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En estos días se han escuchado muchas voces respecto al aborto. Lo paradójico es que la mayoría de esas voces son de varones que toman posiciones y pretenden tomar decisiones ante una realidad sobre la que no asumen responsabilidad. Son voces que se mueven en la lógica del vigilar y castigar que el sistema patriarcal activa cada vez que las mujeres reivindican sus derechos.
Los argumentos que han circulando son los mismos de siempre y apuntan hacia el mismo lugar: el control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres.
Ni duda cabe, cada que se abre el debate sobre el aborto, se ponen en línea todas las manifestaciones del fundamentalismo político -de izquierda y de derecha - y religioso –católico y protestante- , archivan sus diferencias ideológicas y teológicas, y se lanzan contra las mujeres, pecaminosas y pecadoras.
Todos los argumentos en contra de la despenalización del aborto apuntan a remover en el imaginario social y cultural de nuestro país, para colocar la idea de que quien aborta no sólo comete un delito sino también un pecado, porque no solo transgrede las leyes sino la moral.
Que mejor respuesta que las reflexiones de la brasilera Ivone Gebara, la primera monja católica en identificarse con la teología feminista en América Latina, que hace 20 años desbarató tales argumentos.
En 1993 Gebara declaró que “el aborto no es pecado, el Evangelio es un conjunto de historias que generan misericordia y ayudan en la construcción del ser humano. La dogmática del aborto ha sido fabricada a lo largo de los siglos. ¿Quién escribió que no se puede controlar el nacimiento de los hijos? Han sido curas, hombres célibes, encerrados en su mundo en el que viven confortablemente con sus manías. No tienen mujer ni suegra y no se preocupan de un hijo enfermo; algunos de ellos hasta son ricos y poseen propiedades. Así, es fácil condenar al aborto.”
La jerarquía católica sancionó a Gebara con el exilio. Le exigieron que se retractara y por el contrario, escribió un texto que tituló La legalización del aborto vista desde el caleidoscopio social, donde dejó en claro que “La legalización es, apenas, un aspecto coyunturalmente importante de un proceso más amplio de lucha contra una sociedad organizada sobre el aborto social de sus hijos y de sus hijas.”
En su opinión, una sociedad donde no existen las condiciones materiales dignas para el desarrollo integral y espiritual de los seres humanos, donde la maternidad es una traba frente a la realización laboral y económica de la mujer, donde los hombres están libres de responsabilidades, mientras se culpabiliza a la mujer “es una sociedad abortiva, machista y excluyente”.
En el debate sobre el aborto no se pueden hacer afirmaciones a la ligera y no puede haber palabras con pretensiones de verdad absoluta, lo único que cabe es colocarse en una posición de comprensión de una realidad compleja, que pone de manifiesto las contradicciones, injusticias y exclusiones de nuestra sociedad.
Pero además, las mujeres ya no podemos seguir cargando sobre nuestras espaldas las consecuencias de una sociedad construida por mandatos, creencias, sistemas de prohibiciones y regulaciones sobre la sexualidad “esperada” para mujeres y hombres, que han generado desigualdades entre unas y otros.
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