Malala Yousafzai: tengo miedo, tuve sueño con helicópteros militares y talibanes
“Tengo miedo. Ayer tuve un sueño horrible con helicópteros militares y los talibanes. He tenido esos sueños desde que empezó la operación militar en Swat”, escribe Gul Makai en su diario el 3 de enero de 2009. Desde dos años antes, los extremistas islámicos han ido haciéndose fuertes en ese distrito del noreste de Pakistán y los esfuerzos del Ejército para expulsarles de allí no están dando resultado. Los combates son cotidianos. Gul Makai es el seudónimo con el que firmaba su blog Malala Yousafzai, la joven de 14 años, activista por la escolarización de las niñas, a quien los talibanes intentaron matar el pasado martes.
Cualquiera de los habitantes de Mingora, la capital del pintoresco valle del Swat, en las estribaciones del Hindu Kush, podría haber suscrito sus palabras, pero Malala apenas tenía 11 años cuando la web en urdu de la BBC decidió publicar su diario. Lo que había empezado como un ejercicio de redacción se convierte en una muestra de resistencia y una denuncia ante las imposiciones de los talibanes.
No solo las pesadillas que le provocan los combates asustan a Gul Makai (literalmente, flor del maíz, en urdu). También el ir al colegio porque, explica, “los talibanes han emitido un edicto que prohíbe ir a la escuela a todas las niñas”. “Solo asistieron a clase 11 de las 27 alumnas (…) Mis tres amigas se han ido a Peshawar, Lahore y Rawalpindi con sus familias después del edicto”.
Malala, cuyo nombre remite a una heroína pastún del siglo XIX, mantuvo su diario hasta principios de 2011, pero son las primeras entradas las que han atraído un mayor interés al describir su vida cotidiana bajo el dominio talibán. La BBC ha traducido al inglés en su web los días que precedieron a la clausura de las escuelas de niñas en enero de 2009. De la mano de Gul Makai, sentimos como el mundo se va estrechando a su alrededor a medida que los militantes fundamentalistas imponen su ley, que incluye la prohibición de la música o de que las mujeres salgan solas a la calle.
El domingo 4 de enero, cuando se levanta, oye a su padre comentar que se han encontrado otros tres cuerpos tirados en el cruce de Green. (Además de dueño y director de la escuela a la que acude su hija, Ziauddin Yousafzai es un firme defensor de la educación y poeta, que se muestra muy orgulloso de Malala).
“Me sentí mal cuando oí esa noticia. Antes de que empezara la operación militar, todos solíamos ir de pic-nic los domingos a Marghazar, Fiza Ghat y Kanju [tres populares enclaves de la zona]. Ahora la situación es tal que hace más de un año y medio que no hemos salido a hacer un pic-nic”, lamenta.
Su libertad de movimientos también se ve restringida. “Acostumbrábamos a dar un paseo después de cenar, pero ahora tenemos que estar en casa antes de la puesta del sol”, constata.
Al día siguiente, cuando se está preparando para ir al colegio, recuerda que el director les ha pedido que vayan vestidas de calle en lugar de con uniforme para no llamar la atención de los talibanes. “Así que decidí llevar mi vestido rosa favorito”, escribe. “Otras niñas también llevan ropa de colores alegres y el colegio tiene un aspecto hogareño”. Ni siquiera eso es suficiente. Mientras hacen la fila en el patio por la mañana, les dicen que no lleven ropa de colores alegres “porque podría molestar a los talibanes”.
“Swat ha sido un centro de operaciones de esa milicia”, apunta por si queda alguna duda. La angustia que viven las pequeñas se cuela cuando relata que una amiga le ha preguntado: “Por el amor de Dios, dime la verdad, ¿van a atacar nuestra escuela los talibanes?”. La pregunta se queda en el aire, sin respuesta. Pero un informe publicado por el Ejército en aquellas fechas aseguraba que los talibanes habían decapitado a 13 niñas, destruido 170 escuelas y colocado bombas en otras cinco.
