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No conocí hasta hoy, quizás tú, un partido denominado por ejemplo, Movimiento Ciudadano de Derecha. O algo así como Partido Unido de Derecha. Menos, Frente Revolucionario de Derecha. ¿Por qué los derechistas no se identifican abiertamente con ese rótulo? Quizás se avergüenzan y prefieren esconder ese término anatemizado en palabras sin pasado político.
Sin embargo, conocí, seguramente también tú, partidos que alardean su ideología, entre ellos, Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda, Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, Frente Revolucionario de Izquierda, Partido Socialista, Movimiento al Socialismo (MAS). Socialismo, al menos en teoría, es igual a izquierda.
La historia probó que casi todos estos partidos no pudieron materializar su nombre en la vida real, pero ese alarde les sirvió para seducir a un electorado (compuesto en su mayoría por pobres) esperanzado en cambiar su realidad confiando en la palabra izquierda o, en los políticos que abrazaban esa ideología. En ese viaje de esperanza sufrió traiciones, uno de los más recordados lo cometió el MIR, cuando se unió a su verdugo Banzer.
Algo así, pero menos escandaloso se produjo, en el mejor momento del neoliberalismo, 1993-1997, cuando decenas de izquierdistas, incluido “fierreros”, arriaron sus banderas y se pasaron al bando que habían combatido durante años, el MNR (que como partido tiene una rica historia). En otras palabras, se hicieron amigos de sus enemigos ideológicos, futuros “vendepatrias”.
En ese tiempo de ajuste estructural y achicamiento del Estado, el izquierdista estaba devaluado, era visto como un extraviado de la historia. Es más, cargaba la pesada herencia del desastroso gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP), integrada por comunistas, socialistas y otros izquierdistas. Entonces, era sinónimo de inepto y fracasado.
Antes del gobierno de la UDP, ser izquierdista equivalía a luchador por la democracia y los derechos humanos y connotaba honestidad e integridad moral. Esta imagen volvió recargada con la crisis del neoliberalismo, entre 1999 y 2003, cuando los gobiernos de entonces no respondieron a las demandas del nuevo sujeto histórico: el campesino indígena originario.
La mala hora de la derecha llegó a su clímax entre el 2003 y 2009, cuando gran parte de la población expulsó de Palacio a uno de sus más conspicuos representantes (Goni) y luego, vía urnas, a sus epígonos NFR, PODEMOS.
Ante tal decadencia, los derechistas e, incluso, fascistas, hicieron la inmigración en sentido contrario a lo que sucedió en 1993-1997, vale decir, de la derecha a filas izquierdistas-socialistas, léase MAS. En resumen, se unieron a sus exvíctimas para preservar sus privilegios. Lo más hábiles se subieron al carro ganador apenas olfatearon en 2003 lo que venía.
Así, entre 2002 y 2003, ser de derechas y neoliberal era lo peor, equivalía a ser corrupto, vendepatria, colonizador. En cambio, ser de izquierdas gozaba de la fama que tenía antes de la gestión de la UDP.
Diez años después de ejercicio de poder del MAS y luego de la descomunal corrupción en municipios, el Fondo Indígena y otras instancias del Estado, ¿cuál será la imagen del izquierdista-socialista? Las palabras adquieren valor según el contexto histórico; visto así los hechos ¿cuánto se habrá devaluado? ¿Cómo afectará al izquierdista la ineficiencia, improvisación, ignorancia y despilfarro en algunos niveles de la administración pública? ¿Habrá desgastado su imagen de defensor de la democracia el abuso de poder, la soberbia, el acoso a medios y periodistas independientes?
Buena parte del electorado ya se convenció que, en el ejercicio de poder, derecha e izquierda vienen a ser lo mismo. Será por ello que en ocho ciudades principales del país eligieron alcaldes que en ningún momento se declararon de izquierdas (lo que no significa que sean de derechas). Y en las gobernaciones también se nota la tendencia.
¿Nacerá un día un partido que alardee su rótulo de derecha? O ¿ya no será necesario porque izquierda y derecha van quedando fuera de la historia?
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