían: odio al chileno, boliviano o peruano.
El tiempo de globalización obliga a entender la nacionalidad de otra manera sin perder la identidad, pero a la vez sin anclarse en el patrioterismo fanático. En este marco, vale la pena sostener la aspiración legítima de una salida soberana al Océano Pacífico, pero no puede ser usada como marketing político para sepultar temas incómodos de agenda o de soporte popular del gobierno de turno.
Antes de lanzar cualquier insulto vale la pena recordar a los 14 guerrilleros chilenos que lucharon por la liberación nacional. Entonces veremos a los habitantes del país vecino como complementos y no como límites donde se choca el odio y el desprecio como olas que golpean en un acantilado. De este modo, encontraremos salidas imaginativas a un problema que data desde 1879 y llegaremos a las costas soberanas del Pacífico.
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