Opinion

EVIDENCIA REMOTA
Fadocracia
José Luis Exeni Rodríguez
Lunes, 19 Mayo, 2014 - 10:35

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De cómo se fabrica un libro para montar una “verdad mediática”

"Dicen: '¡Eso está muerto!’. Y lo matan".
Stanislaw Lec

Finalmente he podido disfrutar el libro Control remoto del periodista boliviano Raúl Peñaranda U(ndurraga). Se trata de un libro que tiene interesantes méritos tanto por lo que dice (ese rosario de sospechas sin evidencia) como por sus implicaciones. Mencionaré algunas de éstas para luego ocuparme de su grandilocuente contenido: “de cómo el gobierno de Evo Morales creó una red de medios paraestatales y un plan para acosar a la prensa independiente”. Respiren.

La implicación más estructural, siempre necesaria, fue poner en agenda el tema de la propiedad y control de los medios. Aunque sea de manera parcial y distorsionada, el gremio se vio en el espejo de los dueños-operadores mediáticos. Y hubo señalamiento de opacidades. También de filiaciones políticas, ora declaradas, ora encubiertas. “La propiedad importa”, se proclamó con algunas décadas de retraso.

También resultó atractivo el modo en que el libro, por algunos días, motivó su lectura en nuestro gremio. Muchos colegas se volvieron intensos lectores. Y eso, claro, hay que celebrarlo. Hasta hubo orgullosas declaraciones en Facebook: “ya tengo mi libro”, “modo: leyendo”, “concentrado en la lectura”. Este solo hecho (cambiar el control remoto por el Control remoto) es una buena noticia para el oficio.

Y señalo una tercera (implicación/consecuencia no deseada). La intervención de la ministra de Comunicación respecto a la nacionalidad del autor disparó el interés por un libro que, por mérito propio, no habría trascendido el círculo de los interesados. Como es la primera vez que escribo sobre el asunto quiero decirlo claro y fuerte: la oficiosa conferencia de prensa de Dávila fue una chapucería. Estoy seguro de que su Ministerio tiene tareas más urgentes e importantes que atacar… ¡un libro!

Las hilachas, las hilachas

Pero veamos los patios interiores de Control remoto. Es saludable que, superado el fastuoso (sub)título, el libro se desnude desde las primeras líneas. Así, ya el Prólogo revela sus hilachas. Señalo dos. Primera: para el autor la democracia se reduce a su versión liberal-representativa salpicada de Estado de Derecho. No es su campo, dirán en descargo. Pero al menos debiera hacerse el esfuerzo de superar la repetición de los malos repetidores (ah, el lazartismo).

La segunda hilacha es más preocupante: la comunicación/información se reducen al respeto a la libertad de expresión… encarnada en el sistema mediático. La remota lógica es terrible: sin “medios independientes” (esos salvadores) la libertad de expresión resulta inviable y, ausente ésta, no hay democracia. Ergo, el supuesto falaz: “Bolivia marcha hacia un régimen autoritario”. De ello son responsables el gobierno y su red de “medios paraestatales”.

Este doble reduccionismo (limitar la democracia a su dimensión institucional y confinar la acción comunicativa a su expresión mediática) condiciona el análisis. Pero hay problemas más graves. El peor radica en las (no) evidencias. Control remoto no emerge de una investigación que contraste supuestos, sino de una fabricación ad hoc para legitimar una “verdad” preexistente. El resultado es un interesante texto de intervención política. Nada menos/más.

Claro que el autor anuncia como demostración lo que luego aparece tan encogido que se convierte en parodia: 34 entrevistas, dice, pero hay solo cuatro identificables; estudios de caso, les llama a unos análisis morfológicos y de contenido bastante flojos; una “copiosa” recopilación hemerográfica, declara sin modestia para luego dar cuenta de cuatro diarios durante… ¡una semana! Lo demás son cuestionarios fallidos, ausencias y especulación pura y dura. Revestida del viejo truco periodístico de “las fuentes”.

Las “verdades”, ¿las fuentes?

¿Qué ofrece Control remoto como “incontrastable” revelación? ¿Cuál es su verdad-verdadera? En realidad son tres “verdades” principales: a) el gobierno de Evo, mediante empresarios proclives, ha construido una red de “medios paraestatales”; b) el control editorial e informativo de dichos medios está en manos de la Vicepresidencia, que además nombre a sus directores; y, c) en recompensa, estos medios se benefician con una elevada cantidad de publicidad “estatal”.

