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Desde hace varias semanas vengo siguiendo con atención las noticias relacionadas con los malos manejos de recursos económicos que fueron asignados a “proyectos” del Fondo Indígena.
Mi primera sorpresa –porque ya me había olvidado de su existencia– fue ver reaparecer al contralor Gabriel Herbas quien si para algo salió en las noticias de los últimos años, fue para presentar acusaciones contra cualquiera que no fuese un allegado al partido de gobierno. ¿O quizás sí, pero no lo recuerdo? De pronto, el contralor pareció despertar de un largo y pesado letargo para decir “esta boca es mía”. Mi segunda sorpresa fue precisamente esa, que apareciera en los medios para poner en conocimiento público que “la Contraloría detectó, tras una primera fase de auditoría, un daño económico al Estado por Bs 71 millones en 153 proyectos que administradores del Fondo Indígena nunca llegaron a ejecutar”, con una lista de 253 “implicados” (e implicadas, claro).
Con esta aparición pública, el señor Herbas no hizo otra cosa que “prender el ventilador”, a medida que pasaron los días, llovieron acusaciones y contra-acusaciones. Quién sabe cuánto más veremos y escucharemos, porque todo indica que nunca llegaremos a ver el fondo del Fondo. Si bien se debe respetar el principio de que “todas las personas son inocentes (frente a la ley), hasta que no se demuestre lo contrario”, lo cierto es que mucha gente resultó pringada con esta denuncia. No voy a abundar en comentarios que ya se hicieron al respecto, sólo me voy a referir a tres cuestiones sustanciales.
La primera de ellas es la desmitificación de la “inocencia”. Desde hace bastante tiempo venimos escuchando frases repetidas hasta el cansancio como “los indígenas son la reserva moral de la humanidad” y “las mujeres son más honradas y manejan mejor el dinero que los hombres”. Este escándalo ha puesto en evidencia que ni ser indígena es garantía de portar una moralidad sin tacha, ni ser mujer es garantía de honradez a toda prueba. Nadie que tenga un mínimo de sentido común podía tragarse sin aceite esas “máximas”; pero, hacía falta un escándalo de estas proporciones para poner en evidencia que vivimos construyendo hologramas cargados de ideología (en su acepción de “falsa conciencia”) que no resisten la menor prueba de “verdad”.
Lo que devela el escándalo que estoy comentando es que, al parecer, no es cuestión de “esencias”, sino de “oportunidades”. Nunca antes como ahora las organizaciones indígenas-originarias-campesinas (el “trencito” IOC introducido en la CPE) habían tenido tanta oportunidad para acceder a los recursos públicos, ni las mujeres (de la mismas identidades) habían logrado alcanzar tanto nivel de poder como ahora, lo cual fue y sigue siendo un enorme avance en las relaciones de poder a las que nos habíamos “acostumbrado” en la vieja (y no fallecida) “República de Bolivia”.
Frente a semejante mazmorra de acusaciones, salió al frente el vicepresidente con otra frase que seguramente se hará célebre: “… no me toquen a la organización, la organización es sagrada…el Fondo Indígena es una conquista del pueblo boliviano, del movimiento indígena” . Su personalísimo “no ME toquen” ya dio mucho de qué hablar ¿desde cuándo las organizaciones LE pertenecen? Más allá de esto, lo que más me llamó la atención de estas declaraciones fue la sacralidad que otorgó a SUS organizaciones (IOC).
Esto me da pie a la segunda cuestión a la que me quiero referir. Estas declaraciones traen a la mente otra frase muy redundada: “las personas pasan, las instituciones quedan” o, dicho de otra manera, “las personas son culpables, las instituciones son inocentes”. Esto no es verdad, las instituciones no existen en abstracto, son las personas que las componen, más aun las que las dirigen, quienes en su paso por ellas les imprimen un “sello personal”, quienes construyen hábitos que luego se convierten en normas (aunque no terminen inscriptas en papel), son personas las que generan, construyen y destruyen las instituciones.
Si bien es cierto que el FONDIOC nació como reivindicación, teniendo como base un principio de justicia difícilmente rebatible –el reclamo de compensación a los pueblos preexistentes en este territorio antes de la colonización, por el despojo incalculable al que fueran sometidos por centurias– lo sucedido pone en serias dudas la creencia de que su fundación fuera la mejor idea para honrar ese principio de justicia. Además, lo que sus dirigentes hicieron con los recursos puestos a su disposición durante todos estos años, ha puesto en serio cuestionamiento la idea de que el dinero compensa tanta pérdida. La creación del FONDIOC ofreció la oportunidad a mucha gente para que haga a su favor lo que tanto reclamaba a “los otros”: despojar al país, con un apestoso aditamento, despojar a los suyos propios. Cada moneda del FONDIOC que “alguien” se metió al bolsillo, fue una moneda menos en ese intento de hacer justicia.
Finalmente, “la cereza en la torta” fue puesta nada más ni nada menos que por la Asamblea Legislativa Plurinacional, otra “sagrada” institución de “la patria”. La interpelación a la ministra Nemesia Achacollo estuvo burdamente armada para que saliera favorecida de la misma con un “voto de confianza”. Lo que quienes armaron el teatral acto aparentemente no saben todavía es que pusieron en evidencia algo que quizás podía dejar algún beneficio de duda, y es que la tan cacareada “lucha inclaudicable contra la corrupción” del régimen no es más que una grosera patraña. Si la máxima entidad pública encargada de fiscalizar al gobierno y representar a los intereses de la ciudadanía le otorga su “voto de confianza” a una autoridad que, teniendo bajo su responsabilidad velar por el buen manejo de los recursos públicos, no lo hace, lo que nos están diciendo es que las “sagradas” instituciones de la patria están denigradas, que la corrupción forma parte de la hermenéutica del poder (como siempre) y que cualquier discurso que emitan de ahora en adelante en sentido opuesto, podrá ser tomado por cualquiera como una mentira descarada.
En suma, ni los (pueblos) indígenas habían sido por esencia la reserva moral de la humanidad, ni las mujeres más honradas que los hombres, ni las instituciones incorruptibles o las organizaciones “sagradas”, así como tampoco la corrupción había dejado de ser una clave consustancial a la hermenéutica del poder. Con todo lo cual, la “derecha” debe estarse sintiendo profundamente aliviada, porque esta “izquierda” les ha igualado con creces. ¿Vamos bien?
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