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Cada diez años Argentina suele padecer una gran corrida de histeria, miedo y pobreza. La gente corre a cambiar sus pesos por dólares, como ocurrió en 1989 bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, cuando la inflación llegó al 3.000%; o bien corre hacia el banco para sacar sus ahorros, como sucedió en el corralito de 2001. Por eso, tras la devaluación del 22 y 23 de enero, cuando el peso se depreció en un 18% frente al dólar, Argentina contuvo la respiración. La bolsa española, donde cotizan empresas con grandes inversiones en Argentina, sufrió el mayor desplome en los últimos 12 meses. Las grandes cadenas argentinas de electrodomésticos subieron el precio de sus productos en más de un 20%, el dólar paralelo que había alcanzado un valor de 13 pesos, se resistía a bajar, y el Banco Central de Argentina se vio obligado a echar mano de sus decrecientes reservas de divisas para mantener la estabilidad cambiaria.
Tres semanas después de la mayor devaluación sufrida en 12 años, el Gobierno ha logrado que el dólar oficial pase de costar 8 pesos a los 7,82 con que cerró el martes. Consiguió también rebajar el dólar hasta los 11,70 pesos. Y en los últimos días ha frenado la pérdida que venía padeciendo en las menguadas reservas del Banco Central, paso clave para defender el valor de la moneda nacional. La tormenta amainó tras las incertidumbres, silencios y titubeos de los primeros días. ¿Cómo lo ha conseguido el Gobierno?
Fueron varias las medidas y todas ellas importantes. En primer lugar, el Gobierno abrió el cepo cambiario, o dicho de una forma más acorde con el Ejecutivo: flexibilizó el acceso al dólar. Es decir, permitió que todos los asalariados o empresarios que ganen un mínimo de 7.200 pesos mensuales (900 dólares oficiales) puedan destinar el 20% de sus ingresos a la compra de divisas. Eso contribuyó a rebajar el precio del dólar paralelo, llamado blue en Argentina. Además, el Banco Central emitió una directiva según la cual, los bancos solo podían poseer en divisas un monto equivalente al 30% de su patrimonio. Con lo cual, las entidades se vieron obligadas a colocar en el mercado hasta 3.500 millones de dólares; al haber más dólares en el mercado se contrajo el valor del dólar oficial y también el del paralelo.
En el diseño y ejecución de estas maniobras ha sido clave la figura de un personaje discreto, no tan conocido en Argentina como el ministro de Economía, pero que parece conocer los engranajes de su oficio. Se trata de Juan Carlos Fábrega, un antiguo empleado de banca que el pasado noviembre, con 64 años cumplidos, fue designado en noviembre presidente del Banco Central. Fábrega impulsó una gran subida de tasas de interés, con lo cual, los grandes inversores se vieron atraídos hacia unas letras en peso que se vendían con un interés del 28,8% en tres meses. La medida perjudica a quien accede a un crédito o al pequeño consumidor que compra sus bienes a plazos. Pero, con ella, el Gobierno contribuye a defender el valor del peso y aleja el fantasma de una segunda devaluación.
Esa expresión, “una segunda devaluación”, el temor a ella, es la que hace que los grandes cultivadores de soja retengan sus cosechas sin venderlas en el exterior. Piensan que si el Gobierno se viera abocado a devaluar otra vez ellos lograrán muchas más ganancias con solo esperar unos meses. Pero el Gobierno ha luchado con firmeza contra esa segunda devaluación.
El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich y el ministro de Economía, Axel Kicillof, han mantenido varias reuniones con decenas de empresarios a los que intentaron convencer para que pusieran un límite a las subidas de precios tras la devaluación. Y, en cierta forma, lo lograron. También consiguieron que los cerealeros se comprometan a liquidar este mes en el exterior parte de sus cosechas por un valor de 2.000 millones de dólares. Con este acuerdo le han dado un magnífico balón de oxígeno a las Reservas del Banco Central, que se han estado despeñando desde los 52.618 millones dólares que había en 2011 hasta los 27.800 de ahora.
Con esa ristra de medidas el peso le ganado terreno al dólar blue. Pero los más escépticos dicen que el dólar nunca pierde valor, solo se agazapa. Es muy importante para el Gobierno lograr que la divisa siga agazapada durante los dos próximos meses, cuando se negocian los grandes convenios salariales. Porque si se dispara el blue se disparará también la inflación, los sindicatos reclamarán salarios superiores a la inflación y eso a su vez generará más inflación. Ese es el toro, el de una inflación real en torno al 30%, que más teme el Gobierno. Plantarle cara no es fácil. Menos inflación significa menos gasto público y menos gasto público conlleva menos subsidios. (EL PAÍS)
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