Los últimos sobrevivientes de una tribu Pacahuara

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Sentada en la puerta de su humilde casa de madera y hojas secas de palmera motacú, Bose Yacu entonaba con voz grave y firme las canciones que le enseñó su padre Papa Yacu hace más de cuatro décadas a las orillas del Río Negro, en la Amazonía boliviana.

"Ésta la cantaba mi padre cuando veía huellas de chancho tropero y se iba a cazarlo"; "ésta otra cuando íbamos a recoger almendras" y "ésta cuando íbamos a visitar a alguien para que supiera que íbamos en son de paz", relataba Bose entre canción y canción.

La mujer delgada, de tez morena curtida por el sol y por los años y de cabello largo y liso recogido en una coleta, era la mayor de los indígenas pacahuaras y la única que mantenía algunos rasgos característicos de su tribu, como su corte de pelo con un flequillo desfilado por los lados y un canuto de tacuara -una especie de bambú- en la nariz del que sobresalían dos plumas rojas.

 

Cuando la conocí, en septiembre del año pasado en una visita a su comunidad, tuve la sensación de que las canciones y los relatos de Bose escribirían el último capítulo de la historia de su tribu: los pacahuaras.

Bose falleció a finales de diciembre de 2012 dejando atrás a sus cinco hermanos que son los últimos pacahuaras.

Puede que la noticia de su muerte no haya salido en ningún periódico, pero fue una pérdida importante: con ella se fue buena parte de la historia del que un día fue uno de los principales grupos indígenas amazónicos.

Las melodías ancestrales que ella cantaba están hoy a punto de desaparecer ya que los pacahuaras envejecen y no tienen a quién pasarle sus conocimientos.

 

"Un puñado de sobrevivientes"

Según el antropólogo francés Philippe Erikson, a finales del siglo XVIII, los pacahuaras "ocupaban un inmenso territorio que correspondía prácticamente a la mitad del norte de la actual Bolivia".

"Dos siglos más tarde, los últimos pacahuaras, o al menos los últimos amerindios así llamados, no son más que un puñado de sobrevivientes", señala Erikson en el prólogo del libro "Los pacahuaras: La Reducción Imposible".

Los cinco últimos pacahuaras viven en los alrededores de Alto Ivon, una remota comunidad del departamento de Beni, a donde fueron trasladados en 1969 convencidos por unos misioneros estadounidenses.

Fue al final de la época de la fiebre del caucho, una etapa en la que el mayor enemigo de los miembros de la tribu no eran los animales salvajes del Amazonas sino la ambición del mundo por explotar los recursos de la selva.

Los pacahuaras aseguran que sufrieron mucho de manos de los siringueros, como llaman en Bolivia a quienes extraen caucho, y la familia de Bose es la única que se cree que sobrevivió de aquella época:

"Luchamos bastante. A mi padre lo golpearon y le hicieron cortes en la cabeza. Él logró lanzarse al agua y tuvo que subir por un barranco. Entonces de ahí lo llevaron a su pascana, a su casita", afirmó Bose en entrevista con BBC Mundo.

Y con la misma firmeza con la que cantaba, relataba cómo en otra ocasión defendió a su padre del ataque de un cauchero: "Mi padre le dio en la cabeza al brasileño con un hacha y cuando vi que cayó, le corté el pie con un machete porque me dio mucha rabia ver así a mi padre, todo golpeado".

Como el resto de los miembros de su familia que todavía viven, Bose no sabía exactamente cuántos años tenía, pero recordaba que era una adolescente cuando llegó a Alto Ivon, donde su familia fue acogida por los chácobos, una tribu de la misma familia etnológica que los pacahuaras, con una lengua y cultura similar

Senda de machetes y achas

 

La idea de los religiosos del Instituto Lingüístico de Verano que los trasladaron, explica el antropólogo boliviano Wigberto Rivero, era que los chácobos -de la familia de los panos, como los pacahuaras- los asimilasen para que se salvasen "porque por el reducido número que eran ya no había la posibilidad de una sostenibilidad de crecimiento biológico".

