- 1480 lecturas
La figura del dictador en América Latina ha sido reemplazada por la realidad del presidente democráticamente elegido que no soporta la idea de dejar de serlo, según El País.
Debe haber un momento en que miran alrededor y piensan: pobrecitos, qué sería de todos ellos si no estuviera yo. O, incluso: qué habría sido de todos ellos si yo no hubiese estado. O, si acaso: qué será de todos ellos cuando yo ya no esté. O quizá piensen ay, qué duro ser el único que. O tal vez, quién sabe: ¿por qué será que solo yo lo puedo? Lo cierto es que, piensen lo que piensen, creen que el Estado –de las cosas, de los cambios, de su ¿revolución?– es ellos y que sin ellos nada. Entonces, se contradicen en lo más hondo y ceden gozosamente a la tentación de sí mismos.
La novela de dictador fue un clásico de la literatura hispanoamericana durante décadas, entre los veintes del Tirano Banderas y los setentas del Otoño del patriarca, pasando por El señor presidente, Yo el supremo. Pero ya no se escriben; ahora, en América Latina, la figura del dictador tradicional ha sido reemplazada por la realidad del presidente democráticamente elegido que no soporta la idea de dejar de serlo.
El comandante Chávez iba para los 20 años, el doctor Correa va para un mínimo de 10, el matrimonio Kirchner –donde el concepto de hombre fuerte fue reemplazado por la pareja fuerte– para 12, el ex Uribe perdió su intento cuando ya había hecho 8. Nadie quiere bajarse. Pero hay uno que, en principio, parecía inmunizado: un campesino boliviano, aborigen, dirigente de sufridos cocaleros, un muchacho curtido en mil peleas que conocía el valor del colectivo. Hasta que, inesperadamente, se transformó en presidente hace ocho años y lo hizo con tanto éxito y soltura que nunca más quiso dejarlo. Hoy, 12 de octubre, Bolivia podría convertirlo en el presidente más persistente de su historia. Hace unos días se publicó su mejor biografía, Jefazo (Debate), del argentino Martín Sivak, que ya fue traducida al inglés, francés, chino, italiano.
–Su relación con el poder es sacrificial.
Me dice Sivak, y que Morales no se toma vacaciones, que no tiene días libres ni vida familiar, que vive al borde de sus posibilidades físicas.
–Pero, aun así, no se planteó dejar su lugar a otro. ¿Por qué?
–Bueno, para estas elecciones tenía excelentes condiciones para hacerlo. Entre el boom económico que sus medidas produjeron, las grandes mejoras sociales, su popularidad y la pobreza de la oposición, podría haber impuesto un candidato nuevo.
–¿Y por qué no lo hizo?
Sivak conoce a Morales desde sus años pobres, cuando, a veces, de visita militante en Buenos Aires, le pedía dormir en su sofá.
–No lo sé. Recuerdo de aquellas conversaciones, antes de ganar la elección de 2005, y también después, una frase suya: “Nunca habrá borrachera de poder”. Ahora, en campaña, ha dicho que en 2020 se irá a su casa. Los más obsecuentes pedirán el cambio de la Constitución para introducir la reelección indefinida. Así que a él le tocará elegir entre su promesa y los que lo quieren para siempre en el Palacio Quemado.
Hay un punto que Sivak insiste en subrayar: que desde que Morales es presidente, Bolivia es un país más justo y más democrático:
–Pero esa democratización no se tradujo en el modo en que el Ejecutivo gobierna: Morales no impide la propagación del evismo y concentra todas las decisiones, desde las negociaciones con YPF-Repsol hasta el menú de sus custodias.
Porque una cosa, parece, es invocar al pueblo, y otra confiar en lo que él haga. (Tomado de El País)
- 1480 lecturas