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En Cañada Honda, un barrio en Maracaibo (capital del Estado de Zulia), los perros son famélicos, deambulan en los basureros y mueren de forma prematura. Julio Castillo, un mecánico de 36 años, dice que ya ni las sobras de comida alcanzan para alimentar a los animales callejeros:
“Mi familia ni siquiera come tres veces al día, por eso es imposible ofrecerle algo a los pobres perros”.
El hambre se ha cebado en los caseríos de Zulia, la potencia petrolera de Venezuela, desde hace más de una década. En Maracaibo, una calurosa ciudad, la escasez de alimentos y la alta inflación del país sudamericano —calculada en un 180,9% por el Banco Central de Venezuela en 2015— se han transformado en filas que abarcan calles completas para comprar alimentos a precios regulados por el Gobierno.
María Ruiz, una guajira que aguarda en las afueras de un mercado, ve en el infortunio un negocio para subsistir: “Compro comida para venderla”, dice.
Forma parte del clan de los bachaqueros —así llaman a los que comercian alimentos regulados con sobreprecio—, un objetivo a extinguir en la guerra económica emprendida por el presidente Nicolás Maduro para aminorar el desabastecimiento.
“No tengo trabajo y esto es lo único que me da dinero para comer”, justifica Ruiz.
En el populoso mercado de Las Pulgas se consigue mucho a exorbitantes costos. Hay productos escasos en los anaqueles de los supermercados corrientes: jabones de baño, champú, harina de maíz, papel higiénico y detergente para lavar la ropa.
En Venezuela, el desempleo es del 6%, según el vicepresidente Aristóbulo Istúriz. Pero muchos habitantes de los suburbios de Maracaibo admiten haber abandonado empleos fijos para dedicarse al cuestionado oficio de la reventa de productos regulados.
Juan Zuloaga, un obrero del centro de la ciudad, dice que no encuentra una alternativa para comprar alimentos: “No tengo tiempo para hacer colas, así que debo comprarlos con sobreprecio”. Esta situación golpea con intensidad su economía.
Comer tres veces al día es una hazaña en Cañada Honda. La nevera de Roxana Torres, madre de dos niños, es un depósito de botellas de agua.
Su dieta se ha reducido a dos o una comida al día debido a la crisis económica. “Cada vez todo está más costoso. Los sueldos son sal en el agua”, dice.
Es una experiencia que se repite en muchos hogares de este país. Un 12,1% de los venezolanos comieron dos veces o menos al día en 2015, según una encuesta de la Universidad Católica Andrés Bello.
La inflación es un monstruo difícil de domar. Aunque el presidente Maduro ha aumentado el salario mínimo a 15.051 bolívares mensuales (13 dólares en el mercado negro), aún no se doblega el hambre.
La familia Suárez Campos, en el oeste de Maracaibo, anhela llevar a los niños a comer a McDonald’s desde noviembre. El plan es postergado por los bajos salarios.
“Sería un gran esfuerzo hacerlo”, asegura Nicolás Suárez, empleado con sueldo mínimo.
Una cajita feliz de la cadena de comida rápida cuesta 1.100 bolívares, unos 1,1 dólares en el mercado negro y un 7,3% del salario mínimo mensual en Venezuela.
En Maracaibo, el agua también falta y las comunicaciones fallan. En una precaria casa de La Pastora son llenadas las cubetas con agua de las lluvias.
Freddy Palacios, un hombre de 40 años, se alegra cuando los truenos anuncian un fuerte aguacero:
“Pasamos hasta 15 días sin recibir agua. Nadie nos explica por qué”. No es un malestar exclusivo de la Pastora.
El racionamiento abarca muchos niveles en Zulia, como ocurre en casi todo el país. En el Estado petrolero no solo se reduce el suministro de electricidad, sino también del agua potable.
15 días sin recibir agua
Los saqueos, el rostro vandálico del hambre, ocurren en los caseríos, urbanizaciones y carreteras de Zulia desde 2015.
Los peores han sucedido hace una semana, cuando hubo protestas por los cortes de luz de cuatro horas impuestos por el Gobierno en casi todo el país y por la escasez de alimentos.
Más de 73 comercios fueron saqueados en dos días de disturbios.
No es una práctica sorprendente en el empobrecido sector Poste Negro del barrio San José de Maracaibo.
Allí, donde predominan viviendas construidas con tablillas y latón, han entrampado a los camiones de alimentos para desvalijarlos.
Lo mismo ha ocurrido en otros caseríos de Maracaibo desde 2015. Por eso, algunos conductores de camiones intentan evitar circular en algunas zonas.
“Pocos traen comida a este sitio por miedo”, dice una mujer en Ciudad Lossada. Aunque no hay saqueos desde el pasado miércoles en la ciudad petrolera, el hambre todavía es persistente.
(Fuente: El País)
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