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Tan bella la experiencia que nos hace vivir Jesús, con su misterio de vida. Que bello momento para poder descifrar los detalles del misterio de la salvación. A veces podemos tener una impresión simple, como un hecho importante de la fe, ignorando el significado real de la transformación que nos deja Dios. La comprensión de su misterio de muerte y resurrección, es algo fundamental; trasciende nuestra fe, como la de toda humanidad.
El triunfo de la vida sobre la muerte, es la primicia para enfrentarnos a todos los signos de muerte hoy. Dios lo pudo con su propia muerte y nosotros estamos confrontados con los problemas y debilidades de hoy. No puede quedarse con un consuelo superficial ante las debilidades humanas, sino que esta primicia es fortaleza de la mirada futura de transformación. Dios lo quiso así.
El relato de la resurrección de Jesús, en los Evangelios es incluyente, fueron las mujeres y de madrugada, antes salga el sol, se convirtieron en las primeras testigos de la resurrección de Jesús. Lo evidente fue que encontraron la piedra del sepulcro movida. Entraron y no lo vieron, solo todo estaba ordenado. A eso se suma la presencia del discípulo amado, que cuando entró, vio y creyó. Todavía no habían entendido que según las escrituras, Jesús debía resucitar de entre los muertos.
De esta forma se nos presenta, “la promesa estaba cumplida”. Al tercer día resucitaría de entre los muertos y así fue. Jesús se constituye en la promesa cumplida, es la pascua viva para nosotros. Con esto Jesús había logrado dar ese paso de derrotar ya aquello que humilla, bajonea y deprime al hombre, la muerte.
El pueblo de Israel celebraba la pascua de la liberación de su esclavitud, pero esa pascua en Cristo se transforma en una nueva pascua, en el paso de la muerte a la vida. La Pascua de Jesús es el paso que derrota, también en nosotros, esas cruces que nos humillan, excluyen, marginan y hacen que el hombre este sometido. Jesús con su irrupción a vida nos da una nueva pascua.
Ahí está, por lo tanto una nueva comprensión, lo que para los griegos es una burla, para los que entienden los misterios de Dios, es la certeza de la promesa de Dios. La Pascua de Jesús no es un triunfo de nada, sino la experiencia de la entrega total del Dios que nos da todo. La Pascua de Jesús es el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, del perdón sobre el rencor, de la entrega sobre el egoísmo, de la reconciliación sobre la división.
La Pascua de Jesús, su resurrección no es acto revanchista de Dios, ni una demostración de su soberana omnipotencia, es pura cuestión de opciones, el auténtico Dios, apostó por la vida, el amor, la libertad, la justicia, Jesús hizo lo mismo a ese proyecto le apostó para transformarlo.
La primicia de la resurrección nos lo dio el Hijo de Dios que compartió nuestra vida, nos enseñó cómo transformarla. Su resurrección da sentido a la Buena Noticia, al proyecto de construir el Reino de Dios entre nosotros.
La pascua es la referencia plena, de construir nuestro camino en Dios. Es el momento que nosotros deberíamos de pensar en hacer visible todo lo que Dios quiere para la humanidad. Ese amaos los unos a los otros, como Jesús lo hizo, debe ser la herramienta de mirar humildemente los paso de una conversión continua.
Otro detalles de este día es el ser testigos, y lo seremos de este nuestro Dios de la vida, que es la mayor referencia en nuestro camino. Hoy somos testigos de un Jesús que se entregó hasta las últimas consecuencias, para dar vida y sentido a toda nuestra vida.
Vivir la Pascua nos compromete en cambiar todas esas realidades de muerte, en vida plena. Dios se ha puesto a lado de la vida. Ahora nos toca, a muchos de nosotros, ser defensores de la vida. El Reino de Dios es también nuestra responsabilidad, porque es una exigencia del Resucitado.
P. Guillermo Siles Paz, OMI, es misionero y comunicador social
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