¿Y qué demuestra? O mejor: ¿cómo sustenta su “demostración”? ¿Cuáles son sus “contundentes evidencias”? Aquí las cosas empiezan provocando cierta desazón pero terminan siendo francamente divertidas.

Una constante del “estudio” es el sistemático fracaso de sus cuestionarios como fuente de información primaria. ¿A quienes se los mandó? Al director de noticias de ATB, al dueño de La Razón (Gill), a un financista catalán (García Gasull), a la directora de La Razón, al Vicepresidente del Estado y a la ministra de Comunicación. ¿Qué obtuvo? Ninguna respuesta de los cinco primeros y un legajo de papeles impresos de la última (no en formato digital, ni numerados, ni en orden alfabético, ufa). El consuelo fueron sus charlas telefónicas con las secretarias de Gill y de García Gasull.

El fallido “método” no fue sustituido por otros más eficaces, sino por el relato de la impotencia (como en las noticias sin contraparte: “llamamos, pero no respondió”). Cierto que el remoto autor debió darse cuenta de por qué solo obtenía desprecio y/o silencio. Imaginen: “Mi investigación ha encontrado, como una de sus conclusiones, que la Vicepresidencia controla este medio”, ¿qué opina al respecto?”. Pues eso: desprecio y/o silencio.

Pero no todo fue fracaso. De su treintena de entrevistas el autor puede exhibir… ¡dos! (una de ellas con su par de colaboradores). La primera es del hombre fuerte del opositor Movimiento sin Miedo y ex director de La Razón, quien jura para el libro que le pidieron virar la línea editorial “hacia los intereses del gobierno”. La otra es de un colega hoy disidente del gobierno, quien asegura que se entrevistó con el Vicepresidente para hacerse cargo del periódico. Sus frustrados asesor editorial y acompañante certifican tal versión. Eso sería. He ahí la evidencia “más contundente, clara e incontrastable de la relación del gobierno con La Razón”.

Lo demás, de principio a fin, es una deliciosa danza de “fuentes”. (Re)cito: fuentes consultadas por este libro, los periodistas, según las fuentes, distintos entrevistados, parece evidente, se supone, se estima, fuentes que conocen del caso, fuentes que estuvieron presentes, se supo después, una fuente contó, según dijo un periodista, fuentes allegadas a la empresa, no es lógico, según una fuente, dicen fuentes que conocen, una persona cercana, se cree, no se puede saber, según fuentes que trabajan, una fuente que lo conoce, deben tener documentos, es posible, según los entrevistados… ¡Qué tal!

También hay curiosas/expresivas ausencias. ¿Por qué el autor no entrevistó (o lo hizo sin éxito o están entre sus fuentes anónimas) a personajes clave en esta historia? Me refiero por ejemplo al ejecutivo español de PRISA, al ex director interino de La Razón (Grover Yapura), a los esenciales hermanos Serrate (representantes del dueño de La Razón), al empresario Daher (ex dueño de PAT). ¿Le faltó voluntad o tiempo para enviarles cuestionarios? ¿Sabía que no ratificarían su versión?

Pero si faltaba sustento a sus verdades, Control remoto se remite a “la demostración más evidente”: la palabra sagrada del propio Presidente Morales. “Antes sentía que el 80 o 90% de los medios eran mis opositores. Ahora quedan 10 o 20% de opositores”. A confesión de parte… Claro que Evo hizo esta afirmación en septiembre de 2013. El autor, en cambio, tras su fallido acuerdo laboral, ya lo había sentenciado ¡en diciembre de 2008! (“La Razón no iba a ser independiente”). Algo está mal con el sentido del orden (véase el epígrafe de Lec).

Los estudios “en casa”

Como en su primer capítulo (“La conformación de la red paraestatal”) el libro naufraga en las (no) evidencias, para el siguiente capítulo (“Los frutos del control: viraje editorial”), el autor asume que tiene que hacer la tarea. El problema es que de entrada confunde estudios de caso con estudios “en casa” (las unidades de análisis no son casos). Y durante una mágica semana (del 21 al 27 de octubre de 2013) se pone a medir centímetros/columna y a grabar contenidos de televisión en un disco duro. Refiere además algunos “estudios” realizados por estudiantes de comunicación.

Así, con “repasos morfológicos” y someros ejercicios de análisis de contenido (una especie de paneo con tenazas), Control remoto asegura que la mayoría de titulares de La Razón son favorables al gobierno, ninguno de sus editoriales es “anti” gobierno y su espacio noticioso se basa en fuentes del oficialismo. Otros tres diarios analizados (Página Siete, Los Tiempos y El Deber), en cambio, son más surtiditos. Claro que con la misma “evidencia” con la que se afirma que uno es un medio “paraestatal” se puede sostener que los otros son medios “paraopositores” (coinciden claramente con los lineamientos de la oposición).

