Opinion

SANTA CRUZ Y EL CARNAVAL “INTOCABLE”
Cuñape 2.0.
Rocío Recalde
Jueves, 6 Marzo, 2014 - 11:20

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No me considero una aguafiestas del Carnaval. No he bailado en Oruro, ni tengo comparsa ni salto con amigos en Santa Cruz. Mi carnaval en la niñez siempre fue un pretexto para vacaciones, para estar con amigos o con la familia. Siempre lo disfruté.

Desde que vivo en Santa Cruz no puedo escaparme del Carnaval, porque el carnaval viene a mí. Vivo en el casco viejo a media cuadra de la Plazuela Calleja, donde TODOS los comparseros confluyen. Me quedo un día en el centro (ese es mi tope) para que mi hijo juegue, se moje y se pintarrajee con sus primos. El resto de los días salgo de la ciudad o me voy a la casa de amigos.

Mi hijo está en la vereda de nuestra casa hasta temprano, lo que sucede en el centro después de las 6 de la tarde durante los tres días de carnaval, no creo que sea ejemplo para él. Por eso no entiendo a los padres que salen a carnavalear hasta el amanecer con sus hijos, algunos todavía en brazos. No faltará el que me diga "no importa cuanto lo cuides o lo ocultes, él se enterará solito". Es cierto, lo hará. Pero espero que cuando lo haga, tenga el ejemplo de "otras formas de carnavalear" y sepa que salir a chupar hasta dormirte, orinar en la calle y vomitar... no es su única opción.

Este año, el carnaval lo sentí diferente. Debe ser porque estoy envejeciendo. Debe ser porque el culto a la extravagancia, la ostentación, la belleza y la joda, cada día me chocan más. Debe ser porque la idea de justificar el despilfarro para disfrazarlo de tradición, o el dar prioridad a los compromisos y los auspicios sobre el derecho o el respeto de los demás, simplemente me huele mal.

Debe ser por Oruro, por Beni, porque me acordé del Lunes de carnaval de Hanalí Huaycho, debe ser porque para mí la mezcla trago-orín-vomito-pintura no riman con diversión. Debe ser porque limpiar la sangre y hacer una reverencia frente al lugar de los muertos, no me suena suficiente. Debe ser porque la caridad de los camiones de provisiones nunca podrá reemplazar a la donación en silencio y menos al tiempo voluntario viajando hasta allá a "hacer lo que se puede".

Debe ser los comentarios que leo en las redes sociales (tema que por cierto ocupa esta columna): "pero si todos los años es así", "dejá de quejarte si la gente festeja para quitar el stress y las tensiones", " pero de que te alteras si más gente muere en las carreteras cada año y nadie hace nada".Debe ser porque los líderes de opinión más variopintos “saltan” en Facebook cuando se les menciona la frase “postergar el carnaval” o porque simplemente es impensable “sacar el carnaval del centro”.

Debe ser porque este año conocí a Ximena (no es su nombre real obvio), que recién se animó a salir de nuevo en carnaval, después de dos años de voluntaria reclusión. El 2012 uno de los miembros de su pandilla la violó el martes de carnaval. Una violación que nunca fue denunciada. ¿Para qué? Si ni su padre le creyó, además todos sabían que él era su novio y si ya había pasado antes algo con él, ya no cuenta como violación… ¿no?.

El primer año no quiso salir de su casa, se quedó atendiendo a su hijo Michael. Del novio no ha vuelto a saber, pero dice que los abuelos del niño pasaron por navidad a dejar un regalito. Vive en un cuarto con su madre y su hijo. Afuera hay gallinas y gallos, su madre vende somó para ayudarla y se turnan en el cuidado del hijo. Ella trabaja durante el día. Un tío la ayuda con las urgencias de vez en cuando.

En este carnaval decide salir al centro nuevamente, dice que va a vender choripanes y empanadas en la Warnes con su tía.  Esta vez lleva a Michael.Se animó a enfrentar su miedo y buscó apoyo en la iglesia del barrio. Un grupo de mujeres la acompaña en oración cada jueves. Dice que leer la biblia la calma. Yo no tengo sangre en la cara para contradecirla ni sugerirle otro placebo. Lo que sea que la ayude a calmar su dolor, sirve.

No, no soy el “grinch” de carnaval. Pero eso también puede cambiar.