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Conocidos los candidatos para las elecciones nacionales, llega el momento de los electores que hasta octubre decidirán su voto. Sus razonamientos y motivaciones son tan diversos como la cantidad de electores que hay, aunque, por supuesto, hay denominadores comunes.
Como en toda elección de principio hay dos bandos: el primero constituido por los que ya tienen su voto definido por el oficialismo; y el segundo, por la oposición. A ambos no les importa quiénes son los postulantes a senadores o diputados. Su apoyo estuvo definido incluso antes de la constitución del mismo binomio.
Sin embargo, en el segundo bando hay indecisos, pues, si bien ya saben que votarán contra el candidato del MAS, aún no decidieron a cuál de los cuatro candidatos de la oposición apoyará.
A la hora de decidir, éstos razonarán, presumo, sobre la base de dos objetivos: 1) Quieren al gobernante de hoy sí o sí fuera de palacio; 2) Quieren votar por el candidato de su preferencia por principios sin importar si el MAS se queda. Si se impone el primer razonamiento, ese elector jugará al voto útil, vale decir, sumará su apoyo al candidato con mayores posibilidades (según las encuestas), y no desperdiciará su voto en otro opositor sin posibilidades. Si triunfa la segunda motivación, el voto se dispersará en cuatro postulantes (según la intuición de cada elector).
Hasta aquí hay dos tercios de votantes. ¿Qué pasa con el tercio que queda? Ese tercio es ambivalente. Juega a la espiral del silencio. Es mutante. Puede decir una cosa al encuestador y marcar otra casilla el día de la votación. Es consciente de su poder de decisión. Por culpa de estos electores fallan las encuestas y las tendencias.
En este grupo hay una diversidad de razonamientos. Están desde aquellos que se percatarán del programa de gobierno, hasta aquellos que revisarán minuciosamente las listas de candidatos al Legislativo para ver si vale la pena alguno de ellos.
Estará atento a los debates (si hay), se informará sobre los hechos y antecedentes de los que quieren ser su representante y analizará cuál de ellos realmente defenderá sus intereses y le garantizará un futuro.
En medio de esa diversidad, se puede ubicar a aquellos que prefieren la certidumbre y la estabilidad con el actual gobierno y evitar riesgos con otros candidatos que pueden prometer una cosa y hacer otra.
Por supuesto, no faltan aquellos que temen una dictadura disfrazada de democracia si ganara de nuevo el oficialismo, no quieren que sus hijos e hijas tengan un solo presidente el resto de sus vidas como en Cuba, Siria o Corea del Norte.
También están los que creen que cualquier otro presidente lo hará mejor que el actual. Entonces, votarán con la sensación de que si el actual gobierno hizo buenas cosas, un sucesor eficiente con más ideas y tanto dinero que hay en Bolivia, gracias al precio elevado de las materias primas en el mercado internacional, puede hacer maravillas.
No faltarán los que votarán según el humor que tengan el mismo día de la elección. Decidirán a partir de un detalle, un mal paso, un acierto de los candidatos o una afinidad con alguno de los postulantes a la Asamblea Legislativa.
Tampoco estarán ausentes aquellos que dirán que ninguno representa sus aspiraciones, por tanto, voto en blanco o nulo, en protesta contra el sistema. Tal vez ni asista a las urnas.
Y ¿los jóvenes que votarán por primera vez? Aquí entra el voto familiar. Las charlas con papá, mamá, amigos incidirán en el curso de este voto. Los jóvenes son, generalmente, el reflejo de cada hogar. Esto no significa invalidar la autonomía de ellos o su incidencia en el resto de los miembros del hogar.
No sé si te identificas con alguno de estos grupos, pero estoy seguro de que tus razonamientos e intereses te guiarán a un candidato.
Se aproxima tu momento para decidir tu futuro, si no ejerces tu poder ahora, tendrás que esperar cinco años porque tus representantes en el Legislativo muy poco te escucharán (revisa antecedentes), pues, eso de la democracia participativa todavía es un cuento en Bolivia.
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