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Año: 2002. Situación: desesperada. Motivo: una esposa en peligro de muerte…
Estando en Perú por motivo de trabajo, llamé a casa para ver cómo estaban mi esposa Jannet y nuestros hijos Christian (8) y Miguel (7). No podía creer lo que escuchaba: la mujer a quien yo decía amar había sido internada de madrugada con pancreatitis aguda. Quedé frío. El tiempo pareció detenerse. Miles de pensamientos torturaban mi mente. Sentí vértigo. Mi corazón latía “a mil por hora” y casi explotaba. Ella en Santa Cruz y yo en Lima…¡qué sensación de impotencia!
Busqué un lugar donde tuviera privacidad. Entré a un baño público y me confronté con la situación. Hace cinco años había tomado la decisión más importante de mi vida: recibir a Jesús como mi Salvador y Señor. Estaba en el proceso de recibir revelación de la Palabra de Dios; de sanidad física y sanidad interior; de renovación de mi mente; de restauración de mi matrimonio y familia; de restitución financiera, todo iba bien, y…¿ésto?
¿Debía renegar de Dios? ¿Procedía reclamarle a Dios? ¿Podía dudar de Dios? Me derrumbé…
Entonces el Espíritu Santo vino en mi auxilio y me recordó que por la llaga de Cristo hemos sido sanados. “Llaga” -no “llagas”- pues todo su cuerpo acabó en una sola llaga luego de la flagelación de los romanos. Invoqué esa promesa divina en favor de mi amada…
Entonces me recordó también que Jesús dijo que si no dejábamos todo por Él, no éramos dignos de Él. Entendí que nada podía anteponerse a Él, ni siquiera mi esposa, mi compañera, mi amiga, la madre de mis niños. Me puse de rodillas y oré al Padre recordándole que Él sabía cuán importante era Jannet para mí y nuestra familia: “Tú sabes cuánto la amo y cuánto la necesitan los niños; sé que la puedes salvar -nada es imposible para Ti- pero, hágase tu voluntad”. Y, se la entregué…
Volviendo a Santa Cruz la hallé aún en terapia intensiva. Le habían practicado tres cirugías. Varias Hermanas de mi Congregación habían ido a orar por ella. ¡Entonces, el milagro ocurrió!
Luego de terapia intensiva, la hospitalización cuarentenaria, apartada de sus hijos. Una vez la saludamos desde la calle…a la distancia vimos sus lágrimas por no poder abrazar a sus niños.
Casi un mes después Dios me la devolvió sanita. Los médicos no entendían cómo pudo ser que, luego que su páncreas literalmente estuvo nadando en ácido, quede sin secuelas.
Gracias doy a Dios por darme una segunda oportunidad para amarla, honrarla y cuidarla -como un día se lo prometí- hasta que la muerte nos separe...
(*) Capitán del Escuadrón Apóstoles en RAPJUVE 2017
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