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Vivir en Tarija es respirar desde el ombligo. Esto significa creernos el centro del universo, el sol, la luna y sistema planetario, debido a que tuvimos la enorme capacidad de concebir una realidad reproducida desde estados mentales petrificados.
Atestiguamos que el mundo aborda y concluye en nuestro valle central. Parecería que desde acá, Adán y Eva desayunaron del fruto prohibido y se desató la historia creacionista, o que Darwin se inspiró en la selección de las especies contemplando el río Guadalquivir.
A lo largo del tiempo fuimos persuadidos de medias verdades. Por ejemplo, nos auto convencimos que somos “un jardín florido”, y en realidad la deforestación y en consecuencia la erosión del valle es lacerante. También construimos héroes legendarios sin conocer a ciencia cierta su rol en los pasajes de la historia. Endiosamos a Moto Méndez como un valiente guerrero y libertario y aún desconocemos su verdadera leyenda.
Hacemos de nuestra cultura, folklórica y religiosa, un ícono formidable. Por decir, que la fiesta de compadres y comadres sólo se da en nuestro medio y por lo tanto el cultivo de la amistad se origina en el sur. Especulamos que si hubiere algo parecido en otro lado se convierte en una burda imitación.
Y así es como se fueron desatando una serie de situaciones. Como si hubiesen sido pergeñados desde nuestro fundo. Esta situación imaginaria nos convirtió en una sociedad pacata y conservadora dedicada a profesar sus propias ficciones.
Edificamos nuestra propia burbuja alrededor de una herencia que en definitiva se sintió individual y disímil, sin habernos dado cuenta que el globo también gira con nosotros y que la conexión humana es holística.
Tal vez, este tipo de idiosincrasia se debió a una cuestión de defensa por la sobrevivencia de una sociedad en constante tránsito, porque en definitiva, eso fuimos, un espacio fronterizo entre el cerro rico de Potosí y el puerto de Buenos Aires, y también un territorio de aguante para retener y conquistar a las culturas de tierras bajas. Todo ello, bajo el manto católico del poder ibérico.
Ahora, corresponde debatir, reflexionar y proponer una nueva era intelectual, distanciados de nuestro ombligo y del ego social que nos atornilla a una mesa de tres patas. Reconociendo que el mundo está en permanente mutación y que somos parte de la traslación y rotación del planeta. Estamos a tiempo de rescatar nuestras virtudes, que por suerte las tenemos, y adoptar una mirada progresista que debería ir más allá de nuestro supuesto eje.
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