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El Movimiento al Socialismo (MAS) llegó a tomar el poder porque encarnaba una serie de atributos que lo convirtieron, en menos de cinco años, el referente nacional y la alternativa de poder. Los atributos concentrados en la palabra y promesa del cambio resumen lo que propios y ajenos esperaban del MAS. El sistema de partidos políticos había entrado en crisis por sus propias incoherencias y miopías al haber perdido la oportunidad de construir un país liberal democrático, institucionalizado y con fuertes niveles de control de la corrupción. En veinticinco años, si bien habían logrado consolidar el retorno a la democracia mediante pactos políticos que garantizaban la gobernabilidad, su falta de visión de país llevó a que ésos acuerdos se conviertan en pactos para asaltar la cosa pública y corromper las instituciones. Las importantes reformas que se atrevieron a realizar (21060, capitalización, participación popular, reforma judicial) nunca pudieron ser reformas de Estado sino solo de Gobierno, por eso, en vez de profundizarlas entre mandato y mandato, se dedicaron a jibarizarlas y envilecerlas.
Después de la debacle de la UDP signada por la arremetida política de la clase obrera que esperaba saltar hacia el socialismo y mientras la hiperinflación destruía la economía popular, la sociedad boliviana se predispuso a enterrar mitos y propuestas populistas en bien de alternativas más liberales. En ése eterno circulo boliviano de estatismo y liberalismo, en las elecciones de 1985, decidimos poner nuestro futuro en manos del liberalismo y le dimos veinte años de oportunidad para moldear el país en base a sus propuestas. Sin embargo, ya a principios del año 2000, empezaron a surgir serios indicios que la ocasión brindada había sido defraudada y que la sociedad estaba dispuesta a retirarles el apoyo. Los acontecimientos que se dieron entre el 2000-2005 (guerra del agua, guerra del gas, interrupciones de mandatos presidenciales, conflictividad creciente) mostraban que la sociedad estaba hastiada de un proceso que no colmo sus expectativas.
En las elecciones del 2005, el país, en este eterno retorno en el que se mueve, decidió apostar por la propuesta que proponían al Estado como el principal actor. Así entramos a la espiral de nacionalizaciones y acciones populistas que, acompañadas con la bonanza de los precios de materias primas que llenaron como nunca las arcas del Estado, convirtieron al MAS en uno de los partidos más importantes de la historia boliviana. Bajo la promesa del socialismo del siglo XXI y con espejos como Hugo Chávez, en Venezuela, y Lula da Silva, en Brasil, el MAS encandiló a los bolivianos con las propuestas de cambio a partir de la inclusión indígena y el pachamamismo. El país se puso en sus manos y les dio su apoyo mayoritario para que moldearan el país y lo sacaran del atraso, la pobreza y el subdesarrollo. Los espejos venezolano y brasilero de entonces eran muy atractivos: todo marchaba sobre rieles y transmitían la imagen de crecimiento y dignidad bajo la tutela del Estado. Por qué no seguir ése camino?
Pasaron diez años y los indicios de cansancio y desilusión empiezan a emerger por las mismas incoherencias y errores del partido de gobierno. Cambiaron la constitución y juraron respetarla por los próximos cincuenta años, pero a menos de cinco años de su vigencia la violan no solo para arremeter contra los derechos indígenas expresados en la marcha por el TIPNIS sino para volver a ocupar el poder indefindo. Prometen cambiar la justicia mediante el voto popular y lo único que hacen es postrarla más y más a sus pies. Silenciaron las voces y medios discordantes, en favor de la estupidización del pensamiento crítico. Destruyeron a los neoliberales con denuncias de corrupción por doquier, pero en menos de diez años de ejercicio del poder, al MAS le llueven por doquier actos de corrupción que los están ahogando. Los cambios institucionales (en la justicia, en las cortes electorales, en los poderes de fiscalización, y en las autonomías) lejos de construir un país más democrático e inclusivo, han servido para que toda la institucionalidad esté al servicio de construir y consolidar el poder absoluto del MAS. La persecución y encarcelamiento a sus opositores, consentida años atrás, hoy es vista como abuso e intolerancia que solo lleva más odio y división entre los bolivianos.
El MAS, muy rápidamente, ha entrado en una espiral de desgaste y alejamiento de la sociedad en un proceso similar al que, en su momento, entraron los partidos liberales. Si a los antecesores les tomó 15 años (1985-2000) para que la sociedad empiece su desencanto y cinco para que les den la espalda definitiva, este proceso se ha reducido en 10 años para el MAS y no se sabe en cuantos más para que las opciones sociales y políticas se encaminen en su contra. El MAS ya no es el futuro y encarna cada vez más los vicios del pasado. El MAS ya no enamora, más bien infunde miedo. El MAS ilusionaba, hoy asusta porque los espejos de Venezuela y Brasil, están rotos y ningún boliviano desearía hacer colas para tener papel higiénico. El sometimiento de las FFAA no le da fuerza, más bien lo refuerza en su autoritarismo y prebendalismo. La lógica del ahora nos toca, el ver la cosa pública como el medio para salir de la pobreza personal y el uso y abuso del poder sin límites, los está destruyendo como destruyó a sus antecesores. Los liberales no entendieron que entre el 2000 y el 2005 el país les estaba dando una opción para reencaminar sus acciones pero no lo dedujeron y perseveraron en el error. Pareciera que el MAS esta un momento similar y si la sabe usar quizá puede revertir su caída. Qué tal si el MAS, en un arranque de sabiduría, decide anular el referéndum y respetar no más lo que dice la CPE?
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