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Hace casi un año, un oficial de Policía comentó, en una reunión particular, que una buena parte de cadetes que ingresa a la Academia son hijos de padres uniformados con antecedentes o vinculados a actividades ilícitas. “Muy pocos vienen de familias honorables y conscientes de que la profesión de Policía es para cuidar a la sociedad y no para ganar mucho dinero”, remató el oficial.
Al principio me dio la impresión de que exageraba, pero desbarató mi conclusión cuando afirmó: “si no fuera cierto, ¿por qué la policía fue un dolor de cabeza para todos los gobiernos? ¿Por qué todos fracasaron, incluido el actual gobierno (MAS), y ninguno pudo reformarla?”
En esas palabras no sólo había una revelación, sino un sutil pedido de auxilio. En una especie de test de razón lanzo dos preguntas: ¿quiénes postulan y hasta pagan miles de dólares para ingresar a la Academia? ¿Cuál el encanto de ser Policía?
¿Postulan quiénes quieren lucir uniforme y atraer mujeres? Algo de esto hubo antes. Hoy la mentalidad femenina ha cambiado, claro, hay excepciones, pero la mujer inteligente luce sola en cualquier profesión y si quiere, siendo Policía; ya no necesita de alguien para brillar, menos ir colgada de un uniforme, que, por estos días, avergüenza antes de enorgullecer.
¿Postulan hijos de padres y madres policías que quieren que siga la tradición? Hay de éstos, y entre ellos, hay de los que han encontrado en la institución un sistema de enriquecimiento ilícito. No hacen nada para que sus hijos busquen otra profesión pese a que saben que el sueldo, ni siquiera en el grado de General, da para vivir como los “Beverly ricos”, menos para apoltronarse en una mansión de 300 mil dólares o circular en un vehículo de más de 100 mil.
¿Quieren ser policías los hijos de padres involucrados en contrabando, narcotráfico y otro tipo de actividades ilícitas? Sospecho que sí, y su objetivo es tener “muñeca”, justamente, en la institución que se ocupa de luchar contra esas actividades ilícitas.
¿Ingresan las personas que quieren sueldo seguro? Conocí a tres bachilleres que postularon a la Escuela Básica para tener un trabajo, aunque con un salario mínimo, pero seguro. Ninguno expresó vocación de vigilar el sueño tranquilo de la ciudadanía, incluso, arriesgando sus propias vidas.
El problema no está en quiénes egresan de la Academia o la Escuela Básica, sino quiénes ingresan y con qué intenciones. Suena discriminatorio, pero la persona que quiere ser policía debería pertenecer a una familia honorable. Ya sé, los delitos son individuales, y nadie puede ser discriminado por las acciones de su familia, pero en este caso hay un bien mayor: el derecho de la sociedad a la seguridad en democracia.
¡Ah! También conocí a una madre de familia que se opuso a que su hijo sea policía. Al final cedió ante la vocación de su hijo, pero después de una larga sesión de recomendaciones que comenzaron los abuelos, siguieron los tíos, hermanos y hermanas y terminaron papá y mamá.
Todos coincidieron en algunas frases: “cuidado con traicionar la honestidad de la familia; es una profesión devaluada; te maltratarán tus superiores y los políticos; estarás subordinado; ganarás poco; no considerarán tu inteligencia”.
¿Por qué la familia? Porque es el primer círculo de control social. Si Mamá y Papá, te permiten cometer injusticias o robar o ellos te dan el mal ejemplo, la familia se convierte en encubridora. En cambio, si te cuestionan al primer intento, la familia se consolida como una cuna de valores y convivencia.
En lugar de exigir a los cadetes rigurosos exámenes sobre ciencias exactas y otros conocimientos que en el ejercicio de su profesión casi no lo volverán a usar, deberían exponerlos a pruebas científicas de psicología para conocer sus tendencias de justicia, honestidad, ética.
Entonces, como dijo ese oficial de Policía honesto, la reforma policial comenzará en los cimientos y se habrá sembrado el cambio para dentro de 10 años.
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