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Hubo un tiempo en que se creía que el sol era una antorcha girando alrededor de la casa, la Tierra, porque la casa no podía girar alrededor de la antorcha. La gente creía que era verdad de tanto repetirlo. También se creía que la libertad era para aplastar al otro en nombre de la igualdad de unos y edificar una ilimitada fortuna sobre los cadáveres de millones de desiguales. Entonces, se creía y aún se cree que es normal que sea así porque son las leyes de la selección natural que rigen a la humanidad, que intenta construir una cultura de vida, pero sobre un sistema de muerte.
Bajo esa ilógica, el capitalismo fija cada determinado tiempo un tope de “ganancia” al asalariado, al obrero o al campesino pobre, pero no al dueño del capital. Por ejemplo, este año el límite de “incremento” (que en realidad es una reposición salarial) para los trabajadores asalariados es del 8%, pero no hay límite para el “incremento” del capital. (cooperativista minero o empresario). En palabras del filósofo boliviano Juan José Bautista, el capitalismo limita las “ganancias” de los pobres, pero no de los ricos. De tanto repetirse estos ritos, mucha gente cree que es normal la acumulación ilimitada así la afectada sea ella misma.
Por ello, un banquero, que especuló con los ahorros de miles de personas, es más importante para un Estado que los millones que se quedarán sin comida, sin trabajo como sucedió, recientemente, en EEUU y algunos países de Europa.
El dinero pesa más que el ser humano y la Madre Tierra, a quienes explota ilimitadamente sabiendo que es la misma fuente de su vida.
El capitalismo tiene su propia moral, la hedonista, y la expone, a través de revistas como Forbes, que cada año publica un ranking de los más ricos del mundo, sin explicar cómo acumularon tanto dinero ni cuántos problemas sociales se resolverían si tan solo una parte lo compartirían entre los desafortunados del mundo. Aquellas personas son consideradas héroes del éxito, de la libertad de acumulación add infinitum. Si un boliviano figurara en esa lista, tal vez sería hasta un orgullo nacional. Es normal el ranking de millonarios, que son apenas el 1% del mundo, pero tiene en sus manos el 80% de lo que corresponde al 99% de la humanidad.
Es tan sutil el sistema, creado por nosotros mismos, que también tiene su lado humano, a través de historias de personas de real valía como la Madre Teresa, Gandhi, Martín Luter King, Mandela, seres entregados a la humanidad y alejados de las lógicas hipnotizantes del poder. Son acrobacias que hacen creer que el sistema tiene conciencia.
Sin embargo, es tan atrapante su ilógica, que los revolucionarios comunistas se convierten en capitalistas apenas suben el primer escalón del poder. En consonancia con Ryszard Kapuscinski, podemos decir que el poder transforma a los seres terrestres en extraterrenales de una noche a la mañana porque los sube de la normalidad a la dimensión divina, desde donde ven al resto como seres desechables. De este modo, la acumulación infinita se traslada al poder como preconizador del capitalismo. Así se rinde pleitesía a la persona que basa su autoridad en su poder o dinero, pero no en su sabiduría en favor de la humanidad. Entonces, una persona millonaria y poderosa puede declararse socialista, así su práctica diaria sea capitalista.
Todo se ve tan normal, que si reflexionas sobre su anormalidad, corres el riesgo de que te vean como un fracasado del sistema que desprecia las reglas morales, los límites éticos y valores construidos por el ser humano para acondicionar el mundo.
Es posible que convengas que el capitalismo es la mejor expresión del ser humano porque sintoniza sus egos, sueños, ambiciones, y, es probable, que tengas razón. Parece muy normal, pero de vez en cuando hay que ser anormal para ver lo ilógico del sistema que se fortalece gracias a nuestras debilidades.
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