Los chácobos aceptaron la propuesta de los misioneros y algunos los acompañaron a las orillas del Río Negro, en el departamento de Pando, para buscar a los pacahuaras.

"Había muchos problemas en el Río Negro. Lamentamos que los brasileiros estaban eliminando a los compañeros y tuvimos que viajar un grupo de chácobos y un misionero", recuerda Alberto Ortiz, actual presidente de Cirabo, la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia.

Según explica, al llegar al Río Negro hicieron un campamento y trazaron una senda con "machetes y hachas" para tratar de atraer a los pacahuaras.

Un mes después, regresaron al mismo lugar y al ver que ya no estaban las herramientas pensaron que los pacahuaras debían estar cerca.

 

"Pasó un tiempo y escuchamos la bulla que venía cerca y estábamos contentos. Estaban cerca, armados con flechas y nosotros como chácobos hablábamos dialecto, no castellano. Y les gritamos: ¡vení, vení, nosotros somos indígenas!", recuerda en declaraciones a BBC Mundo.

Ortiz asegura que no fue fácil convencer al líder de la familia pacahuara Papa Yacu de que dejara sus tierras ancestrales, pero al final aceptó y los misioneros lo trasladaron a Alto Ivon junto con sus dos mujeres -que eran hermanas entre sí- y sus seis hijos en dos avionetas.

"Papa Yacu dijo que si no nos comportábamos con ellos, se iban a escapar al monte y se iban a volver al Río Negro", recuerda, por su parte, el profesor chácobo Here Ortiz, cuyo padre era en aquella época el gran líder chácobo. "Una vez en Alto Ivon, los chácobos los recibieron, hicieron fiesta y les entregaron plátano y yuca para que comieran", le dice a BBC Mundo.

"Nuestra cultura todavía está viva"

 

 

Más de 40 años después de aquel viaje, el patriarca de la familia y sus dos mujeres ya han muerto y cuatro de sus hijos se mezclaron con miembros de la tribu vecina con los que han tenido hijos y han asimilado su idioma y su cultura.

El ejemplo más claro es el de Maro, el menor de los pacahuaras.

Llegó a Alto Ivon cuando era sólo un bebé y apenas habla pacahuara, un idioma que tampoco aprenderán sus hijos. "Es más directo hablar chácobo. Ellos ya no pueden hablar como hablaba Bose", explica Maro, quien vive junto a su mujer chácoba en Cachuelita, una comunidad aledaña a Alto Ivon.

Según explica el antropólogo Rivero, se ha dado "un proceso irreversible de asimilación" que comenzó con el idioma y que en muchos casos, como el de Maro, ha pasado a ser cultural y social.

Bose era la única que estaba casada con otro miembro de su tribu: Buca, que era bastante más joven que ella: "Cuando era joven no tuve marido. Mi padre se juntó con la hermana de mi madre y mi esposo es hijo de su segunda mujer. Así que Buca y yo somos mitad hermanos", me explicó.

La pareja no sabía explicar por qué no tuvieron hijos y aunque eran conscientes de que eso podía significar el final de su idioma y su cultura, no parecían estar preocupados por ello.

"No estoy triste. Nuestra cultura todavía está viva. Cuando muramos, se extinguirá pero todavía estamos vivos", comentaba el marido y hermanastro de Bose, Buca.

Sin embargo, tras la muerte de su esposa, Buca da vueltas por la comunidad "solo, como un perro sin dueño", según cuenta Pae Dávalos, un dirigente chácobo.

La muerte de Bose es un gran pesar para Buca y probablemente también para el profesor chácobo Here Ortiz, quien estaba buscando recursos para registrar la historia y la lengua de los pacahuaras.

La idea de Ortiz era entrevistar a Bose para recopilar palabras pacahuaras para que las nuevas generaciones no olvidaran el idioma de sus antepasados.

Pero la mayor de los pacahuaras murió antes de que pudiera hacerlo y se llevó buena parte de los recuerdos que quedaban de la historia de su tribu a la tumba. (BBC)

 

 

 

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