Opinion

LAS PALABRAS NO SIEMPRE DICEN LO QUE SON
Tinku Verbal
Andrés Gómez Vela
Viernes, 20 Marzo, 2015 - 20:35

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De chango descubrí que las palabras seducen más que los cuerpos, y con Alex Grijelmo confirmé que, además, tienen un poder de persuasión y disuasión; a lo que agregaría, un poder de confusión cuando edulcoran o trocan la realidad e insertan la mentira en la colectividad. La persuasión y disuasión son resultado de argumentos que van de una inteligencia a otra. En cambio, la seducción burla la zona racional y busca la emocional, y cambia el significado de las palabras en su viaje entre la razón y la emoción. Entonces, desprestigia una palabra o lo desvincula de su asidero real.

En ese camino eclipsador confunde al revolucionario con el hombre (subrayado hombre) que arma un movimiento para tumbar a un dictador (otro hombre) que no quería dejar el gobierno, cambia algunas cosas durante el orgasmo de la toma de poder, y al día siguiente imita al que derrocó y se convierte en el nuevo dictador.

El revolucionario es la persona que reproduce la democracia en la contradicción y el pluralismo para que la revolución sea permanente. El partido y el pensamiento únicos son antirevolucionarios porque anulan la contradicción. A saberlo, solo la democracia permite revoluciones, la dictadura del proletariado u otro régimen parecido no.     

Las palabras denotan porque significan, pero connotan porque se contaminan, coinciden Grijelmo y Wittgenstein. Así, el traidor al partido es traidor al país, ergo merece ser fusilado. Sin embargo, un político puede traicionar a su partido por ser leal a su país. Sucede cuando ese partido comienza a convertirse en un peligro para la democracia. El partido es la parte, la patria, el todo. El partido es confrontación, la patria, convivencia. El político que prioriza su partido contradice el título de servidor público, éste debe lealtad ante todo a la sociedad.

El lenguaje es un hecho sensorial, por ello algunas palabras suenan feas, entre ellas, Guerra Sucia. Suenan, pero no son como suenan. La guerra sucia es meterse en la vida privada cuando ésta no afecta la vida pública. No es guerra sucia difundir casos de corrupción en periodo electoral porque es un hecho público que afecta la vida pública. Por el contrario, es un imperativo ético exponer la transparencia para que el elector bote al corrupto votando por un honesto. Elegir a un corrupto equivale a dejar al cuidado de tu casa a un ladrón. Además, suena más feo corrupto que guerra sucia.

Las palabras también causan lástima. Por ejemplo, discriminación. Recientemente, la usó la candidata del MAS a la gobernación de La Paz, Felipa Huanca, para victimizarse. Su compañero de partido, David Choquehuanca, la ayudó al declarar a ANF que detrás de los ataques a ella hay una “mano blanca”, cuando en realidad hay acusaciones de corrupción de sus hermanos indignados por el robo en el Fondo Indígena.

Las palabras bloquean juicios de la conciencia pública, una de ellas: sentencia ejecutoriada. Mientras ésta no haya sido pronunciada así sea por un juez de dudosa moral no se puede llamar legalmente corrupto o asesino. Pero, hay gente tan corrupta que ha evitado incluso las sentencias ejecutoriadas. El mundo mundial sabe que es un corrupto, menos el juez. 
Las palabras del poder denigran el periodismo al pretender obligarlo a hacer propaganda. Desprestigian la crítica y la llaman subversiva porque germina en una inteligencia y conecta con otra inteligencia. El periodismo esta para transparentar la administración del poder y no para cuidar una imagen; su misión es alimentar la democracia con pluralismo y buena información para que las personas tengan una buena opinión y una buena decisión.

Las palabras en bocas totalitarias se convierten en balas. Para el fascista, el comunista es delincuente y para éste, aquel es otro delincuente. Penalizar el pensamiento político es antidemocrático, por eso mismo ser de derechas no es un delito, ser corrupto sí.

Quizás por estas razones, un día cualquiera el premio Nobel de Literatura Samuel Becket se preguntó con cierta preocupación: ¿Y si hablara para no decir nada, pero absolutamente nada?