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Erbol en Ecuador, a un mes del terremoto
Las cicatrices de Manta, la ciudad que tuvo 200 muertos
Uno de los refugios en Manta. Foto:Erbol.


Lunes, 16 Mayo, 2016 - 17:36

Además de 200 muertos y la devastación en sus viviendas y edificios, el terremoto del 16 de abril dejó a la población de uno de los puertos más importantes de Ecuador, Manta, con cicatrices físicas y emocionales que a un mes de la tragedia aún se advierten en la fisonomía de la urbe y sus habitantes. Viven con miedo.

Tarqui, el sector comercial que una vez estuvo lleno de hoteles, karaokes y sede de la feria local, ahora luce como una zona de guerra. Pasó de ser el “corazón” de Manta a ser el epicentro de la tragedia.

Antes del sismo, las noches de Tarqui se llenaban de vida por los karaokes y los puestos de encebollados (estofado de pescado) donde los jóvenes se reunían después de divertirse en las discotecas. 

Después del sismo, la zona comercial se convirtió en la “zona cero”. Los militares llenaron de barricadas este lugar y no permiten el ingreso de personal no autorizado, bajo el argumento de evitar los robos. Al interior de las barreras, hay devastación. Varios de los hoteles que demostraban el atractivo turístico y comercial de Manta quedaron hechos escombros. Algunos tractores limpian el desastre y las casas lucen etiquetas que determinan su suerte con  colores: rojo, amarillo y verde, el primero significa que esa vivienda debe ser demolida.

En la zona de los hoteles está una casa precaria de color verde, en la cual se reúnen tres mujeres habitantes de Tarqui a lamentar su situación. Entre ellas Silvia Macías, quien fue testigo de cómo su medio de subsistencia cayó a pedazos el 16 de abril. Ella estaba en su casa al frente del hotel Miami, el lugar donde trabajaba, y vio cómo el sismo derribó ese edificio que se destacaba en Tarqui. “El polvo, los gritos, la gente llorando por allá, fue una cosa terrible”, contó. El hotel Miami ganó la trágica fama de haber albergado decenas de muertes por el terremoto.

Así quedó el hotel Miami en la zona de Tarqui

Ahora Silvia no tiene trabajo y vive en la incertidumbre de no saber cómo subsistirá. Peor es la situación de Zoila Lucas. Ella tenía un bar en Tarqui y aprovechaba la zona comercial para ganar dinero, pero el terremoto le quitó no sólo su trabajo, sino también su casa. Ahora, vive en carpas y con pocas esperanzas, puesto que la mayoría de las viviendas de esta zona serán demolidas y no habrá posibilidades de establecer un negocio. 

Como Silvia y Zoila, Rocío Vera también lucha para sobrevivir mientras Manta vuelve a la normalidad. A pesar de que no perdió su casa, su situación no es mucho mejor porque el agua escasea y no le dan ayuda en comida bajo el argumento de que su vivienda no se derribó.  Su esposo de oficio pescador se vio perjudicado en sus ingresos y ella no puede salir de su casa porque se la pueden robar. Además de eso, está el temor que dejó la tragedia, puesto que el miedo a un tsunami o un terremoto se hizo más presente. “Vivimos atemorizados”, aseguró.

El día de la tragedia, los habitantes se alejaban despavoridos de la playa por el terror al tsunami. Un mes después, ese miedo continúa entre los habitantes. Así lo confirmó el oficial de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, Jorge Jiménez. “Sigue la gente con miedo pero ya un miedo más controlable, la gente se ha preparado ante otro evento, está más atenta”, explicó.

Refugios

Los manteños que perdieron su casa ahora viven en refugios dispuestos a los largo de la ciudad consistentes en cientos de carpas, donde las carencias se hacen evidentes. En estos espacios, los niños intentan seguir con su vida normal, mientras sus padres buscan un trabajo o la ayuda para tener un plato más de comida.

En esa situación está Fátima López, quien junto a sus cuatro vecinos perdió sus humildes viviendas a sólo pocas cuadras del refugio que ahora habitan lado a lado. Recordó que el día de la tragedia los afectados no tuvieron ayuda delas autoridades para establecer sus carpas. “Cada uno trabajo por su pellejo”, dijo. 

Ahora, la madre soltera sólo tiene una olla arrocera para preparar la poca comida que puede dar a sus hijos. Ella trabajaba limpiando casas, ahora después del terremoto hay días que no trabaja y debe contentarse con buscar un poco de paga por realizar fuertes esfuerzos de limpiar incluso viviendas de tres pisos por 10 dólares.

La comida es escasa. Los refugiados dependen de la buena voluntad de extraños para subsistir y la solidaridad de los ecuatorianos está presente. La ayuda llega de gente pudiente que se acerca a los lugares de la tragedia para otorgar algo de comer, enlatados sobre todo.

Una vez que alguna persona asiste a entregar víveres, los damnificados hacen una larga fila aguardando que la comida les alcance. Ellos saben cómo funciona la entrega, por ejemplo, los niños no deben hacer fila, el alimento sólo se otorga mayores, porque se trata de evitar que una familia no reciba más que otra. También hay ayuda de otros gobiernos, como el boliviano, el cual ya llevó seis aviones llenos de ayuda para los ecuatorianos.

La pesca intenta despegar

Después del terremoto, la principal actividad de Manta, la pesca, intenta retomar su habitual impulso para mejorar la economía de la ciudad costeña. Aunque varios de los pescadores también perdieron sus casas, están en la playa y en sus botes intentando sacar la mejor presa del día.

Decenas de personas se dedican a esta actividad. Están los que manejan las embarcaciones, los que alzan pescados enormes hasta las orillad, los que armados con cuchillos no tienen problemas para llenarse de sangre y desuellan las presas para venderlas y también están comerciantes que con su ojo experto pueden señalar el peso y precio del producto

La playa se llena de grandes pescados en exhibición. Si bien Manta es la capital ecuatoriana del atún, en su bahía destacan los tiburones, llamados rabones, que, con sus más de 100 libras por cada uno, están por montones sobre la arena. A veces, si hay suerte, los pescadores sacan otras especies con más valor, como el picudo cuyo peso llega a más de 150 libras y su precio es más del doble que la del tiburón. 

El comerciante de pescado Gerardo Hermida también intenta retomar la dinámica de su trabajo. Después del sismo, vive en un refugio, puesto que su casa está inhabitable porque una columna de otro inmueble cayó sobre ella y la dañó. Indicó que “poco a poco” la actividad pesquera despega y que para ello incluso los precios subieron, en el caso del tiburón, de 50 a 80 centavos la libra.    

Entre los pescadores está Cristóbal Colón Landa, quien a bordo de un camión refrigerador presumió de sus capturas y que la calidad de su producto lo hacen venderse en los mejores de Quito. A pesar de su éxito, Cristóbal perdió dos paredes de su casa en el terremoto. “Dios nos mandó esto, pues hay que darle para adelante”, agregó.