Gumucio: el cine comunitario es arte y política
El retrato del cine y el audiovisual comunitario de la región desde su historia hasta sus proyecciones es reflejada en 542 páginas del libro “Cine Comunitario en América Latina y el Caribe”, escrito por ocho estudiosos que exploraron el arte en toda la región, bajo la dirección del escritor y cineasta Alfonso Gumucio Dagron.
Todo ese proceso de investigación, de informes por cada país, y edición del texto definitivo culminó hace poco con la publicación en Venezuela del libro Cine comunitario en América Latina y el Caribe, una edición que estuvo al cuidado de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, y que se imprimió en Caracas con el apoyo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC). El libro que no estuvo a listo a tiempo para ser presentado en el Festival de Cine de Margaritas, finalmente fue bautizado en La Habana en el marco del 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, explica Gumucio.
El libro se trata del primer y único estudio que aborda la situación regional del cine y el audiovisual comunitario. A través de sus 542 páginas se hace un recorrido por 55 experiencias y 14 países, y en cada caso se trata de desentrañar el pasado y el presente del cine comunitario desde sus raíces históricas más profundas hasta sus proyecciones actuales, incluyendo testimonios de los actores en esos procesos de capacitación, producción y difusión.
Agrega que en La Habana presentaron el libro en el Salón Vedado del Hotel Nacional, sede del Festival, en una mesa sobre cine comunitario en la que participaron además Alquimia Peña, Juan Carlos Lossada del CNAC, y Fernando Brugman de la Oficina Regional de Cultura de la Unesco.
Durante mi presentación mencioné la importancia del cine comunitario como una manifestación del derecho a la comunicación, y no solamente como partícipe del séptimo arte. Expresé que el cine comunitario es todavía un subcontinente escondido, del que se conoce muy poco, y al que a veces se trata de juzgar en base a criterios que corresponden al cine comercial, cuando en realidad se trata de otra cosa, rememora.
Enfatiza que en la larga introducción que escribió para este libro, desarrolló en detalle esas ideas: “El cine y audiovisual comunitario es expresión de comunicación, expresión artística y expresión política. Nace en la mayoría de los casos de la necesidad de comunicar sin intermediarios, de hacerlo en un lenguaje propio que no ha sido predeterminado por otros ya existentes, y pretende cumplir en la sociedad la función de representar políticamente a colectividades marginadas, poco representadas o ignoradas. Este es un cine que tiene como eje el derecho a la comunicación. Su referente principal no es el cine y la industria cinematográficas, sino la comunicación como reivindicación de los excluidos y silenciados”, enfatiza.
En el prólogo del libro, Alquimia Peña destaca la importancia del cine comunitario como expresión de la interculturalidad:
“Todas las iniciativas comunitarias que se han estudiado en esta investigación son testimonio de la importancia de respetar y promover las culturas locales, y de convivir en espacio de diálogo intercultural. La existencia de una Convención internacional que reconoce la interculturalidad y el respeto por la diversidad, constituye para estos grupos comunitarios un marco de referencia fundamental. Aún a pesar de esas constataciones que hablan a favor de una mayor atención por la diversidad cultural en los procesos de producción de las expresiones audiovisuales comunitarias, los resultados de esta investigación acusan también la carencia de políticas públicas específicas”, asegura.
Gumucio relata que en una entrevista que le hizo Mabel Olalde Azpiri para el Diario del Festival, expresó parafraseando a Jesús Martín Barbero, que a veces es preferible “perder la película para ganar el cine”:
“Tenemos que cambiar nuestra manera de ver al séptimo arte para aprovechar todo lo valioso que hay en él. Sería beneficioso dejar de pensarlo solamente como un producto, y prestar atención a los procesos que tienen lugar en torno al cine comunitario —así comprende el fenómeno Alfonso Gumucio Dagron, coordinador general de la investigación Cine comunitario en América Latina y el Caribe”, acentúa.
Gumucio cuenta que los primeros partos son siempre los más difíciles. Investigar por primera vez un tema es un desafío que no es fácil, pero que deja la agradable experiencia de abrir una senda nueva. Lo mismo me pasó con la Historia del cine boliviano que publiqué en 1982, cuando poco o nada se conocía sobre nuestro cine, o con Les cinemas d’Amérique Latine, libro que coordiné junto con mi amigo, ya fallecido, Guy Hennebelle. Nos tomó seis años publicar en 1981 ese grueso tomo que por primera vez abordó país por país la historia y el desarrollo del cine en los países de nuestra región.
Esos proyectos pioneros suelen generar otras iniciativas que profundizan y amplían la información que con grandes dificultades se obtuvo en primera instancia, como ha sucedido con los libros que acabo de citar. Tenemos la esperanza de que suceda lo mismo con Cine comunitario en América Latina y el Caribe. Ya que el primer camino ha sido dibujado, que otros investigadores se interesen en el tema del cine comunitario y ofrezcan nuevos aportes. El primer paso ya está dado, detalla.
Los desafíos y protagonistas
De julio del 2011 a mayo del 2012 coordiné para la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) que preside Gabriel García Márquez, una investigación sobre el cine y el audiovisual comunitario en América Latina y el Caribe. Fue un desafío muy grande en el que me metí de cabeza instigado por Octavio Getino, quien me convenció que aceptara la invitación que me hacía Alquimia Peña, directora de la Fundación. Con habilidad, Octavio me hizo creer que en unos pocos meses podíamos despachar el tema, tampoco había financiamiento para más, indica Gumucio.
Agrega que ya metido en camisa de once varas y sin posibilidad de zafarme como el gran Houdini, conté con un grupo de investigadores que tomaron el desafío como propio y trabajaron con ahínco para llevar la investigación a buen término. Tuve todo el apoyo de los colegas de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y de Octavio, coordinador del Observatorio de Cine y el Audiovisual Latinoamericano (OCAL). Conscientes de que la Fundación disponía de muy pocos recursos, cada uno de los investigadores mostró un gran compromiso para trabajar tres veces más tiempo que el previsto inicialmente y para investigar dos o tres países en lugar de uno solo.
Cecilia Quiroga abarcó Bolivia, Chile y Perú; Horacio Campodónico hizo lo propio con Argentina, Uruguay y Paraguay; y Pocho Álvarez con Ecuador, Colombia y Venezuela. Irma Ávila Pietrasanta tomó a su cargo México y también la región centroamericana, mientras Jesús Guanche e Idania Licea se ocuparon de Cuba y la región caribeña insular. Finalmente Brasil, por sus dimensiones y la intensa actividad en el audiovisual comunitario, estuvo bajo la responsabilidad de Vincent Carelli y de Janaina Rocha, subraya.