Al terminar las clases, Malala vuelve a casa, come, hace los deberes, juega con sus dos hermanos más pequeños y a última hora ve la tele, como millones de niños en todo el mundo. Pero su mundo cercano está plagado de violencia. Se alegra de saber que después de 15 días se ha levantado el toque de queda en Shakardra. “Nuestra profesora de inglés vive en esa zona y es posible que ahora vuelva a darnos clase”, anota. La escuela es para ella el contrapunto de la guerra.
Como lo es también la oportunidad de escapar de ese entorno opresivo, aunque sea por un día, como sucede el miércoles 7. “He venido a Buner por Muharram [festividad musulmana]. Me encanta Buner por sus montañas y sus exuberantes campos verdes. Mi Swat también es muy bonito, pero no hay paz. Sin embargo en Buner hay paz y tranquilidad. No hay ni tiros ni miedo. Todos somos muy felices”, asegura.
Parece una premonición. Cuando tres meses más tarde los talibanes rompan su pacto con el Ejército e intenten extender su control hasta esa comarca sonarán todas las alarmas. Buner se halla a apenas un centenar de kilómetros en línea recta de Islamabad. Aunque Gobierno y Ejército se apresuran a negar que los milicianos estén a punto de avanzar sobre la capital, los militares lanzan finalmente una operación para recuperar el control del valle del Swat. La familia Yousafzai, como otras miles, se verá obligada a abandonar su casa hasta que meses después se haya restablecido el orden. Entonces se descubre la verdadera identidad de Gul Makai.
Pero eso será más tarde. A su regreso de Buner, la gran preocupación de Malala y sus compañeras es el destino del maulana Shah Dauran, “quien ha prohibido que las niñas vayan a la escuela”. (Maulana es un título de respeto que suele anteponerse a los clérigos en Asia Central y el subcontinente indio). “Hay rumores de que ha muerto porque la noche pasada no dio su habitual sermón en la radio”, señala.
Como es viernes, Malala no tiene deberes, así que pasa la tarde jugando y viendo la tele, donde oye la noticia de explosiones en Lahore. “Me pregunto por qué ocurren estas explosiones en Pakistán”, concluye su entrada.
Tarda varios días en volver a escribir y cuando lo hace, el miércoles, 14, es para expresar su temor de que su colegio no vuelva a abrir tras las vacaciones de invierno, algo que le pone de mal humor.
“El director anunció las vacaciones, pero no mencionó qué día tenemos que volver. Es la primera vez que ocurre. En el pasado siempre se ha fijado con claridad la fecha de regreso. El director no nos ha informado sobre la causa, pero temo que sea porque los talibanes han prohibido la escolarización de niñas a partir del 15 de enero”, interpreta con una madurez que supera con mucho lo habitual en una cría de 11 años.
Además, no es la única en lamentarlo. “En esta ocasión, las niñas no estaban especialmente contentas ante las vacaciones porque sabían que si los talibanes ponen en práctica su edicto no volverán a la escuela”, explica. De hecho, también cuenta que algunos padres han decidido irse de Swat para que sus hijas puedan proseguir su educación.
“En mi opinión, la escuela volverá a abrir un día, pero cuando me iba he mirado al edificio como si no fuera a regresar nunca”, confía. Cuando lo hace seis meses después, Malala está más decidida que nunca a hacer campaña por la educación de las niñas. Incluso sin la presión de los talibanes, escolarizarlas es una ardua tarea que choca con la ausencia de instalaciones y la falta de medios de muchas familias. Del 40 por ciento de niños que no van a la escuela en Pakistán, casi dos tercios son chicas, según datos de Unicef. Las niñas pobres de zonas rurales tienen 16 veces menos posibilidades de ir al colegio que los varones de familias acomodadas en las ciudades.
Malala estaba aprovechando la fama que le ha dado su blog para tratar de crear un fondo que las ayude. Su querido Swat ha sido liberado de los talibanes, pero la versión del islam y la agenda que quieren imponer por la fuerza sigue siendo una amenaza. El martes, cuando le dispararon, acababa de hacer su examen de mitad de curso del noveno grado, el equivalente al cuarto grado de la ESO. (Tomado de El País).
Madrid, España, 14 octubre 2012 – J.C.