Lo propio ocurre con los “estudios” de la publicidad estatal. Reafirmado “la abrumadora cantidad de publicidad para La Razón”, el abrumado autor concluye que este diario tiene ¡un 15% de publicidad gubernamental! Bravo. Eso demostraría su filiación oficialista. ¿Y la amplísima publicidad que recibe La Razón de la banca privada lo convierte en agente del capital financiero? O mejor: ¿el avisaje mayoritario del Gobierno Municipal de La Paz/MSM en Página Siete, junto con los sobrados artes de prensa de Soboce/Frente Amplio, demuestran su filiación (para)opositora?

Pero no basta citar porcentajes. Hay que monetizarlos. ¿Cuánto significa “la enorme cantidad de avisos estatales” que recibe La Razón? La friolera suma de casi 1,1 millones de dólares cada año. Es un montón comparado con la castigada Página Siete, pobre, a la que sólo le llegan migajas. Significa una parte menor de sus ingresos, en tanto, si se asume que el 85% de la publicidad que recibe no es gubernamental. O resulta marginal si se estima –según el autor– que el gobierno gasta en publicidad 690 millones de bolivianos al año. ¿O sea que al medio paraestatal emblema le llega como premio apenas el 1% de la publicidad de su gobierno? ¿Es decir que el 99% se reparte entre los demás medios –con insostenibles excepciones– en todo el país?

El ejercicio sobre la publicidad gubernamental se hace extensivo a los paraestatales ATB y PAT. La conclusión es igualita: “abrumadora publicidad” para estos canales por sus nexos con el oficialismo. Claro que aquí la evidencia se construye no con una semana de paneo, sino con el análisis de ¡tres días completos! de programación (faltaría que sean incompletos) y el análisis de ¡un día íntegro! de noticieros nocturnos (faltaría que sean pedazos). Las conclusiones son tan terminantes como endebles.

Otras verdades-verdaderas

Además de las tres “verdades” principales que atiza Control remoto, su autor desliza otras “verdades” complementarias cuidadosamente seleccionadas. Mencionaré aquí solamente tres:

La primera: “Tanto ATB como La Razón han perdido, después de su cambio propietario, credibilidad y rating o lectoría, respectivamente”. ¿Y el sustento de semejante afirmación? “No existen estudios empíricos para demostrarlo (pero) parece evidente” (sic).

Segunda: Aparte de los lineamientos que supuestamente reciben del gobierno, “lo que ha empezado a operar en esos medios (paraestatales) es la autocensura. Los periodistas y jefes de prensa han internalizado cuáles son los límites de su trabajo y muchos no están dispuestos a traspasarlos”. ¿Cómo pudo captar tan tremenda “internalización”? No sabe / no responde.

Y la tercera: todo el libro está montado para sostener que “nunca antes, como ahora, el poder estatal había tenido una presencia mediática tan fuerte (…) lo que le posibilita distorsionar y manipular el escenario informativo nacional, otrora pluralista y variado”. Claro que al frente tiene “un grupo de medios independientes y valientes” (ya), a saber: las tres grandes redes de radio (Fides, Panamericana y Erbol), Página Siete y la mayoría de los diarios (léase excepto La Razón y Cambio) y Cadena A y otras redes de TV, además de “muchos otros canales y radios independientes en el país”. Ni tan débiles, ni tan independientes, ni tan pocos.

Nosotros los buenos

La segunda parte de Control remoto, tras mostrar el oscuro panorama de la red de medios estatales, comunitarios y paraestatales, está dedicada a señalar la luz. Y esa luz se llama Página Siete. Ellos (paraestatales), los perversos; nosotros (independientes), los buenazos. El autor dedica su mayor esfuerzo a enaltecer este diario paceño y justificar algunos de sus bullados errores periodísticos. ¿Se imaginan las fuentes, las evidencias?

Debía analizar también esta parte del libro, pero me quedé sin espacio, así que la reservo para un siguiente artículo. Una persona allegada sugiere que se titule “Medios independientes mis pelotas”, pero se estima que sería una grosería. Según varias fuentes consultadas, es mejor algo más sutil: “Medios independientes sus pelotas”. Distintos entrevistados están de acuerdo. Parece evidente, pero no se puede saber…

@fadocracia